Un par de días después de ver la exposición temporal del Museo d'Orsay sobre los retratos de Cézane (La mirada de los retratos), hoy hemos caído en esta también temporal del Museo Nacional de Picasso sobre Olga Picasso, la primera de las siete mujeres que pasaron por la vida del pintor malagueño. La exposición contiene abundancia de material de todo tipo, documental, fotográfico, epistolar, escultórico y, por supuesto, gráfico, dibujos, grabados, óleos, etc.
Al mismo tiempo, cuenta una historia, la de la relación entre aquella rusa blanca, bailarina del ballet de Diaghilev, y Picasso. Se conocieron en Roma en 1917, durante la preparación del ballet Parade, con música de Satie y argumento de Cocteau y se casaron al año siguiente en París, siendo testigos de la boda Cocteau, Max Jacob y Apollinaire. Empezaban bien. Picasso cambió de estilo mientras retrataba de infinitas formas a su esposa. Se hizo más calmo y hasta clásico con el nacimiento de su primer (y único) hijo con Olga, Paul. Maternidades dulces, suaves y los muy celebrados retratos de Paul como Pierrot. La angustia por la desesperada situación de la familia de Olga en la Rusia bolchevique pesó mucho sobre el matrimonio que sufrió una crisis profunda cuando el pintor entabló una relación secreta con una casi adolescente sueca, Marie Therese Walter. Al romperse de hecho la pareja por fin en 1935 (sin divorcio pues Olga se negó hasta su muerte en 1955) Walter se instaló con Picasso y fue la inspiración de alguno de sus retratos más bellos, y madre de su hija Maya. Solo para verse a su vez abandonada cuando Picasso se enamoró de la fotógrafa Dora Maar que tengo para mí es la que lo radicalizó en política hasta el punto de ingresar en el Partido Comunista.
Lo anterior hace referencia al contexto de la influencia de las mujeres en la obra de Picasso. Quien quiera más detalles sobre las tormentosas (y con frecuencia, trágicas) relaciones del pintor malagueño con el otro sexo, puede verlos en el artículo de Olimpia Villagran sobre Las siete mujeres de Pablo Picasso a las que les arruinó la vida. Se sostiene en él que el pintor hacía siempre lo mismo con sus modelos: las retrataba obsesivamente al comienzo (hay más de 270 retratos de Olga), queriendo transmitir a través de las formas sus sentimientos. Las reducía a imágenes, representaciones. Las devoraba.
La exposición sobre la bellísima bailarina rusa parece validar ese juicio o, incluso, ampliarlo. Picasso encarna en las figuras sus sentimientos con formas nuevas de representación y erotismo. Y formas cambiantes. Es saber convencional que amalgamaba todos los estilos y géneros y los cambiaba a su manera. Porque también cambiaba de relación amorosa y de persona objeto de creación, siempre inspirada y siempre nueva porque nuevo era el objeto. Se delata en algún cuadro especialmente significativo que no es infrecuente en su obra: el que representa a la modelo y el pintor.
La exposición cierra el círculo de una de esas relaciones, la primera. Su evolución, a través de algunos de los retratos más conocidos de Olga, de su mitificación corpórea, evidencia la de la relación misma. Luego del tumultuoso encuentro y el sosiego y la paz de la maternidad (y paternidad) vienen los tiempos oscuros del desenganche, cuando Picasso tiene que convivir con su esposa mientras alimenta una intensa relación con Marie Therese. La representación de Olga en los últimos tiempos de la convivencia se hace sombría y llega a ser cruel.