No sé si después de tres años de crisis, recesiones, desempleo, burbujas, caos bursátiles, deudas, diferenciales, etc., queda alguien que entienda qué está pasando, si está pasando algo. Los periódicos se imprimen en tipos de letra crash del 29; los gobiernos hacen planes en los que no creen; los políticos celebran o aplazan cumbres que no sirven para nada y corren alocados haciendo profecías que se revelan falsas en horas; los economistas proponen recetas que los economistas rechazan; la gente lo pasa cada vez peor, atenazada por la inseguridad, el paro, los desahucios; los bancos piden -y obtienen- miles de millones para evitar la quiebra, mientras su directivos se enriquecen como si fueran el rey Midas.
Nadie tiene idea de qué sucede. Se habla de unos mercados, entes míticos e insaciables que arrollan y destruyen lo que encuentran a su paso, como un dios Moloch o un monstruoso Leviatán. Se los presenta como furias que se abaten sobre los infelices que hemos tenido la desfachatez de vivir por encima de nuestras posibilidades sin que nadie explique cuánto por encima y qué posibilidades eran aquellas. Al final, los más avisados susurran llenos de miedo que los mercados mandan sobre la política y eso es una catástrofe.
Sin embargo los mercados no existen; los que existen son los agentes que los mueven, unos puñados de inversores, especuladores, financieros, gentes sin escrúpulos que están haciendo fabulosas fortunas a costa de millones de personas. Algo inhumano, injusto, inmoral y posiblemente delictivo. ¿O no debieran comparecer ante los jueces esos directivos de bancos en quiebra rescatados con dineros públicos que se llevan sueldos y pensiones de millones de euros? Los beneficiarios de la crisis proceden de acuerdo con una antiquísima ley humana de tipo hobbesiano: siempre que amenaces a otro y el otro ceda no sólo ganas sino que estás en posición de fuerza para seguir amenazando y el otro seguirá cediendo hasta su completa aniquilación. Es el proceder del abusón, del matón que cada vez exige más, apremia más, más rápido, sin respirar, sin tiempo para pensar. Es la ley del más fuerte.
Pero ¿son los mercados los más fuertes? ¿Qué sucede si se les hace frente? ¿Si la política recupera su territorio? En la política, como en el arte de Cúchares, hay tres momentos a la hora de enfrentarse a un problema: parar, templar y mandar. Eso es lo que ha hecho Papandreu con su anuncio de referéndum en Grecia: empezar parando en seco la acometida de los mercados, el torbellino, la vorágine destructiva, el griterio, el alboroto, el "rápido", "rápido" dame todo lo que tengas. Pasmo general. Las bolsas, en picado, las primas de riesgo como cohetes hacia arriba, Italia a punto de que la fulmine el rayo y los relámpagos amenizando la noche de los banqueros franceses y alemanes, tan pillados en las turbulencias como los demás.
Los expertos, los responsables, los financieros, los políticos amenazan con lo peor a Grecia: si hay un referéndum las consecuencias pueden ser imprevisibles, como si la realidad impuesta a fuerza de trágalas fuera previsible; si Papandreu se sale con la suya será el caos, como si Atenas no viviera en él hace meses; si en el referéndum triunfa el "no", puede ser la crisis del euro, como si el euro no estuviera en crisis. Hasta uno de esos negocios de listos a las que llaman agencias de rating, Fitch, Fotch o Futch, se permite decir que quizá vaya Grecia a la quiebra cuando son ellos los que la han llevado ahí calificando sus bonos de "bonos basura". Eso sin contar con que una quita del 50 por ciento ya es una quiebra.
O sea, todas la amenazas están vacías porque ya se han cumplido y los matones no tienen nuevas pues no se puede exprimir más a Grecia. Papandreu ha recurrido al pueblo, ultima ratio democrática y legítima y los mercados tendrán que aguantarse y esperar. Es posible que no salga el referéndum porque el viernes el Primer Ministro pierda el voto de confianza en el Parlamento. Habrá mendas podridos de millones que quieran comprar votos de diputados del PASOK, al modo en que Berlusconi gana votaciones. Pero, aunque no le salga, la decisión política está tomada (incluso desactivando un hipotético golpe militar a base de susbtituir a toda la cúpula del ejército), el gobierno caerá y habrá que convocar elecciones anticipadas que, a los efectos, serán como un referéndum y el matonismo de los mercados se habrá detenido.
Los mercados pueden en este caso buscar otras víctimas, Italia y España, y proceder con ellas como han hecho con Grecia, en la esperanza de que los políticos españoles e italianos no tengan los arrestos de Papandreu. La presión sobre éste es ignominiosa. Sarkozy lo ha convocado a que se explique ante el G-20 igual que Carlos V convocó a Lutero ante la dieta de Worms y ojalá que con los mismos resultados. A partir de ahí, ¿cómo se impondrá la ortodoxia financiera a los levantiscos griegos? ¿Mandaremos los tanques? ¿Impondremos un bloqueo como en Cuba? Si Grecia pone en peligro el euro, España e Italia lo entierran. Y entonces nadie sabe qué pasará. Pero ¿lo sabemos ahora?
Tanto decir que la política debe recuperar la hegemonía y, cuando así sucede, cunde el pánico.
(La imagen es un cuadro de Delacroix titulado Grecia sobre las ruinas de Missolonghi, de 1826).