En rueda de prensa en la que no se admitieron preguntas de los periodistas, Mariano Rajoy enunció algunos puntos de su programa electoral, en espera de que hoy, quizá, se haga público en su integridad.
Esas ruedas de prensa sin preguntas son la negación misma del principio discursivo, dialogante de la democracia, un régimen en el que se supone que los gobernantes explican sus decisiones y responden de ellas en público al electorado, a los medios, al Parlamento, pues todos tienen derecho a informarse yendo a las fuentes. Con más razón han de explicarse quienes aspiran a gobernar.
Una comparecencia sin pregunas es como una sesión de posado fotográfico o un mero trámite que podría resolverse con una videoconferencia; más aun, podría resolverse con una cinta de magnetófono. Es una muestra de mal estilo y denota altanería y cierto desprecio hacia los periodistas y, por encima de estos, a su audiencia, el electorado del que, sin embargo, suele decirse que es sabio. Pues lo será por ciencia infusa o por tomar la palabra del candidato como revelación divina. ¿O es que Moisés admitió preguntas cuando trajo las tablas de la Ley?
No hace falta picar tan alto. En realidad la negativa a las preguntas es una táctica anunciada por el PP y que ya Palinuro trató en un post titulado El silencio de los lobos. Es una táctica de conveniencia a causa de una situación excepcional. De ordinario los candidatos, que no están seguros de ganar, se desviven por aclarar sus puntos de vista y quieren que los pregunten para explicarlos. Cuando se llevan 15 puntos porcentuales de ventaja en intención de voto probablemente haya más que perder contestando preguntas que prohibiéndolas. Meter la gamba en un asunto concreto puede ser peor que ganarse fama de autoritario. Sobre todo porque, en épocas de crisis y turbulencias, mucha gente anhela el autoritarismo.
Al escuchar las propuestas los socialistas preguntan a Rajoy cómo cuadrará las cuentas que, según ellos, no salen. Pero es poco probable que Rajoy conteste, dado que no admite preguntas.
En realidad no hace falta preguntar, pues el propio Rajoy, que no deja de hablar, aclara siempre el significado de sus palabras. Hace un par de días dijo al Washington Post que no le gustaría recortar en sanidad y educación lo que, desde luego, quiere decir que considera la posibilidad de recortar, si bien con disgusto. Esta actitud contradice de plano la afirmación que hizo ayer de que defenderá la sanidad y las educación públicas, salvo que recortar sea defender, que todo es posible.
En fin, probablemente la táctica de no admitir preguntas en las comparecencias públicas sea acertada. Nunca se puede estar seguro de que Rajoy atine con una respuesta conveniente a alguna pregunta malévola. Ni siquiera aquí se le ocurre decir que la sanidad y la educación son competencias de las Comunidades Autónomas, que es una salida elegante, y que éstas ya están haciendo el trabajo más difícil.
(La imagen es una foto de Partido Popular de Melilla, bajo licencia de Creative Commons).