El editorial de ayer en El País en defensa de la monarquía española (El ‘caso Urdangarin’ y el futuro de la Monarquía), se comentó mucho en la corrala digital. ¡Por fin el diario de referencia muestra sus cartas! Poker de Reyes, y que se fastidie el ABC, realista casposo, incapaz de entender la esencia posmoderna de una monarquía democrática o una democracia monárquica.
¿Qué necesidad había de salir a tumba abierta con el sable desenvainado en defensa de la institución? Grande había de ser pues, con estas ardorosas defensas, se corre el riesgo de debilitar la causa que se propugna que muy sólida no será cuando precisa paladines. Y, en efecto, grande era la necesidad: la necesidad de aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid. Más claramente: El País aprovecha que la monarquía en España está sometida a injusto descrédito y ataque a cuenta del "caso Urdangarin" para salir en defensa de la institución en sí misma que es lo que, en el fondo, le mola.
Efectivamente es injusto proyectar sobre la Corona, sobre el Rey o sobre quien sea las sombras de los supuestos delitos urdangarinianos. El Rey no es responsable de los actos de Urdangarin. En realidad no es responsable de los actos de nadie, ni siquiera de los suyos, lo cual es verdaderamente pintoresco. Y tampoco lo es la institución que encarna. Tiene, pues, razón El País: establecer aquí una relación de causa efecto es cosa de prensa amarilla o del corazón. O sea de gente que no merece consideración.
Pero una cosa es explicitar perogrulladas y otra distinta meter de matute convicciones ideológicas como si repondieran a las leyes imperecederas del universo. Decir que la monarquía no tiene que padecer descrédito alguno por el comportamiento de Urdangarin es una cosa y otra muy distinta sostener que un debate sobre la jefatura del Estado "no es más que una contorsión intelectual y mediática que la sociedad española debe rechazar con toda contundencia", remachar que "España no necesita de un debate artificial sobre la jefatura del Estado" y concluir como quien no quiere cosa que la Monarquía es "la forma de Estado que libremente fue asumida por los españoles durante la Transición política".
El Pisuerga pasa por Valladolid pero la gente no es tonta. No es verdad que la monarquía sea la forma de Estado libremente asumida por los españoles. La Ley para la reforma Política de 1976 que consagraba la Monarquía era la 8ª Ley Fundamental franquista y el referéndum en que se aprobó, un referéndum franquista, aunque sin Franco. Votar "sí" era malo; pero votar "no" era peor. ¿En dónde estaba la libertad? La Constitución de 1978, hoy vigente, que se hizo al amparo de dicha ley (que ella misma deroga después, como para borrar las huellas de su innoble origen), ya traía el Rey puesto. Es decir, el Poder Constituyente no era tal, sino un mero poder constituido que se limita a reconocer la Monarquía previa con el Rey que sanciona el texto. La prueba es que ni entonces ni ahora habló nadie de Cortes constituyentes, ni de poder constituyente. Cabe hablar, aunque no se haga por cierto pudor, de una Carta otorgada antes que de una Constitución.
Pero lo interesante del argumento del fervorosamente monárquico diario no es que falte a la verdad como si fuera un historiador de la Real Academia de la Historia, sino que dé por válidos argumentos de parte altamente cuestionables. El más típico, el primero que viene a la boca de todo monárquico es que el debate república-monarquía en España no es oportuno ahora, que no es el momento. Pero ¿ha sido alguna vez el momento? ¿Será alguna vez el momento? Jamás. Unas veces porque las circunstancias son anómalas y otras porque son normales, nunca es el momento de plantear este perfectamente legítimo debate. En realidad, sin embargo, siempre es el momento; siempre lo ha sido y siempre lo será. Los ciudadanos tenemos derecho a decidir la forma de Estado y tenemos derecho a ejercer nuestro derecho cuando queramos.
Aquí aparece ahora el argumento decisivo de El País, de un acendrado monarquismo: es que, en el fondo, no tenemos ese derecho, que todo debate sobre la forma de Estado es "una contorsión intelectual y mediática", un "debate artificial", que la Monarquía es indiscutible y "el Rey y su heredero encarnan la legitimidad constitucional de la Monarquía" y, además, es intangible porque "el Rey y la Corona han rendido y seguirán prestando servicios impagables a la libertad de nuestros ciudadanos, a la democracia española" y porque "necesitamos apoyar nuestras instituciones, no crearnos problemas que no tenemos". Batería verdaderamente impresionante de razonamientos para parar al republicano más encendido: no hay que ser berzotas, la Monarquía es legítima, es útil y conviene reforzar nuestras instituciones.
Pero todo esto son pavadas. Guste o no guste, mientras no haya un referéndum específico, la legitimidad de la Monarquía será la de los delincuentes sublevados el 18 de julio de 1936 y en cuanto a su utilidad, da algo de vergüenza preguntar si también hay que ser monárquicos simplemente porque el Rey cumpla con su deber. ¿Es que podría no hacerlo? Por lo demás, queda por demostrar que la monarquía sea más "útil" a los efectos de la gobernación de España que una república. ¿Por qué no?
No obstante, tanta obviedad tiene que ocultar algo. ¿Cuál puede ser la razón del furibundo ataque de monarquitis de El País? ¿Por qué no se puede discutir la monarquía y pedir una república? De hecho, los apoyos sociales de la institución descienden. ¿Acaso la monarquía española puede mostrar una acrisolada ejecutoria de servicio a los intereses nacionales? Los Borbones, en concreto, han sido destronados y substituidos en tres ocasiones (Carlos IV/Fernando VII, Isabel II y Alfonso XIII), ¿por qué no una cuarta, de modo pacífico tras una consulta popular? Pues justamente por lo de siempre: por miedo. El rasgo característico del discurso político de la burguesía española. El miedo.
(La imagen es una foto de Chesi - Fotos CC, bajo licencia de Creative Commons).