Al día siguiente de los debates, encuestas: ¿quién ganó? Los medios de la derecha darán ganador por aplastamiento a Rajoy. Al fin y al cabo su misión no es reflejar la realidad sino crearla. Por eso, a veces, dan cuenta de lo sucedido antes del suceso. Los otros harán triunfador a Rubalcaba, a Lara o a una mezcla de ambos, aunque no en tonos tan ditirámbicos. Lo malo de estas encuestas es que no hay modo de medir objetivamente lo que se adjudica. Basta ver con qué fervor de doctrinos aplaudían los diputados del PP, todos en pie, a su líder, de regreso de su confuso discurso, como probablemente hacía el pueblo elegido cuando Moisés bajaba del Sinaí con las tablas de la ley.
Para Palinuro, de haber un ganador sería bifronte: Rubalcaba-Lara. Si este último se quitara esa fastidiosa manía de frotar por las narices a los socialistas sus meteduras de pata del pasado sin reconocerles jamás un solo mérito o, por lo menos mezclara crítica y reconocimiento, aparte de ser más justo, haría más visible la posibilidad de una unidad de la izquierda. Pero eso ya queda para el intradebate de esta.
Lo más llamativo desde el punto de vista de Palinuro es que los dos principales dirigentes de la oposición no estuvieron a la altura de las circunstancias. Abordaron, sí, la cuestión de la corrupción y pidieron la dimisión de Rajoy, pero no vincularon directamente aquella a la persona del presidente del gobierno, al menos de modo claro y explícito. Tenían que haberle dicho que respondiera de una vez a la pregunta sobre la cuantía real de sus ingresos y su procedencia. Su nombre aparece en los papeles de Bárcenas. Él dice que todo es falso, pero no se defiende judicialmente como otros de su partido. Mientras esto no se aclare será un presidente bajo sospecha. Y un país no puede estar dirigido por un presidente bajo sospecha.
Desde luego, Rajoy armó toda su intervención en torno a la crisis con dos vertientes muy claras: a) el desastre de la herencia recibida, culpable de las medidas que se han tomado, y b) el buen resultado de estas, gracias a las cuales se ha evitado el rescate y se avizora una recuperación, aunque no se le dé forma. La veracidad de este aserto es tan inexistente como su lógica. Ya hubo un primer rescate y, actualmente, estamos intervenidos por unos forasteros bruselenses que vienen a inspeccionar de vez en cuando. El resto de su discurso en materia económica fue confuso, ambiguo, manifiestamente improvisado, los datos estaban sesgadamente interpretados. Obviamente, un discurso confeccionado para consumir tiempo sin decir nada, en especial de la corrupción y de su situación personal que es lo que verdaderamente tiene ocupado a Rajoy.
Tómese ese extraño dato, abundantemente señalado por los medios de que el presidente jamás pronuncie en público el nombre de Bárcenas. Es muy curioso. No es un recurso a la epojé fenomenológica. Va más allá, entra en lo neurótico, se trata de una verdadera represión psicoanalítica y más, de una forclusión lacaniana. El significante "Bárcenas" no solamente no está en el consciente de Rajoy sino que tampoco está en su inconsciente. ¿Cómo va a nombrarlo? Lo malo es que nosotros sabemos que Bárcenas, el innombrable, Luis el cabrón es bien real.
Así pertrechado y sin dejar de atacar a los socialistas, Rajoy justifica su comportamiento tan contrario a los usos de las naciones civilizadas con la excusa, un hallazgo a su parecer, de que no cumplió su palabra, pero sí su deber. El primer deber de un hombre es cumplir su palabra. Y, si no puede, abandonar (no necesariamente suicidándose), pero no hacer lo contrario de lo que dijo. Porque en este caso, se trata de un fraude. La palabra incumplida era falsa.
Tómese ese extraño dato, abundantemente señalado por los medios de que el presidente jamás pronuncie en público el nombre de Bárcenas. Es muy curioso. No es un recurso a la epojé fenomenológica. Va más allá, entra en lo neurótico, se trata de una verdadera represión psicoanalítica y más, de una forclusión lacaniana. El significante "Bárcenas" no solamente no está en el consciente de Rajoy sino que tampoco está en su inconsciente. ¿Cómo va a nombrarlo? Lo malo es que nosotros sabemos que Bárcenas, el innombrable, Luis el cabrón es bien real.
Así pertrechado y sin dejar de atacar a los socialistas, Rajoy justifica su comportamiento tan contrario a los usos de las naciones civilizadas con la excusa, un hallazgo a su parecer, de que no cumplió su palabra, pero sí su deber. El primer deber de un hombre es cumplir su palabra. Y, si no puede, abandonar (no necesariamente suicidándose), pero no hacer lo contrario de lo que dijo. Porque en este caso, se trata de un fraude. La palabra incumplida era falsa.
¿Qué valor tiene la de Rajoy cuando anuncia una batería de normas para luchar de ahora en adelante eficazmente contra la corrupción? Ninguno. Basta con recordar su condición de presidente de un partido que no ha aclarado si tiene o no empleado a Bárcenas. Comprometerse a castigar las corrupciones venideras pero no a aclarar las presentes es un intento de birlibirloque impropio hasta de la política española.
En estas condiciones ha sido muy de lamentar que los dos dirigentes de la oposición no plantearan directamente la corrupción como un problema personal de Rajoy. Se entiende esa abstención. Ambos son personas educadas y no quieren llevar los asuntos a un terreno de honor personal por prudencia. Pero es inexcusable que lo hagan. No solo porque Rajoy no se hubiera abstenido. Hizo cosas peores, como cuando acusó a Zapatero de traicionar a las víctimas de ETA y poco menos que de ser el instigador de los atentados. Pero ahora el asunto debe plantearse como una señal de depuración de responsabilidades políticas en serio. Un gobierno con un par de ministros o más francamente destituibles, no puede estar dirigido por un presidente que se niega a disipar convincentemente las sospechas que pesan sobre él.
Sin embargo, la oposición lo ha dejado escapar.
Sin embargo, la oposición lo ha dejado escapar.
(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).