La policía judicial entra en la sede del partido del gobierno con orden expresa del juez de registrarla en busca de unos documentos supuestamente incriminatorios y necesarios para la instrucción de la causa. Había pedido esos papeles en agosto sin que, hasta la fecha, se le hubieran entregado. Catorce horas duraron las pesquisas policiales en las que al parecer, se ha incautado abundante información de la que se seguirán las consecuencias procesales pertinentes. Pero, políticamente, es como si no hubiera pasado nada. La policía registra durante catorce horas la sede del partido del gobierno en busca de pruebas de comportamientos presuntamente irregulares, pero el gobierno no tiene ni una explicación que dar. Que un gobierno se apoye en lo que parece una banda de malhechores es lo más normal del mundo. Y a los malhechores los acechan los jueces, ya se sabe. Cada cual en su sitio. Nada que decir. Nada serio.
Porque no es seria la respuesta de Rajoy desde Bruselas. Al contrario, es la enésima muestra de su fabulosa mendacidad. Dice el presidente que "están tranquilos" (debe de referirse al conjunto del partido o a sus dirigentes), como si el hecho de decirlo no fuera ya un desmentido. En las organizaciones complejas es imposible garantizar que en algún recoveco de las dependencias, las secretarías, las vicesecretarías, las delegaciones no haya algún papel olvidado, alguna factura problemática, algún archivo informático incriminatorio. Que se lo pregunten a Miguel Blesa, último cultivador del género epistolar.
No les llega la camisa al cuerpo y por eso se dispara la mendacidad. Sostiene Rajoy que no ha habido registro de la sede de su partido sino una simple petición judicial de colaboración que su gente se ha apresurado a prestar en virtud de su acrisolada costumbre de ponerse siempre al servicio de la justicia. Tan conocida es esta costumbre que el juez llevó la operación en el más absoluto sigilo sin informar de ella ni el ministro del Interior y, además, dio orden a los policías de entrar en la sede "por las buenas o por las malas". Casi parece un episodio de los intocables. El registro no fue un registro y la policía no fue a Génova 13 en busca de pruebas sino a presentar sus respetos a esta colección de probos ciudadanos. Pura mendacidad.
Como pura mendacidad es el ataque a los derechos de las mujeres, perpetrado por el ministro de Justicia y que ha suscitado una ola de indignación. Según juicio unánime, se trata de una norma de espíritu franquista. Se recuerda ahora que Gallardón es yerno de un ex-ministro de Franco, secretario general del Movimiento, autor de un libro de expresivo título, Sin cambiar de bandera, que ya lo dice todo. Se recuerda asimismo que es quien ha renovado el marquesado (o algo así) de Queipo de Llano, recompensa de Franco a su compañero de armas, el que animaba por la radio a violar a las mujeres de los milicianos.
Pausa. ¿Cómo alguien capaz de renovar un título con el cual se honra la memoria de quien alentaba a violar mujeres puede legislar sobre algo que las afecta directamente, el aborto? ¿Cuál puede ser su ecuanimidad, su equidad, su respeto por los derechos de las personas cuya conducta pretende regular? La pregunta es retórica y la respuesta, obvia. Los franquistas son así: en la guerra, se viola a las mujeres y, en la paz, se las sojuzga como si fueran incapaces o menores de edad.
Lo curioso de este franquista en concreto, el muy nacionalcatólico Gallardón, es que diera el pego, convenciendo a muchos comentaristas de su talante moderado, abierto, incluso progresista. Los medios vienen ahora llenos de lamentos y amargas recriminaciones. ¿Cómo ha podido Gallardón hacernos esto? En fin. La mendacidad se beneficia siempre de lo que unos llaman buena fe y otros simple credulidad.
Lo curioso de este franquista en concreto, el muy nacionalcatólico Gallardón, es que diera el pego, convenciendo a muchos comentaristas de su talante moderado, abierto, incluso progresista. Los medios vienen ahora llenos de lamentos y amargas recriminaciones. ¿Cómo ha podido Gallardón hacernos esto? En fin. La mendacidad se beneficia siempre de lo que unos llaman buena fe y otros simple credulidad.
Es el espíritu del franquismo: la agresión frente a la crítica o la protesta, la hostilidad hacia los derechos ajenos, la impunidad por comportamientos irregulares, incluso delictivos, el desprecio a la opinión pública y el sentir de la ciudadanía y, desde luego, la más absoluta mendacidad. El registro de la sede del PP no es un registro sino una solicitud de colaboración; la tiranía de Franco no era una dictadura sino una democracia sui generis. Da igual lo que se diga. Aquí nadie responde de nada ni dimite jamás ni da explicaciones por sus disparates. Pregúntesele también al ministro de Industria, a punto de dejar el país a oscuras y tiritando de frío.
La mendacidad es sublime. "España es una gran nación" repite Rajoy por doquier (excepto cuando lo traicionó el subconsciente y dijo, y grabado queda, "ETA es una gran nación") y, al mismo tiempo, explica que su máxima preocupación es hacia dónde quiera ir Alemania. Esa supuesta tranquilidad nace de la experiencia franquista: se puede decir cualquier cosa, incluso desmentirse uno mismo. España es una gran nación a remolque de otra. También Franco decía que España era una, grande y... libre.No sucede nada. Nadie pide explicaciones. Y, si las pide, se le aplica la ley mordaza.
A todo esto, según algunos expertos, España puede entrar en su tercera recesión en 2014. No importa. No será recesión sino recuperación moderada, igual que los salarios no bajan sino que "crecen moderadamente". Lo que está pasando no está pasando.
A todo esto, según algunos expertos, España puede entrar en su tercera recesión en 2014. No importa. No será recesión sino recuperación moderada, igual que los salarios no bajan sino que "crecen moderadamente". Lo que está pasando no está pasando.