Los gobernantes autonómicos madrileños se llevan mal con la policía o la parapolicía. Aguirre con la municipal y su sucesor González con la federal. Aquella acusaba a los agentes de movilidad de no dejarla moverse para alcanzar la fama por la vía de la multa. Este, de chantaje o extorsión, nada menos, a cuenta de un ático más famoso ya que el Castillo de Otranto.
Esto, ¿va en serio? Quieren enfrentar en la Comunidad de Madrid a este buen hombre, que tiene a toda su familia enchufada en la administración, incluido un octogenario pariente, a un catedrático de Metafísica. Algo no encaja aquí. Hay una disonancia patente. Por mucha clientela que crea tener este profesional de la política, el tirón de Gabilondo va a ser demoledor. Limpieza, sentido común, honradez y sosiego. Un cocktail vencedor. ¿Con qué van a responder?
La corrupción lo devora todo, empezando por la capacidad de acción de los partidos. ¿Cómo va a presentar el PP de candidato a uno que acusa a la policía de extorsionar? Ciertamente, es lo que hacía Cospedal cuando acusaba a los socialistas de haber montado un estado policial y de tener a la policía a su servicio. Pero Cospedal estaba entonces en la oposición. González está en el gobierno, es el gobierno. Si acusa, tiene que querellarse y llevar de candidato a un querellante en un asunto privado de un ático misterioso puede ser una fuente de conflictos.
Es la corrupción general, que embota la capacidad de juicio y nos hace ver como normal lo que hasta ayer hubiera sido impensable. El personal se entera ahora de que Hacienda detecta que Caja Madrid no tributó por todas las retribuciones de Blesa entre 2004 y 2006. Blesa, el nombrado por Aznar. Retribuciones estratosféricas, por supuesto. Y nadie pregunta sorprendido: "Pero, este pavo, ¿todavía está en la calle?" Pues sí, libre como los pájaros y, con su experiencia, capacidad, medios y habilidad, estará haciendo maravillas. ¿No está el amigo Bárcenas disfrutando de unas merecidas vacaciones en Baqueira Beret (creo), lugar de reconocida prestancia?
La corrupción generalizada cambia modos y formas, muda criterios. Los Pujol parecen ser un clan del expolio, pero ahí están todos, en las televisiones, las noticias, las comparecencias, sin parar de hablar, dibujando un mundo que va a necesitar otro Eduardo Mendoza para retratarlo. La corrupción es un betún que todo lo embadurna. Esta nueva verdad del caso Pujol apunta directamente al corazón del nacionalismo. Se quiera o no. Es muy difícil olvidar que, cuando comenzaron las fisuras de Banca Catalana, Pujol enarboló el pendón de Sant Jordi contra el dragón. Y el dragón era él. Tendrá su peso en votos.
La corrupción cambia las varas de medir. Los avatares de los señores Urdangarin y Rato, ambos con acusaciones vivas, con fianzas multimillonarias que no pueden pagar, están en todas las noticias y reportajes. Vemos a los interesados entrar y salir de casas y coches, ir a declarar, volver de hacerlo. Vidas muy agitadas, desde luego. Lo que no mucha gente entiende es por qué no están entre rejas.
La corrupción tiene paralizado el gobierno. Literalmente. Los jueces acaban de juntar los dos cabos del puente que une el caso Palma Arena con Bárcenas a través de la Gürtel y, de ahí, a la financiación ilegal del PP, las reformas de las sedes. Otro puñado de peces gordos pringados en donaciones, comisiones, adjudicaciones, mordidas. La corrupción es omnipresente. Está en el caso Púnica, el sobrecoste del tranvía de Parla, la aparente estafa de las radiales de Madrid. En todas partes.
Esto es de almoneda. Por eso Palinuro sigue sin comprender por qué la oposición no interpone una moción de censura que podría ser el pistoletazo de salida de un cambio.