El PSOE ha tenido un resultado electoral desastroso. En otros partidos ya se hubiera desatado una tempestad de recriminaciones, peleas, crisis internas, culpabilizaciones y hasta escisiones. Probablemente hay mucha gente, incluidos analistas políticos y, entre estos, algunos que aparentan simpatizar con el partido, que están esperando y hasta deseando que ocurra algo así. Cosa difícil pero no imposible.
El PSOE tiene 132 años. En muchos momentos de su historia se confunde con la de España y es tan agitada como la del país. Rubalcaba ha dicho en varias ocasiones que su partido siempre ha antepuesto los intereses de España a los de la organización. Es una muestra de lo que se llama "patriotismo de partido" que, como todos los patriotismos, a veces exagera. Es probable que la intención del PSOE haya sido anteponer en todo momento los intereses de España a los propios; pero no siempre lo ha conseguido. Ningún ser humano, ningún grupo de seres humanos, acierta siempre en 132 años. Es imposible.
Seguro es que se trata del partido de la izquierda real más popular del país en sus épocas democráticas. Y es también, quizá por ello, el principal autor de la renovación de la sociedad española en los últimos treinta años. Con él entró España en la Unión Europea (y se mantuvo en la OTAN), se dotó de un Estado del bienestar que, sin ser perfecto, ha sido lo mejor que ha tenido y con él han alcanzado los derechos de los ciudadanos cotas hasta hace poco insospechadas. A su derecha, una fuerza conservadora ha tratado siempre de bloquear estos adelantos y, tras su reciente victoria, se apresta a aniquilarlos. A su izquierda, una fuerza que se dice transformadora lleva también más de treinta años obstaculizando la labor de los gobiernos socialistas en nombre de políticas que suelen ser vagarosas o demagógicas y nunca tienen un apoyo ciudadano significativo, lo que no es óbice para que la dicha fuerza pretenda imponerlas al partido mayoritario, acusándolo de traicionar sus principios por no hacerlo.
El PSOE es casi una institucion. Fuera de la iglesia católica hay pocas más en el país tan longevas. Ese carácter institucional lo obliga a admitir que muchos ciudadanos, no ya sus militantes, simpatizantes o votantes, sino todos los ciudadanos, lo consideren como algo propio y se crean con derecho a opinar sobre él, a criticarlo, a hacerle recomendaciones. Lo tienen.
El PSOE debe de estar acostumbrado a la crítica; son críticos sus militantes y a la vista está que también lo son los votantes. Precisamente esa es su fuerza y la razón por la que gusta considerarse partido del socialismo democrático. En la derecha no es habitual la crítica ni la autocrítica, lo que no quiere decir que en ella no haya tensiones y oposiciones internas, pero suelen resolverse por métodos autoritarios. En la izquierda autollamada transformadora sí se da la crítica, pero suele resolverse por la vía de las exclusiones, expulsiones o escisiones. IU es el ejemplo más evidente. Por cierto, una federación con 25 años de existencia, dentro de la cual se oculta el Partido Comunista de España. Incapaz éste de realizar una autocrítica y dar una explicación plausible de su existencia una vez desaparecido del mundo el comunismo real, prefiere disimular sus siglas dentro de una batería de ellas. Es una diferencia significativa: el PSOE tiene una historia centenaria con las mismas siglas mientras que las del PCE nacen en 1921 y se escamotean a partir de 1986.
En todo caso, el PSOE tiene que escuchar las críticas, incluso las más duras, de la sociedad pues sólo así mantendrá su contacto con la gente y podrá aspirar a recuperar la mayoría social que ahora ha perdido. Porque la democracia es eso, gobernar con el apoyo de la mayoría. Pero que deba escuchar todas las críticas y las opiniones no quiere decir que tenga que plegarse a ellas sin más. Entre otras cosas porque muchas están movidas por la mala fe. El editorial de ayer de El País, titulado Zapatero debe dimitir como secretario general del PSOE es un caso claro de mala fe. Es un texto injusto e hiriente hacía Zapatero que sólo se diferencia de los de la prensa de derecha en que insulta menos; es altanero y despreciativo y, además, se arroga el derecho a dar órdenes en donde no tiene competencias. Es de esperar que Zapatero ignore esta vez la enésima impertinencia de un diario que, habiendo criticado siempre la idea de otros de que los periódicos puedan y deban derribar gobiernos, lleva años cargando contra el de Zapatero y, como se ve, contra el propio Zapatero en algo que empieza a parecerse a una obsesión rencorosa.
En el mes de julio, Cebrián, factótum de El País, pedía de modo intemperante y con bastante petulancia un adelanto electoral en un artículo titulado Esta insoportable levedad. Estaba en su derecho y también en su estilo. Como lo hubiera estado Zapatero ignorándolo, que era lo que tenía que haber hecho. En lugar de ello cometió el error de dejarse arrastrar y el resultado es el que se vio el 20-N, no porque haya sido malo para el PSOE, sino porque lo ha sido para España, como ya predijo Palinuro en un artículo en Público titulado Urgencias electorales en el que se decía ¿O cree alguien que los temibles mercados perderán la ocasión de seguir atacando la nave aprovechando el cambio de guardia? Eso no fue actuar pensando en los intereses de España, aunque tampoco del PSOE. Fue actuar dejándose llevar por el consejo del adversario, sin mantener fría la cabeza. Es de esperar que no suceda lo mismo con el nuevo exabrupto de El País exigiendo la dimisión del Secretario General. Salvo caso de fuerza mayor, tal decisión corresponde al congreso de su partido, que ya ha convocado.
No tiene mucho interés indagar en las razones de esta feroz inquina de El País contra Zapatero pues casi todas ellas son muy claras. Pero sí debe el PSOE prepararse para andanadas similares, provenientes, quizá, de sectores que hasta ayer eran uña y carne del partido y hasta el partido mismo. Suele pasar a los socialistas (así sucedió en 1993 y 1996, cuando bastante de su gente le dio la espalda) que en las horas bajas muchas críticas que se le dirigen no tratan de salvar al partido sino las expectativas personales de quienes las formulan.
Una última nota. Palinuro no tiene nada que ver con el PSOE, pero lo considera un importante activo de España, uno que ha demostrado ser garante de la democracia, del Estado del bienestar, de los derechos ciudadanos y la cohesión territorial de modo tangible y eficaz. No quiere decir que otros no lo sean pero sí que el PSOE lo es de modo rotundo. Por eso es de interés general que no se deje avasallar ni desorientar, que conserve la calma y proceda a una clarificación y/o renovación odenadas y democráticas, promoviendo el debate de su militancia y escuchando las críticas exteriores, distinguiendo la fe con la que se hacen: buena o mala.
(La imagen es una captura de la página web del PSOE).