Aquí mi artículo de hoy en elMón.cat. En él se da por supuesto que en su asamblea del próximo 27 la CUP abrirá la vía a un gobierno catalán, seguramente presidido por Mas. De no ser así, habría que escribir otro artículo, pero espero no tener que hacerlo. El punto fundamental de este es que, a partir del día 27, la situación será exactamente la inversa de la que es ahora mismo: en Cataluña habrá un gobierno fuerte, con apoyo parlamentario y capacidad de acción y en España, de cumplirse los vaticinios de las encuestas, no habrá gobierno y el desastre actual tendrá que prolongar su incompetencia en funciones hasta que los distintos partidos consigan ponerse de acuerdo, cosa a la que los españoles no están acostumbrados por falta de práctica. O sea, que ríanse ustedes de la incertidumbre que ha habido hasta la fecha en Cataluña. En España, el desconcierto puede alcanzar proporciones épicas, de esas que invitan a los militronchos en los cuartos de banderas a soñar con hoy imposibles intervenciones.
Aquí, la versión en español:
¿Quién marca los tiempos?
Naomi Klein se hizo justamente famosa con su libro sobre “la doctrina del choque” en el que explica las vías por las que el capitalismo contemporáneo mantiene sojuzgado el mundo y preserva su tasa de ganancia. David Fernández, propone un “plan de choque” como contrapartida a la aceptación de un gobierno catalán presidido por Mas que puede salvar la situación y sacar a Cataluña del impasse. El mejor antídoto contra un veneno es ese mismo veneno. Todo es cuestión de proporciones. El choque depredador capitalista combatido con un choque regenerador anticapitalista.
¿Puede un hipotético gobierno catalán financiar ese “plan de choque” salvífico? Como siempre cuando se trata de números todo es discutible. Hay quien echa mano a la estadística –ciencia más triste aun que la economía- para probar que no hay posibilidad porque la caja no lo aguantaría. Y el juez Vidal, yendo por la vía ejemplarizante, propone que la CUP entre en el gobierno, en la cartera de Bienestar, para ver si puede estirar los recursos hasta hacerlos financiar milagros. Aun así, el asunto es opinable. Detrás de toda decisión de política económica hay siempre otra de política política. La cuestión es saber si querer es poder o no. Y la única manera de averiguarlo es ponerse manos a la obra. Adóptese el plan de choque y eche a andar un gobierno presidido por Mas, que se aproximan momentos cargados de incertidumbres y promesas y quien marque los tiempos tendrá más esperanzas de llegar a puerto.
Estamos en campaña para las elecciones españolas. Junqueras (ERC) afirma que serán las últimas a las que se presentará su formación. Sin duda, él bien lo quisiera, pero que suceda o no dependerá de muchos factores, entre otros la habilidad de esa misma formación para ganar el suficiente apoyo y hacerlo posible. En todo caso, por ahora, queda descartada la vía Claver en estas elecciones. Acuden todos los partidos independentistas o no con la acostumbrada excepción de la CUP. Y hacen bien porque la abstención enviaría una representación catalana a las Cortes más nutridamente española, o sea, de derechas, y no por ello Cataluña se libraría de tener que acatar las decisiones de un Parlamento de un ferviente nacionalismo español, compuesto ahora por una unión sagrada entre los camisas viejas del PP y los nuevos flechas de Ciudadanos a los que, mediando la necesidad, se unirían las camisas rojas del PSOE al grito pretendidamente garibaldino de la unidad de la Patria.
Está bien llegar al día 20 de diciembre sin que el gobierno central y sus chambelanes de la oposición sepan a qué habrán de enfrentarse en Cataluña. Eso quiere decir que no podrán utilizarla como motivo propagandístico en sus rivalidades sobre quién preserva más y mejor la unidad de España. Quién afina más en su capacidad para “seducir”, “atraer”, “disciplinar”, “amedrentar” y, en definitiva, someter a los catalanes.
Los tiempos, como siempre en todo conflicto, son decisivos. Quien los marque tiene mucha ventaja. Pasadas las elecciones españolas, se producirá la decisión de la CUP en asamblea, ya muy cerca del fin del plazo. Si, como todo parece indicar, hay un acuerdo de investidura del que sale un gobierno que permita evitar las elecciones anticipadas, auténtica guillotina de las aspiraciones nacionales catalanas, nos encontraremos en una situación que es justamente la inversa de la que tenemos ahora. El veneno se combate con veneno y donde antes había un débil gobierno en funciones frente a un poderoso gobierno central con mayoría parlamentaria absoluta, ahora nos encontraremos con un fuerte gobierno catalán basado en un pacto “de choque” y dispuesto a todo frente a un débil gobierno español en funciones y que, según sean los resultados del 20 de diciembre, puede encontrar más difícil constituirse que el catalán ahora.
Los últimos cuatro años de desguace del gobierno central español no solamente han arruinado el país, empobrecido a la gente, empujado a la emigración a los sectores activos, desmantelado el Estado del bienestar, esquilmado la seguridad social, aumentado el déficit público y condenado a la población a un futuro peor a corto y medio plazo sino que también han destrozado el armazón del Estado de derecho. Una práctica de corrupción, clientelismo, enchufismo y nepotismo sistemáticos por obra de un partido que es una asociación de acaparadores de rentas y expoliadores de lo público, de parásitos, ha hecho trizas el funcionamiento de las instituciones del Estado, desde los más augustos poderes públicos a la última pedanía. La administración no funciona por su cuenta sino a golpe de enchufe y favoritismo; los tribunales están politizados y el Constitucional carece de todo crédito por ser el brazo judicial de un gobierno corrupto. El Estado español no existe; es una carcasa temporalmente habitada en alternancia de gobiernos de uno u otro partidos dinásticos con sus redes clientelares, como en la primera restauración borbónica.
Pero ahora esa alternancia promete implosionar y el 21 de diciembre puede ser el Estado el que se encuentre en una situación mucho peor que el actual impasse catalán y no sea capaz de constituir un gobierno estable. De ser así, no podrá hacer frente a los requerimientos de un gobierno independentista con amplio apoyo parlamentario y popular.
Quien maneja los tiempos lleva mucho ganado.