Se hacen cábalas sobre el debate del estado de la Nación de hoy. Según parece, la táctica de Rajoy será marcharse de paseo por Europa y hablar bruselense con el añadido, ya preanunciado en los medios, de una medida-bomba de carácter económico. El déficit, los logros del gobierno, la economía, mucha economía y confianza en un futuro de gloria al que nos conducirá con mano firme quien no ha dicho una sola verdad desde que tomó posesión jurando acatar la Constitución con un crucifijo delante.
No quiere ni oír hablar de la corrupción. Justo uno de los temas que más preocupan a los españoles. Y no solo preocupan. También indignan. Se entiende: la coincidencia de dos fenómenos tremendamente negativos tiene un efecto explosivo. Uno de ellos es la profunda y pertinaz crisis económica; el otro, el comportamiento escandaloso, presuntamente delictivo, de una gran cantidad de dirigentes del PP, con o sin cargo público. Las comparaciones encienden los ánimos. Quieren desahuciar a una anciana por una deuda de 300 euros y el amigo Bárcenas tenía veintidós millones agachados en Suiza. Ponen a la gente en la calle a cientos con la indemnización mínima, casi ridícula y al compañero Sepúlveda le regalaron, según el juez, 500.000 euros con la condición, entiendo, de que su mujer o exmujer nos los viera. Escatiman el salario mínimo a la gente y regalan 60.000 euros al año a un mozalbete sin cualificación alguna, para que interprete el papel de nuestro hombre en la Habana. Hay casi seis millones en el paro pero todos los familiares, amig@s y client@s y allegad@s del PP están enchufad@s con sueldos de cine.
La oposición tiene que hablar de la corrupción, que debe ser el eje de su discurso. Lo de Europa está muy bien pero si el país no sale adelante es porque tiene un gobierno desacreditado y sin legitimidad, acosado por la corrupción en su partido. Y él mismo bajo sospecha en la persona de su presidente, acusado de recibir dineros irregulares mediante sobres y sin que hasta la fecha lo haya desmentido de modo tajante, claro y firme. Y tampoco ha emprendido acciones judiciales en defensa de su honor, como han hecho algun@s de sus subordinad@s, por ejemplo, Cospedal. No es viable un gobierno con un presidente bajo sospecha. Incluso aunque Javier Arenas resucite la teoría de la conspiración del 11-M que, como los vampiros, nunca muere del todo.
Es de la corrupción de lo que la oposición tiene que hablar. Y debe hacerlo en su lenguaje, no en la neolengua del gobierno, con términos inteligibles para todos y dando a los hechos la interpretación que merecen, no la embellecida del poder. Así, allí donde el gobierno habla de privatizar, la izquierda lo hará de expoliar; donde el gobierno dice venta de bienes públicos, la oposición traducirá almoneda al mejor postor; donde reformas, recortes; donde racionalización, encarecimiento; copago, repago; modulación, prohibición; crisis económica, estafa; crisis de la banca, más estafa; auditoría interna, enjuague; auditoría externa, encubrimiento; transparencia, ocultación; todo el peso de la ley, todo el peso del indulto.
Pero, lo fundamental, la oposición debe retar al presidente del gobierno a zanjar de una vez por todas las sospechas de comportamientos ilegales. Es lamentable llegar a esta situación y hasta se hace un poco violento por vergüenza ajena pero es que el presidente del gobierno parece carecer no ya de pundonor sino de un sentido mínimo de la dignidad. De esta forma, la pregunta debe ser clara e inequívoca: ¿quiere el presidente del gobierno decir al parlamento ya que hasta ahora no lo ha hecho, cuánto cobra y ha cobrado en los últimos cuatro años, de qué procedencia y bajo que concepto?
(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).