dissabte, 29 de juny del 2013

Una agonía en diferido.


El comportamiento de Rajoy, el enroque numantino en el silencio, solo roto con expresiones desconcertantes, tiene al personal maravillado. Hasta en su partido se hacen cruces de hasta dónde quiere este hombre prolongar el trance inevitable de su dimisión. Es inaudito que se siga aceptando esta situación grotesca de que un presidente de gobierno se niegue a dar explicaciones de sus actos cuando se encuentran bajo vehemente sospecha de corrupción. De seguir así podemos encontrarnos con que Rajoy, hipotéticamente citado por el juez, declare que ya ha dicho todo lo que tiene que decir.

Exactamente lo que hizo ayer, cuando le preguntaron por el asunto de Bárcenas (primera pregunta). Afirmó: Sobre ese asunto ya he dicho cuanto tenía que decir. "Ese asunto" es Bárcenas, cuyo nombre sigue sin salir de la boca del presidente, al menos en público. Parece como si los papeles que lo señalan como receptor de un millón y medio de euros fueran propiedad de nadie. Pero no a la astuta forma de Ulises, sino de nadie en sentido estricto. Bárcenas no existe. Y lo que no existe, caramba, no tiene nombre. Eso es cierto pero, en su ingenuidad algo primitiva, él da la vuelta a la proposición: lo que no se nombra, no existe.

Pasemos por alto este recurso algo ridículo en atención a la guerra de nervios a que el presidente está sometido y vayamos al contenido de su declaración. Afirma que no va a seguir hablando del "asunto" porque ya lo ha dicho todo. Raro sería que fuera cierto, tratándose de alguien que no solo falta a la verdad sino que lo admite. Para comprobarlo, vamos a rastrear todo lo que ha dicho hasta ahora al respecto.

Su primera y más sonada afirmación fue en 2009, al sostener bien alto que nadie podrá probar que Bárcenas y Galeote no son inocentes. Por aquel entonces, Bárcenas existía, tenía nombre y Rajoy lo pronunciaba, pues era su amigo y persona de confianza a quien él había designado. No padecía aún esa amnesia selectiva. Y no solo tenía nombre. Tenía su honradez archidemostrada, era Senador de la Nación y tesorero del PP. Lo importante, para trincar, claro, era lo segundo. Pero su garante era Rajoy.

¿En qué momento desapareció Bárcenas y perdió sus atributos, incluido el nombre? Sencillo, en cuanto se hizo público y fue oficial que en el PP llevaban años cobrando sobresueldos barcénigos en sobres, según los papeles en poder del juez. Allí fue donde, a la pregunta de un periodista, casi al vuelo "¿hubo sobresueldos en el PP?", Rajoy respondió, esquivo, sin detenerse, casi a la carrera: Sí, hombre. Una expresión que no quiere decir nada, puesto que no es un "no" claro, sencillo, rotundo.

El "no" vendría un mes después, pero transmitido a través de una pantalla de plasma, en forma de breve alocución leída en la que había una sola referencia al "asunto". Rajoy se ponía serio y afirmaba que Nunca he recibido ni he repartido dinero negro. Y, para demostrarlo, se declaraba dispuesto a mostrar su declaración de la renta. Dejando al margen el hecho de que nadie, ni Rajoy seguramente, declarará a Hacienda cualquier posible dinero negro, el hecho es que facilitó la de un año y no correspondiente a los ejercicios en los que se le achacaban los cobros. En todo caso, la cuestión de la "negrura" del dinero no puede decidirla el propio interesado sino que corresponde a los jueces en un sentido jurídico y a la ciudadanía en uno político. O sea, seguía sin decir nada ni probar nada.

Como el escándalo arreciase y Rajoy no pudiera refugiarse tras el plasma por verse obligado a mantener ruedas de prensa en el extranjero, a las insistentes preguntas de los periodistas decidió dar un mentís categórico a su modo y creyó zanjar la cuestión diciendo: Todo es falso, salvo alguna cosa. Estas sorprendentes tonterías acabarán formando una antología de necedades como las que a veces se hacen de los presidentes especialmente incompetentes, por ejemplo, Bush. Pero, a nuestro efectos, el buen hombre continuaba silente, sin explicarse. 

Y cargado de razón ayer, tras haber respondido que no tenía nada que decir a la primera pregunta de los periodistas, zanjó la segunda con un asombroso ya tal que provocó la hilaridad de los asistentes, a carcajada limpia.

Porque, ¿puede considerarse que los dislates y absurdos que el presidente ha ido hilando en los seis meses desde la revelación de los papeles bercénigos sean haber dicho algo? Hasta el momento no ha dicho nada, se ha callado, no se ha querellado con Bárcenas y ha ordenado a sus subordinados en el partido (y casi todos ellos figurantes en la contabilidad de los sobresueldos) que mantengan un silencio propio de omertà. Si ya ha dicho "todo lo que tenía que decir", todo lo que tenía que decir resulta ser nada. Rajoy no ha dicho nada en seis meses respecto a la cuestión esencial: ¿cobró usted o no 1.500.000 de euros, se subió el sueldo más de un 20 %, mientras pedía e imponía sacrificios y recortes a sus paísanos y encima los engañaba insinuando que tenía problemas a fin de mes? ¿Sí o no?

La situación es bastante mala porque, siendo evidente para todo el mundo que Rajoy debe dimitir, no hay nadie en su partido que pueda imponer esa dimisión y quienes en teoría podrían hacerlo, Aznar, Gallardón, Aguirre, aparecen también salpicados en el "asunto" tanto como Rajoy, tienen presuntos sobresueldos, malversaciones, corruptelas de todo tipo por las que pueden ser encausados en cualquier momento y, como aquel, carecen de crédito y autoridad moral para iniciar regeneración alguna. La corrupción en el partido es general.

Esa corrupción debilita al gobierno del Estado en un momento decisivo, cuando se intensifica la pretensión independentista catalana. Tengo para mí que los dos partidos dinásticos y nacional-españoles, el PP y el PSOE, no calibran bien el alcance y el respaldo de esa pretensión. Piensan con categorías del pasado que podrán frenar el independentismo valiéndose del Tribunal Constitucional y, en último término, de medidas coactivas de otro tipo. También abrigan la esperanza de desactivar el independentismo mediante concesiones de carácter económico; cediendo en la cuestión del cupo, por ejemplo. Piensan, sobre todo en el PP, que así se atraen a CiU a la causa española, al menos de momento. Lo suficiente para salvar los trastos. Quienes vengan detrás, que arreen. Es un error de visión de estos políticos de vuelo raso. Lo verán en los próximos meses. Y una cuestión importante en todo esto es cuál sea la autoridad del gobierno de Rajoy, que es un zombie, para hacer frente al mayor desafío hasta la fecha a la planta territorial española.

(La imagen es una caricatura mía sobre una foto de La Moncloa en el dominio público).