Lo conocí poco, pero suficiente; lo traté escasas veces, pero nos entendimos; hablamos en contadas ocasiones, pero siempre, creo, con mutuo agrado. Éramos muy diferentes, de generaciones distintas y puntos de vista separados. Las contadas veces que trató conmigo a lo largo de más de cuarenta años, él representaba alguna organización o empresa (un partido, el PCE; una editorial, Alianza; un periódico, El País) en los que ocupaba posiciones directivas, mientras que yo sólo me representaba a mí mismo y nunca conseguimos encontrar un terreno de colaboracion, debido generalmente a mi intransigencia. Él me hablaba desde la experiencia y el afecto. Se daba cuenta de que mi actitud de radicalismo era un modo de disimular mi admiración hacia su persona que me aparecía adornada por dos de las virtudes que más estimo en los hombres: la honradez y el valor. Pradera es un símbolo, el de una trayectoria vital movida por la fuerza de unas convicciones que le causaron tremendos conflictos pero a las que jamás renunció. Fue una gran persona que luchó por sus semejantes con una actitud de elegante y discreto distanciamiento.
Que la tierra te sea leve.