El país entero celebró ayer la entrada en prisión de Bárcenas y el triunfo de la Roja. La noticia de que el juez enviaba al ex-tesorero al trullo conmocionó a todo el mundo y tuvo el poder de levantar del asiento en vilo a Cospedal, quien abandonó el pleno de su parlamento, diez minutos antes de que estallara la bomba mediática.
Ahora bien, lo importante de esta noticia no es ella misma pues prácticamente nadie entendía ya qué hacía el pájaro fuera de la jaula con todo lo que se sabía de él. Su encarcelamiento se daba por descontado. Lo importante, lo electrizante, es qué va a suceder ahora, cuáles serán las reacciones de todos los implicados, prácticamente la cúpula del PP, parte del gobierno con su presidente a la cabeza y el presidente de honor del partido. No debe olvidarse que el asunto comenzó con una querella de IU contra Bárcenas y Álvaro Lapuerta en la que estaban incluidos también Rato, Arenas, Trillo y algún otro. Sin duda, Bárcenas será juzgado por presuntos delitos contra la Hacienda, pero lo decisivo aquí es la interpretación política. Bárcenas era un mandado de Aznar y Rajoy. Este lo ascendió de gerente a tesorero, es decir, le dio las llaves de la caja. Es obvio que le incumbe aquí una responsabilidad política como una mole de granito.
Pero es que, además de los supuestos delitos contra la Hacienda, están los famosos papeles del tal Bárcenas que no es posible ignorar porque implican a Aznar, a Rajoy, Cospedal, Arenas, etc. A todo quisque, de esos que se pasaron los últimos años llenando las hemerotecas de declaraciones altisonantes sobre la acrisolada honradez del ex-tesorero, su indestructible inocencia, su buena fe y transparencia que, por supuesto, compartía con todo el partido, modelo de honradez cristalina. Es imposible acallar el escándalo de los sobresueldos barcénigos, por más que Rajoy haya impuesto un silencio casi trapense a su cofradía y él prefiera arrancarse la lengua de un mordisco antes que pronunciar el fementido nombre.
No, no es posible silenciar un asunto tan oprobioso. La cúpula del PP, según parece, lleva los últimos veinte años viviendo a lo grande a cuenta de los sobresueldos de Bárcenas y de los regalos de las más variadas formas de la Gürtel. Quienes suelen repetir que no están en política por la pasta estaban forrándose. Daban a esos cobros nombres fabulosos y ficticios, como gastos de representación o compensaciones por la penosa condición de diputado. Prueba de la mala conciencia con que se los embolsaban.
Esta ha sido patente desde el primer momento en el comportamiento de Rajoy: se ha negado a dar explicaciones, a hablar del asunto, a mencionar el nombre de Bárcenas. Ha afirmado su inocencia de forma dubitativa y balbuceante. Rehúye las ruedas de prensa. No admite preguntas. Habla a través del plasma. No da cuenta de sus ingresos. No se querella contra Bárcenas.
Y es inútil. En algún momento tendrá que aclarar Rajoy si cobró esas cantidades que figuran bajo su nombre en los papeles incriminatorios. Mientras no lo haga, estaremos autorizados a pensar que sí cobró tales cantidades. Durante años. Y ¿saben ustedes qué es lo más repugnante de esta repugnante historia? La desvergüenza, la hipocresía con que el personaje aseguraba que miraba su cuenta a fin de mes porque tenía los problemas de todos los ciudadanos. Por entonces, nuestro amigo, según parece, se embolsaba 200.000 euros anuales de sobresueldo. Si miraba la cuenta a fin de mes sería para que no se desbordara. Es decir, es un embustero, un falso que, con tal de conseguir lo que quiere, no tiene inconveniente en engañar a la gente y hacerse pasar por lo que no es.
No se entiende que una persona así sea presidente del gobierno. Y aun se entiende menos que siga siéndolo con lo que ya se sabe.
(La imagen es una caricatura mía sobre una foto de La Moncloa en el dominio público).