Este sarpullido de franquismo putrefacto del verano no puede ser un hecho aislado. Tampoco es un plan. Es generalizado, sí, pero no coordinado; es espontáneo. Por ello, tanto más significativo. Los distintos estamentos esenciales de la derecha han saltado al unísono como con un resorte y han hecho una remake del régimen de Franco, su baluarte espiritual. Aquí, las aportaciones:
I.-. El franquismo legionario. Gibraltar. Allá se han lanzado las huestes españolas a hacer el ridículo una vez más en el Peñón. Hasta The Telegraph se pitorrea de una imagen patriótica del Peñón cercado por los ejércitos españoles y el toro de Osborne en el FB de un alcalde del PP.
II.- El franquismo municipal. Ese y otros alcaldes del PP dan la mejor nota franquista. Levantan el brazo o juzgan culpables a los asesinados por la dictadura. El franquismo era muy de alcaldes, a los que nombraba a dedo, siempre del Movimiento. Como muchos de estos. Paniaguados del Movimiento o hijos de paniaguados.
III.- El franquismo de las juventudes. Las Nuevas Generaciones. Ya saben, eso de los amaneceres, las banderas, las águilas, los correajes y, de vez en cuando, alguna valiente paliza a un negro o un rojo, en grupo y con bates de baseball. El fascismo reverdeciendo. Vino viejo en odres viejos.
IV.- El franquismo de los procuradores en Cortes. Así, al estilo de Hernando, para quien la bandera republicana es tan ilegal como la franquista. Es igual si hay una sentencia del TSJM, de 2004, diciendo que la republicana es constitucional porque, como buen franquista, no admite las sentencias de los tribunales si no le gustan, así como no admite la legitimidad de un régimen político basado en la voluntad popular atropellado por una rebelión militar criminal, única responsable de tres años de guerra civil y cuarenta de dictadura. Y muy gallo él.
V.- El franquismo de las señoras del Domund. La mayoría absoluta ha soltado las lenguas de esas damas conservadoras, marquesas, marquesas consortes, señoras bien, mojigatas y advenedizas que por fin se animan a decir lo que piensan y no lo que estiman conveniente. Lo ha bordado Teófila Martínez en su encontronazo en Twitter: los pobres no tienen derecho a opinar ni a actuar en política. Las demás damas de alcurnia, Becerril, Aguirre o de rabanería como Botella, Barberá o Villalobos, han quedado muy atrás, pero todas entonan la misma murga: hay que devolver a las clases subalternas al lugar que les corresponde. ¡Cómo está el servicio! Se sienten muy apoyadas por el ministro de Educación quien, como buen monaguillo, hace a su vez lo que puede por torpedear la igualdad de oportunidades con el beneplácito de una iglesia silente, no de vergüenza sino de felicidad.
Y todo este rebrotar del franquismo esencial, ¿para qué? Obvio: para tapar el caso Bárcenas.
Pero no hay quien lo tape. No se puede. Es demasiado gordo. Afecta a la esencia misma de la democracia. Deslegitima todo lo que toca. No es un asunto particular de un señor concreto. Es una forma de actuar del partido conservador durante veinte años que ha pervertido el funcionamiento de las instituciones, ha hecho burla de la democracia y la ha convertido en un juego de enchufes, fraudes, malversaciones, embustes, etc. Y todo bajo la dirección de Rajoy.
Esa es la cuestión. El caso Bárcenas es hoy el caso Rajoy. Ni Gibraltar, ni alcaldadas, ni gamberradas juveniles, ni falsedades, ni gazmoñerías. La presunta corrupción del PP y la incuestionable, irrenunciable responsabilidad política de Rajoy, quien ya debiera haber dimitido si su país le importara algo. Y eso es algo sabido por todos. Lo confiesen o no.
Es vergonzoso escuchar a unos u otros ministros asegurar que Rajoy es una "persona honrada"; como lo es escuchárselo a él mismo. La honradez, al igual que la confianza, es de cristal y solo se habla de ella si falta. Lamentable asimismo ver a los segundos del partido, los pintorescos portavoces, justificando ahora los astronómicos sobresueldos de Rajoy, bien con argumentos achulapados de ytumás (Floriano), bien con delirios seudoempresariales sobre productividad del trabajo o algo así del pícaro González Pons.
Esos sobresueldos, ese millón y pico de euros, no tienen justificación alguna. Son una vergüenza. Como los sobresueldos repartidos arbitrariamente a lo largo de los años a unos u otros dirigentes del PP probablemente por no otro criterio que el capricho de la jefatura. Una oligarquía de enchufados cobrando una pasta a las escondidas y viviendo a cuerpo de rey a todos los gastos pagados mientras la gente pasa necesidades.
Ese es el núcleo de la cuestión: la pasta. Todas las afirmaciones de "no estoy en esto por el dinero" o "como registrador de la propiedad ganaría más" son falsas por irrelevantes. La carrera política es voluntaria, no obligatoria. Nadie los obligaba a emprenderla. No tienen, mpues, derecho a "compensación" alguna en el caso de que perdieran dinero y la dedicación tiene una carga de ejemplaridad que no se puede soslayar. Prueba de que es así es que la práctica que pretende defenderse se ha mantenido oculta hasta ahora. Después, al conocerse, se negó vehementemente, amenazando con querellas mil a quien la denunciase (por cierto, Floriano sigue sin querellarse contra todos los que decimos que cobraron en B) y, por último, hoy se trata de defenderla a la desesperada.
Todo eso se vio el día en que, hace años, en un programa de TV, una señora preguntó a bocajarro a Rajoy que cuánto ganaba y este se sobresaltó, le hizo repetir la pregunta y, por fin, no contestó. En ese momento, en esa negativa a responder, estaba la clave del personaje y su acción política. Porque siguió sin decirlo. Inclusó mintió. Cuando meses después volvieron a preguntarle cuánto ganaba, tampoco lo dijo, pero aseguró que tenía que mirar la cuenta todos los meses "porque lo necesitaba". Luego supimos que ese año había ingresado unos 240.000 euros, lo que da la medida de la granujería del personaje.
Fácil era deducir que ahí estaba el meollo del asunto; de todo. De la acción del PP, de su corrupción, del juego sucio para ganar elecciones o para torcer las que había perdido. Palinuro lleva meses diciéndolo. Insistiendo a los grupos de la oposición en que preguntaran directamente en el Parlamento cuánto ganaba Rajoy y por qué conceptos, porque nunca lo dijo. No lo hicieron y, sin embargo, ahora este asunto se ha convertido en el eje de su acción parlamentaria. Han perdido un tiempo precioso. Pero, cuando menos, es de esperar que no lo vuelvan a perder. Un asunto es bien claro: diga lo que diga Rajoy, lo que repitan sus portavoces o difundan sus voceros en los medios, no solamente él sino presuntamente el aparato en su conjunto están en política por la pasta. En otros términos, según los papeles de Bárcenas, el PP es una organización de gente pagada por la patronal para hacerse con el poder político y ponerlo a su servicio. Políticos profesionales a doble o triple sueldo. Un negocio, vamos.
(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).