Ya hace días que Rajoy tiene a los suyos, gobierno y partido, a estricta dieta de silencio sobre el caso Bárcenas. Todo lo que se hable, amigos, podrá utilizarse en contra nuestra. Silencio, pues. Él se la aplica, como se sabe, hasta desfallecer. Sus labios no pronuncian la palabra Bárcenas ni bajo tortura. En realidad, no pronuncian palabra alguna en cuanto haya cerca un periodista, raza apestosa a la que hay que hablar desde el hiperespacio. Insiste en su declaración de principio, juramento de Santa Gadea: todo es falso. Y ahora, ya, sin matices. Un todo totalitario, al estilo de Franco. Nada de salvo alguna cosa que han publicado los medios. En realidad, él nunca pronunció esa frase. Fue una interpolación tecnológica malvada del Gran Wyoming. Todo es falso. Los papeles de Bárcenas son falsos. Bárcenas es falso. Él mismo es falso. Grave error de furibundo idealista que se ha tomado a lo pedestre el esse est percipi. La realidad es aunque tú no la percibas, máxime si, además, la percibes. Negarse a nombrarla no la hace menos real.
Bárcenas es el principio de la realidad, está ahí, sus papeles son reales y de sus papeles se desprenden unas conclusiones que hacen moralmente insostenible la continuidad de Rajoy como presidente del gobierno. No debemos despistarnos preguntándonos qué sabrá Bárcenas para que Rajoy lo haya mantenido en su puesto y cobrando opíparamente tras haber dimitido de todos sus cargos y causado baja en el partido. Eso se sabrá en su momento. Es la realidad presente, esta en la que nos movemos la que condena al presidente a una dimisión inevitable. Un presidente del gobierno -presidente además del partido- no puede tolerar una situación como la de Bárcenas, a sueldo (y, al parecer, irregular) del partido en el que ha causado baja.
El resto de las peripecias de Rajoy va en el mismo sentido de deslegitimación del personaje. Sigue sin estar claro si cobró o no los famosos sobresueldos de Bárcenas, como tampoco parece estarlo si cobra algún devengo por el registro de la propiedad de Santa Pola. Todo ello se refleja después en sus caóticas declaraciones de la renta y al congreso, en las que no coinciden las cantidades. Por eso resulta tan chusco oírle ahora retar al líder de la oposición a que haga lo mismo que él, olvidando maliciosamente que él lo ha hecho por obligación y nada obliga, por ahora, a la otra parte, sobre la que no pesa la vergonzosa sospecha que pesa sobre él de haber apandado con lo que no le corresponde.
Lo más grave hasta la fecha es el régimen laboral y retributivo de Bárcenas desde que causó baja como tesorero, senador y miembro del partido, pero mantuvo todas sus retribuciones (y hasta cabe suponer, quizá competencias, pues compartía una cuenta corriente viva del PP con Cospedal) con pleno conocimiento del presidente del partido y de su secretaria general. Esta negó rotundamente toda relación del partido con Bárcenas, faltando clamorosamente a la verdad. Mintiendo, vamos, en román paladino. Su dimisión es obligada, por embustera. Aquel, ya lo hemos visto, ha enmudecido. De Bárcenas no habla, ni siquiera bien, como hacía alegremente un par de años antes. Pero saber, sabía. Bárcenas no es un Jaguar. Y si sabía, debe dimitir.
Mariano el Taciturno, habitante de La Quinta del Tuerto, no puede seguir gobernando el país. Carece de autoridad. Su gobierno hace aguas. La ministra Mato, objetivo predilecto de los medios, la oposición, la calle, no puede obviamente ejercer su ministerio, si es que alguna vez lo hizo. Gallardón parece ir siguiendo sus pasos. La sombra de su gestión como alcalde lo persigue y esa mordida de 120.000€ que parece haber pagado al omnipresente Urdangarin lo pone al nivel de Rita Barberá. La dimisión de Montoro es también muy necesaria aunque solo sea por ver si consigue aclararse sobre lo que hace. Que la ministra Báñez debiera igualmente dimitir lo piensa hasta la Virgen del Rocío.
Y, si no es Rajoy, ¿quién? Eso ya se verá. De momento lo urgente es que aquel presente su dimisión al Rey y entre en funcionamiento el mecanismo constitucional. El Rey llama a consultas a los líderes de los partidos parlamentarios, empezando por Rajoy. El resultado de las consultas puede ser muy variado. Hasta es pensable (pero poco probable) un gobierno Rajoy II. También puede no haber resultado y, agotados los plazos ser precisas elecciones. No sucede nada. Unas elecciones aclararían las cosas y darían al gobierno el apoyo, poco o mucho, que ahora no tiene. El país no puede estar gobernado por un presidente deslegitimado ante la opinión, cuestionado en su propio partido y visto con absoluta reticencia en el extranjero. Sencillamente, no es posible.
(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).