dijous, 11 d’octubre del 2012

Españolizando.

Impecablemente ataviado con su camisa azul marino, muy apropiada para la ocasión, el ministro Wert desnudó ayer en sede parlamentaria el alma de su gobierno, sacó del armario el espíritu reciamente patriótico y soltó que el propósito de aquel es españolizar a los niños catalanes. ¡Qué gran jefe de la diplomacia ha perdido España! Pareciéndole de inmediato algo arriscado, belicoso, ese españolizar, se mostró magnánimo y autorizó a los niños catalanes un fifty-fifty, tan orgullosos de sentirse catalanes como españoles. O algo así.
Menudo disparate que ha dejado consternado a todo el mundo. No me extraña que tenga la más baja valoración popular y, por baja que sea, será demasiado alta.
No se trata de que se pretenda imbuir una identidad a través de la educación porque, al fin y al cabo, eso es lo que hacen todas las educaciones; se trata de que se quiera imponer a la fuerza en competencia con otra identidad de la que, sin embargo, se predica que también es española. Por eso se le niega el recurso a la independencia porque, se dice, España no puede admitir la independencia de una de sus partes. O sea la identidad catalana ya es española, según el punto de vista del ministro españolizante. ¿Por qué hay que españolizar lo español? ¿Puede ser que el ministro no sepa lo que dice o que haya ideas discrepantes sobre lo que sea lo español?
El verbo españolizar despierta ecos de turbios pasados. Supongo que las almas cándidas recordarán la polémica del 98 sobre si europeizar España o españolizar Europa. Pero este ejemplo no hace al caso salvo que, en un estallido de enajenación, venga a decirse que sí, que el mandato unamuniano de españolizar Europa afecta a Cataluña, de la que siempre se ha dicho que es Europa en España. Pero esto es otro disparate, aunque inofensivo.
El verbo ha empezado a bailar por las redes y estas le han encontrado los orígenes en lo más rancio de la retórica falangista y fascista españolas. Twitter se llenó de testimonios. Uno vale por todos, esa orden de la Junta de Defensa Nacional de Burgos, la de los fascistas, de fecha 28 de agosto de 1936 en la que se ordena españolizar la enseñanza.
Si 76 años después de aquella orden de los facciosos que se aplicó en España a rajatabla manu militari durante los siguientes cuarenta la autoridad, el gobierno, tiene como objetivo lo mismo, exactamente lo mismo, esto es españolizar a alguien, ¿cabe pensar que se ha fracasado? Al menos es razonable hacerlo, ¿no?
Sostengo que la política educativa españolizante de la derecha es un acicate para el independentismo y que su manifiesto fracaso se debe a que por españolizar la derecha entiende imponer su visión de España, cargada de ideología, de prejuicios de valor, una España nacional-católica, regida por la iglesia, cuyo símbolo nacional son las corridas de toros, declaradas, según parece, patrimonio artístico o cultural. Es decir, en efecto, hay una discrepancia profunda sobre lo que sea lo español. Un problema de identidad que el país arrastra desde hace siglos y que no por negarlo es menos evidente.  La esencia misma del nacionalismo español, tanto más vociferante y españolizante cuanto más duda de sí mismo. España es el país del nacionalismo titubeante; por eso es tan peligroso.
(La imagen es una captura del vídeo de El País, sobre la sesión de control al gobierno.