Sí que meten ruido las encuestas, sí. Tanto que, para hacerse oír, los asistentes a la convención nacional del PP en Sevilla hablan a gritos. No los de rigor que proferían sus ilustres antepasados y mentores ideológicos, pero sí los de victoria. La derecha se ve en el poder en la cresta de una oleada de votos populares con mayoría absoluta, su acariciado objetivo. Y eso se nota en lo que hace y en lo que dice y en cómo lo hace y cómo lo dice. Todo, voto a tal, sin complejos. El franquismo no fue malo; y si lo fue, está muerto y enterrado.
La convención es una exhibición de unidad, lo más importante en la práctica política: una nación, un pueblo, un líder. Las querellas y rencillas internas, las escisiones, los enfrentamientos son cosa de la izquierda, perennemente mal avenida. En Sevilla están todos, hasta los que no pueden verse, fundidos en un abrazo optimista. El poder se halla al alcance de la mano con tal de que sea una sola mano. Todos quiere decir todos. Únicamente falta Cascos, a quien tratan como al hijo pródigo. Todos quiere decir hasta políticos incursos en causas penales que en cualquier otro lugar del mundo hubieran supuesto su rauda dimisión.
En realidad lo que está dimitido es el código ético del partido que no se ha aplicado jamás. Según pinta el futuro a corto y medio plazo, ante el triunfo garantizado, no están las cosas para buscarse problemas con escrúpulos morales cuando en realidad el vencedor puede decir lo que quiera. Así la convención ha adjudicado la ponencia sobre transparencia a Esperanza Aguirre, cuyo gobierno niega sistemáticamente información a la oposición en sede parlamentaria. La de salud pública encomendada a Francisco Camps, adalid de la privada, riza el rizo del esperpento.
Con todo, esto es práctica habitual en el PP. En un congreso allá por 2002, el partido encargó la ponencia sobre el patriotismo constitucional a María San Gil y Josep Piqué. Para que estas dos personas pudieran ponerse de acuerdo era necesario que el patriotismo constitucional no significara nada. El mensaje era y sigue siendo claro: no importa lo que se diga; el caso es salir en los medios diciendo algo, lo que sea, sobre asuntos importantes, para que parezca que el partido tiene alguna preocupación distinta de ocupar el poder y barrer para casa. Por eso, igual que se encargó una ponencia de principios a Josep Piqué, que carece de ellos, y a María San Gil, que solo tiene uno, se encarga ahora la de transparencia a Esperanza Aguirre, presunta responsable política de casos de espionaje y la de salud pública a Francisco Camps a quien sólo preocupa la privada.
Sin embargo, en medio de la euforia convencional, perdida la prudencia que ordena ocultar sus verdaderas intenciones para no asustar a la gente, la derecha anuncia sus propósitos con la suficiente claridad: se meterá en cintura el Estado autonómico y se restringirán o abolirán determinados derechos de los homosexuales, de quienes quieran abortar, etc. En cuanto al Estado del bienestar le queda un telediario pues ya ha anunciado el cerebro del partido y presidente de honor que es insostenible. El lobo se disfraza de lobo.
¿Cabe revertir esta tendencia? Depende de lo que haga la izquierda. Si se impone la parte de ésta que sostiene que no hay diferencia entre el PP y el PSOE gobernante y que lo mejor es la abstención en lugar del abominable "voto estratégico" o "voto útil", la derecha ganará por mayoría absoluta. Si, por el contrario, se impone la otra parte que sostiene que, pese a todo, siempre habrá diferencias importantes entre el PSOE y el PP y que es preferible el primero, no habrá mayoría absoluta para la derecha y hasta puede perder las elecciones si de aquí a marzo de 2012 hay alguna mejora económica.
(La imagen es una foto de oseillo, bajo licencia de Creative Commons).