Artículo publicado hoy en elMón.com y escrito el domingo a las 23:00, cuando aún no había terminado el recuento. Esta es la versión en catalán y, a continuación, inserto aquí el original en español:
CATALUÑA NECESITA UN INTERLOCUTOR EN ESPAÑA
Con los resultados conocidos cuando se lleva el 82 % escrutado quedan claras dos cosas: el independentismo gana en votos y más claramente en escaños. Es el momento de las interpretaciones. Pero no por mucho tiempo.
Hay un hecho indudable: el independentismo ha ganado. El resultado de unas elecciones que los nacionalistas españoles querían rebajar de valor, privándolas de su carácter plebiscitario ha tenido un efecto contradictorio con esas intenciones. De haber sido un referéndum ordinario, un resultado por debajo del 50% se anotaría en la hoja de pérdidas y no habría más que hablar. Los independentistas tendrían que resignarse como hicieron el año pasado los escoceses y esperar otra ocasión. Pero, al ser elecciones autonómicas “ordinarias” (aunque con valor plebiscitario), cuentan los votos y los escaños, se quiera o no. Los escaños exceden la necesaria mayoría absoluta en el parlamento para tomar decisiones y esas decisiones se adoptarán en sentido independentista. El debate se planteará sobre si DUI sí o no y si DUI inmediata o no. Es decir, al realizar unas elecciones autonómicas de contenido plebiscitario, los independentistas han llevado la cuestión al terreno de la política y de la negociación. Al terreno de la interlocución y en un plano reforzado para ellos y debilitado para los demás.
Para la necesaria interlocución entre España y Cataluña, las dos partes tienen que designar sus respectivos portavoces. Los catalanes están claros: el gobierno que se constituya en Cataluña según estos resultados. Un gobierno legitimado por una clara mayoría relativa de votos y absoluta de escaños. Los que no están claros son los españoles. Habiendo perdido estrepitosamente estas elecciones el PP y a menos de tres meses de otras que se anuncian catastróficas para él, el actual gobierno español carece de autoridad y legitimidad para sentarse a negociar nada con el catalán.
Ese vacío no se rellenaría con una hipotética entrada de los socialistas en el gabinete en una especie de gobierno de concentración porque, aunque tal cosa fuera posible, que está por ver, estaría sometido a la misma urgencia y necesidad de las elecciones de diciembre y no podría hacer nada.
El nacionalismo español podría pedir al gobierno de la Generalitat que, a la vista de la situación, tenga la generosidad de aplazar sus decisiones y esperar a que haya interlocutor en España que no sea este desastre sin paliativos en que ha terminado la catastrófica legislatura de Rajoy. Podría. Pero, aparte de quedar en ridículo una vez más, el Parlament y la Generalitat quizá concedieran esa moratoria pero sin que ello suponga un retraso en su hoja de ruta ni un abandono de su acción exterior, que habrá de ser más intensa que nunca. La fórmula podría ser: “nosotros no atosigaremos en España pero actuaremos en uso de nuestra soberanía en el exterior”.
En realidad, después de estas elecciones, España carece de gobierno.
Es poco probable que el actual presidente tenga la gallardía de dimitir, pues, sabido es, no entra en sus hábitos. Y con él en La Moncloa, como un muerto viviente, el país no tiene quién hable por él.
Tampoco la oposición puede aspirar a un rol más airoso. El otro partido dinástico, el PSOE, no es tan testimonial e irrelevante en Cataluña como el PP, pero no se le aleja mucho y, si se suman los votos de PP y C’s, queda muy por debajo de ellos. Innecesario subrayar que estos datos muestran con claridad que el sistema político catalán es distinto del español. El hipotético apoyo del PSOE al agonizante partido del gobierno no resolvería en absoluto el problema planteado y haría imposible cualquier otra propuesta alternativa de futuro por increíble.
El resto de las opciones aun son más inverosímiles. Si los dos puntales dinásticos de la segunda restauración han fracasado, los emergentes plantean otras dificultades. A tenor de sus nada desdeñables resultados catalanes, Ciudadanos quizá pueda presentarse como sustituto o relevo del PP, pero no como complementario.
Podemos ha ido a encontrar en Cataluña su sepultura. Si, después de haber roto su política de rechazo a toda coalición con los comunistas y neocomunistas de IU en España, en el Principado consigue los mismos diputados que tenía esa misma IU en Cataluña, lo más probable no es que vaya a asaltar los cielos en España sino que estos se le caigan sobre la cabeza.
Teniendo en cuenta que el independentismo catalán es de alma republicana, España no solo carece de gobierno –cosa relativamente contingente y, a veces, hasta beneficiosa- sino también de forma política del Estado. Que Rajoy no dimita está probablemente en su forma de ser y el aguante de la gente en España, pero cabe preguntarse si el hipotético surgimiento de una flamante República catalana en el horizonte no sería el momento adecuado para que el Rey abdicara. A lo mejor tiene una revelación y comprende que, si quiere mantener su autoridad sobre lo que le quede de su reino, sería una buena decisión someter la Corona a referéndum y dar a sus amados súbditos españoles el derecho que los catalanes han ejercido por su cuenta sin pedir permiso a nadie: el derecho a decidir.