dimarts, 3 de novembre del 2015

Los estados del Estado.


Agamben debe parte de su justa fama a su idea de que en el mundo contemporáneo vivimos en un estado de excepción permanente. Supongo que le ha llevado a ella su inicial relectura de Carl Schmitt, obsesionado con el guardián de la Constitución y luego con la dictadura. El Estado de excepción, el Ausnahmezustand de Schmitt, se dulcifica en los órdenes democráticos de la postguerra, pero se mantiene activo en la prevalencia de los gobiernos sobre los parlamentos para legislar en detrimento de los derechos y libertades de los ciudadanos generalmente pretextando la excepcionalidad de la crisis o algún otro fenómeno de trastorno político o social. Estado de excepción permanente, revolución permanente, golpe de Estado permanente. Es curioso el deseo de todo lo efímero de perpetuarse.

Esa es la mentalidad que alienta en las palabras del ministro Margallo cuando dice que hay que "sofocar" una sublevación. La catalana claro. Es más, Margallo la sitúa en una especie de tradición: en cuanto pillan una ocasión, los catalanes tratan de largarse: 1640, 1714, 1931 y 1934. Sí, parece que su separatismo es querencia también permanente. Pero siempre hay un Margallo en la Meseta dispuesto a sofocar la sublevación de turno. Para ello el Estado dispone de una serie de posibilidades, afirma cuando le preguntan, un tranquilizador Rajoy. No haya cuidado. Se empleará el Tribunal Constitucional, el artículo 155 de la Constitución y la pertinente legislación de excepción si necesario fuera. Detrás de la afirmación del gobierno de que mantendrá el respeto a la ley sin duda alguna emerge la sombra de Agamben: bajo la forma del estado de excepción.

Pero, ¿de verdad puede subsistir un Estado en permanente estado de excepción? ¿No es eso un rotundo fracaso de la política? Si las instituciones catalanas avanzan en la desconexión, ¿cuánto tiempo podrá el Estado mantenerlas conectadas a la fuerza? Un problema con dos feas caras: si el Estado tiene fuerza para emplearla con éxito y si tiene alguna proposición positiva que hacer en una hipotética negociación que pudiera sustituir al empleo de la fuerza desnuda. La respuesta en ambos casos parece ser negativa.

Por eso crece el volumen de las amenazas. Los seres humanos, como los gorilas, ocultamos nuestro miedo aullando. Los de Ciudadanos consideran la posibilidad de la proclamación del Estado de sitio si el Parlament y la Generalitat declaran la independencia. No algunas de las formas de excepcionalidad anteriores y más suaves (alarma, excepción) sino directamente, sitio. Vale decir práctica militarización del problema.

Ignoro si, quienes hacen esta propuesta, han calibrado la posible consecuencia de la suspensión de las elecciones del 20 diciembre. Esta vendría justificada en la dificultad o imposibilidad de garantizar su desarrollo democrático, teniendo una serie de derechos ciudadanos suspendidos en una parte del territorio o en todo él.

Quizá sí la hayan calibrado y ese sea el objetivo. Cara a Europa, una situación insostenible. El Estado sólido ha pasado a líquido y está a punto de convertirse en gaseoso. A corto plazo habrá una aparente situación de orden, pero, a medio plazo, la intervención europea será inevitable. Y la hará bajo la forma de la mediación cuyo primer requisito será la celebración de un referéndum, justo lo que los dos partidos dinásticos se niegan a aceptar en redondo.