Se cumplieron las previsiones de los sondeos casi aritméticamente. La distancia entre los dos partidos mayoritarios es de 15 puntos porcentuales. Gran triunfo del PP y no menos grande derrota del PSOE. 186 contra 110 diputados. 76 escaños de diferencia. Victoria abrumadora... en el parlamento.
Pero ¿lo es en la calle? El PP ha conseguido el mejor resultado de su historia en votos y, aun así, obtiene unos 450.000 menos que los del PSOE en las elecciones de 2008. Aunque los socialistas hayan perdido más de cuatro millones de sufragios, los conservadores sólo han incrementado los suyos en medio millón. Lo que sucede es que, al tener tan concentrado su voto y estar el de la izquierda fragmentado, el sistema electoral premia al PP con esa holgada mayoría absoluta. Nunca ha estado tan claro el dicho de que las elecciones no las ganan los unos sino que las pierden los otros.
En este caso el PSOE que cosecha su peor resultado desde el restablecimiento de la democracia. Ha perdido los mentados 4.200.000 votos aproximadamente y 59 escaños. Los escaños se han repartido entre casi todas las fuerzas políticas; no es tan claro que lo hayan hecho los votos. IU, la candidata lógica a absorber los votos de izquierda que se hayan ido del PSOE, aumenta en algo más de 700.000 votos y nueve escaños mientras que UPyD lo hace en unos 600.000 votos y cuatro escaños. Aunque todas estas adquisiciones fueran del PSOE, representarían 1.400.000. Faltan casi tres millones, gran parte de los cuales se habrán ido a la abstención, que ha alcanzado más del 28 por ciento y debe de haber sido la opción mayoritaria. Es decir, la mayoría de votantes que ha perdido el PSOE se ha abstenido.
Las razones de la derrota parecen bastante claras: la crisis económica y la losa de los cinco millones de parados. El gobierno puede decir lo que quiera que la opinión pública siempre le hará responsable de los resultados y con alguna razón puesto que es él quien toma las medidas. A ello se añade el cerrado monopolio mediático de la derecha que lleva tres años culpando de todo a los gobernantes y batiéndolos sin descanso. Unos gobernantes que habían renunciado a la posibilidad de manipular la radiotelevisión pública en su beneficio. Así se impuso el discurso hegemónico de que Zapatero era el culpable de la crisis. A raíz del cambio de rumbo de 180 grados en mayo de 2010, a este discurso se unió el de unos electores de izquierda indignados con el giro del gobierno que acabó siendo demasiado de izquierda para unos y demasiado de derecha para otros.
En el Parlamento habrá más grupos parlamentarios nuevos, IU y Amaiur los tendrán y puede que UPyD, además, el grupo mixto mostrará una abigarrada composición. Pero este pluralismo tiene muy modesto significado puesto que, al haber una mayoría absoluta tan abrumadora del PP, ninguno de los grupos minoritarios (el del PSOE incluido) ni su posible combinación pueden amenazar la hegemonía conservadora y, por tanto, su influencia sobre las decisiones del parlamento será nula. Si la tienen sólo será por condescendencia del PP, cuando éste busque consensos simbólicos. No siendo así, el PP puede gobernar prácticamente por decreto. En realidad, tan vistoso pluralismo apenas afecta al bipartidismo de la cámara. En 2008, los dos partidos mayoritarios concentraban el 92,2 por ciento de los escaños; en 2011, el 84,5 por ciento. Ha bajado ocho puntos, pero sigue siendo apabullante. Y en el Senado, cámara de la que nadie se acuerda, el bipartidismo es total ya que los dos mayoritarios suponen casi el 92 por ciento de los senadores y ningún otro partido no nacionalista (como IU o UPyD) tiene representación.
Una última consideración para consumo interno de la izquierda. Como estaban las cosas antes de las elecciones, muchos analistas esperaban un resultado tan catastrófico para el PSOE como el de la UCD en 1982, es decir, prácticamente la desaparición del partido. Cayo Lara había pedido el voto de los socialistas para su formación. Volvía la ilusión del sorpasso anguitiano, la sustitución de la falsa por la verdadera izquierda. A la vista está que no ha sido así, y que probablemente no lo será nunca si no se ha dado en esta ocasión que probablemente haya sido la hora más aciaga del PSOE en treinta años. Es verdad que IU ha superado holgadamente los resultados de 2008, pero no ha alcanzado ni con mucho los de Julio Anguita en 1993 y 1996 (otros dos momentos malos del PSOE) ni siquiera los del PCE en 1979. En esa confusa relación del PCE con IU está la auténtica razón de los exiguos resultados de esta formación. A lo mejor, pasada esta euforia de los once diputados, se abre camino una reflexión sobre cuál sea el sentido de una izquierda transformadora que, dado su obvio bajo techo electoral, nunca puede transformar nada pero sí, a veces, impedir que otros lo hagan. Palinuro reconoce sin embargo que tal probabilidad es remota ya que exigiría que esta izquierda practicara una política menos personalista. Es mucho más cómodo echar la culpa al sistema electoral y al fementido bipartidismo.