No todo ha de ser hablar. También cabe escribir. Aquí mi artículo de hoy en elMón.cat sobre la insólita situación en el Estado: un gobierno independentista en Cataluña, con una hoja de ruta muy clara y un propósito de llevarla a cabo y un galimatías en el Estado en el que los protagonistas, todos, no se saben sus papeles y se han metido cada uno de ellos en un jardín, de forma que la situación ya no es la famosa del cuento borgiano del jardín de los senderos que se bifurcan, sino la de un laberinto poblado de Teseos de vía estrecha y todos ellos carentes de hilos de Ariadna. El PP no sabe si quiere elecciones o que un milagro le eche al PSOE en los brazos pero siempre con Rajoy en la jefatura. El PSOE pretende hacer una salsa con el aceite de Ciudadanos y el vinagre de Podemos que entre sí no pueden verse a cuenta de su actitud antagónica respecto al referéndum catalán. Podemos quiere elecciones nuevas porque la hybris anguitista que lo corroe lo ha convencido de que podrá dar la puntilla al PSOE y solo va a suicidarse. Ciudadanos desea mantener la lealtad del PSOE pero encamarlo con el PP consiguiendo para ello que Mariano Garrapata renuncie a un poder que no piensa abandonar ni siendo cadáver. En estas condiciones, los cuatro partidos parlamentarios mayores se vigilan mutuamente pero saben que, si no varían sus posiciones, las eleciones en junio serán inevitables. ¿Y qué les espera? Según la encuesta que consulten ustedes, los pronósticos serán muy variados. En mi opinión, sin embargo, el resultado, salvo error u omisión, será que el PP y Podemos se hundirán por su incapacidad para entenderse con los demás y el PSOE y C's aumentarán sensiblemente su voto. Quizá esté equivocado, pero no mucho más de lo que puedan estarlo los susodichos sondeos.
Aquí la versión castellana:
Calma chicha antes de la tormenta
El paralelismo entre Cataluña después del 27 de septiembre y España tras el 20 de diciembre es aleccionador. En el Principado toda la obsesión era constituir un gobierno por difícil que fuera para no repetir las elecciones y, al final, se consiguió gracias al sacrificio personal del presidente Mas. En el Estado, en cambio, la obsesión parece ser no constituir gobierno alguno y repetir elecciones, cosa que será casi segura porque el presidente está dispuesto a sacrificarlo todo excepto su propia persona.
Hoja de ruta en Cataluña y, según se dice, vacío de poder en Madrid. Lo primero es cierto, aunque está por ver cómo funciona; lo segundo, no. No hay vacío de poder. Hay un poder detentado de hecho por una organización de presuntos malhechores y constituido en tiranía. En efecto, el gobierno se declara en rebeldía ante el Parlamento y el Parlamento, elegido por sufragio universal, pero acobardado, no se atreve a destituirlo por la vía expeditiva que tiene a su alcance, que es la moción de censura. No sé si hay otro caso en la historia europea en que un Parlamento se amilane tan lamentablemente ante un gobierno que, al no obedecer al depositario de la soberanía se constituye en tirano.
Según el gobierno, como este Parlamento es nuevo y no le dio su confianza en su día, no puede controlarlo. Eso es una falsedad. No hay parlamento nuevo ni viejo; el Parlamento es un órgano continuo, no queda en suspenso porque la soberanía popular no puede suspenderse. Por eso existe la diputación permanente, porque el Parlamento no está nunca ausente. Distintas son las legislaturas, no el órgano en sí. Este parlamento puede y debe controlar al gobierno esté o no en funciones y si el gobierno se niega, debe destituirlo.
Lo contrario es faltar a su deber. Así que en España no hay vacío de poder, sino un poder no sometido a la ley, un poder tiránico. Y lo más probable es que se repitan las elecciones, dado que los partidos son incapaces de acordar una solución porque, a diferencia de lo que ha sucedido en Cataluña, ninguno de ellos acierta a poner los intereses de esa España que dicen defender por delante de los de su partido.
Pero precisamente ese carácter tiránico, no sometido a la ley del gobierno del Estado (el mismo que dice a todos los demás, especialmente los independentistas catalanes que han de someterse a la ley) es el más ominoso, el que preanuncia dificultades, intransigencias, interferencias y, en último término, provocaciones en el proceso independentista. Porque, quien se salta la ley una vez, se la salta ciento
Por eso este momento de aparente calma chicha –un gobierno funcionando en
Cataluña y otro sin funcionar (o sea, “en funciones”) en España- es uno que requiere especial atención a las medidas que el gobierno catalán tome y cómo las justifica. La legalidad que el gobierno del Estado y la oposición parlamentaria invocan para restringir el ámbito de actuación de las instituciones catalanas tiene toda la fuerza de obligar del derecho positivo y ninguna desde el punto de vista de la legitimidad del mandato democrático. Pero el gobierno catalán no puede esperar otra cosa que dificultades y/o provocaciones del central, esté este ocupado por la derecha o por la izquierda española que niega de raíz el derecho de autodeterminación de los catalanes.
Por ello y para que la conciencia de la razón se convierta en la razón de la conciencia, debe continuar con su hoja de ruta, sin descanso, sin ofrecer flancos desprotegidos al ataque del adversario. El plazo de los 18 meses tiene un valor orientativo, pero no puede convertirse en un elemento forzoso a cuyo cumplimiento haya que sacrificar la seguridad del proceso.
Lo que se haga respaldado por la mayoría parlamentaria tendrá, por supuesto, el valor de la legalidad pero, para reforzarlo con el de la legitimidad, tiene que venir confirmado con la mayoría social y las últimas encuestas demuestran que hay una labor de pedagogía pendiente de hacer, un trabajo de actuación de soberanía de hecho que la gente perciba como más eficaz que la actuación en régimen de dependencia autonómica y eso no se consigue de la noche a la mañana, no se improvisa.
Por último, las instituciones catalanas tienen que seguir consolidando relevancia internacional. La quinta columna del independentismo catalán está en el exterior y, para que su poderoso efecto se haga sentir cuando sea necesario, debe tener perfectamente claro cuál es el contenido y el carácter pacífico y democrático de la causa que se le pide que apoye.
En otros términos, sin prisa pero sin pausa, le gobierno que hoy administra una mayoría parlamentaria tiene que apoyarse en una mayoría social cuando la calma chicha se rompa y el gobierno central de hecho pise el acelerador en contra del proceso.