Impresionado por el naufragio de El País, ese símbolo de la prensa libre de calidad durante la transición y de la transición misma, la entrada de Palinuro de hoy iba dedicada a este asunto. Pero, según iban pasando las horas, seguía pensando en esta cuestión e iba calentándoseme la sangre cuando consideraba el comportamiento de Cebrián a lo largo del proceso. ¡Un millón de euros mensuales por hundir una de las empresas más emblemáticas del país! Un acto de saqueo y pillaje desvergonzado, mucho más desvergonzado que las granujerías de las cajas de ahorros porque se ha hecho en nombre de los ideales de convivencia democrática y regeneración ética de nuestro país, de lucha contra la corrupción y otras lacras crónicas en España.
Y según iba indignándome con el recuerdo de las veces que este pavo, Cebrián, se ha manifestado en público, siempre el más listo, el más brillante, el más honrado, luchador y decidido, mientras ocultaba este comportamiento ruin, miserable, de apandador, se me venía a la cabeza la persona de Polanco. Menos mal que tanto este como Javier Pradera se han muerto antes de que la realidad haya puesto en su sitio a quien, finalmente, ha resultado ser un impostor. Porque, mientras Polanco vivió, Cebrián se limitó a medrar a su sombra, ser su alter ego, imitarlo en todo con tanto éxito que parecía que estuviera animado por un espíritu parecido al del león de Santillana.
Pero no era así: fue morirse Polanco y desplegarse un plan de saqueo de PRISA en beneficio de Cebrián y los cebrianes de turno que ha acabado arruinando una empresa un día puntal del buen hacer periodístico, con consistencia intelectual, para convertirlo en una aventura ruinosa, mero hacinamiento de mediocres apesebrados que han tejido una tupida red clientelar y de enchufismo de la que, por cierto, no queda enteramente libre el PSOE que siempre ha mantenido una relación subrepticia de amistad con este diario muy conveniente para influir en él, en su línea y hasta vetar a autores y personas no gratos a los burócratas al frente del partido. Y todo esto gracias a que, pendientes de sus intereses personales, los mediocres (que forman la mayor parte de esos increíbles 450 altos cargos de una empresa que tiene 450 trabajadores ordinarios, un alto cargo con su alta paga por cada trabajador), le han seguido la corriente y han mantenido la superchería y la impostura de que Cebrián, cuando menos, fuera un buen administrador. Bien claro se ve ahora que su gestión ha hundido el grupo PRISA, lo ha descapitalizado, arruinado y ha enviado a mucha gente al paro. Si lo ha hecho por mera incompetencia o con aprovechamiento y malicia, como supone Palinuro, se averiguará si, como puede pasar, acaban interviniendo los tribunales. En todo caso lo que está claro es que no se trata de la única impostura de este hombre que ha vivido de ellas.
Siendo director de El País, es decir un hombre poderoso, en cuya mano estaba publicar (y remunerar) colaboraciones escritas de los académicos que, en la mayoría de los casos, se morían de ganas de verse en los periódicos, maquinó un proyecto con Luis María Anson, entonces director del ABC para hacerse miembro de la Academia, gracias a su común influencia. Anson es un hombre insoportablemente pretencioso y cursi pero, cuando menos, es culto; tanto como bastantes académicos o, incluso más. Pero Cebrián, no. No es culto (al contrario, es bastante ignaro), ni escribe bien, ni tiene virtud alguna para ser académico salvo su poder para publicar o no a sus colegas. Es un académico sin méritos. Una de sus imposturas.
La otra hace referencia a su condición de ensayista y literato. Cualquiera que haya leido algún texto de nuestro hombre sabe que, como ensayista, es vulgar, sin método ni chispa y, como literato, lo mejor es que se olviden sus intentos. Y eso que ha gozado de unos medios de difusión y publicidad como no los ha tenido nadie nunca en España. En el colmo del peloteo institucional, alguien rodó una película (subvencionada, claro) sobre su novela La rusa, casi tan mala como el libro. Otra impostura.
Por último, la gran relevancia social que obtuvo mientras actuó a la sombra de Polanco y que consolidó luego cuando, libre del protectorado del jefe, pudo dar rienda suelta a sus desatentadas ideas, lo han configurado como hombre público influyente e importante en los círculos internacionales. La última impostura. No tiene absolutamente nada que decir de su cosecha personal sobre ninguno de los problemas que aquejan al mundo actual. Ni posee influencia ni poder alguno como no sea el de abrir o cerrar las páginas de El País a unos u otros autores, según sus preferencias personales, ideológicas, estilísticas y de pura presencia.
La ruina de El País es obra exclusiva de Cebrián, cuyas imposturas que muchos veníamos exponiendo desde hace tiempo, quedan hoy a la vista de todos.
(La imagen es una captura de dilmarousseff, bajo licencia Creative Commons).
(La imagen es una captura de dilmarousseff, bajo licencia Creative Commons).