dimarts, 6 de novembre del 2007

La carga de la brigada pesada.

Don José María Aznar presentó ayer su último libro, Cartas a un joven español, en Madrid, ante un público de incondicionales. Al margen de lo que se piense sobre sus concepciones hay que reconocer que el ex presidente del Gobierno lleva a cabo una actividad casi frenética en pro de sus ideas pues da clases en la Universidad de Georgetown, dirige la fundación FAES, organiza cursos de verano, asesora y sirve al magnate australiano Rupert Murdoch y a una poderosa sociedad financiera estadounidense radicada en un paraíso fiscal, da conferencias por todo el orbe, hace declaraciones de prensa, llama a luchar contra Chávez y escribe libros. Y siempre dice lo mismo con idéntico esquema maniqueo: el señor Rodríguez Zapatero y los socialistas hacen las cosas mal, piensan peor y llevan a España al desastre; mientras que él y los suyos tuvieron, tienen y tendrán siempre la razón, toda la razón, sin atisbo de duda. Del libro me ocupé aquí en una reseña hace unos días. Lo haré ahora del discurso de ayer que es una especie de digesto de su doctrina.

Si el libro me pareció una acumulación de necedades y embustes, la alocución en el acto mencionado puede considerarse una recopilación de dogmas simples y de ocultaciones. Pero de mucho interés porque el presidente de la FAES es un referente doctrinal de primera magnitud de la derecha española. Es curioso cómo han cambiado las cosas. Antaño los conservadores acusaban a la izquierda de ser demasiado doctrinaria mientras que ellos se gloriaban de ser más prácticos y menos teóricos. Hoy la situación parece ser la inversa: la izquierda es pragmática (la acusación sistemática del señor Aznar es que es "relativista" y que no cree en los valores que, de todos los productos teóricos, son los más teóricos) mientras que la derecha se ha tornado doctrinaria, teorética y hasta dogmática. Por supuesto, la cosa se condensa siempre en un ataque a la izquierda, cuando teorética por teóretica y cuando práctica por práctica.

La doctrina del señor Aznar es una variante hispánica del neoconservadurismo estadounidense y los nombres que menciona con respeto y admiración son los de Churchill, Reagan y Thatcher. Tengo la impresión de que la compleja figura de Churchill está ahí tan indebidamente como la de Azaña, que también aparece mucho en el universo conceptual aznariano. Y las coincidencias con los otros dos y con el neoconservadurismo estadounidense presentan puntos interesantes.

El paradigma político del expresidente es la democracia liberal. En verdad, el nieto de don Manuel Aznar, prohombre franquista (tras haber sido vasquista furibundamente antiespañol), el "falangista independiente" de los años setenta ha recorrido un trecho porque precisamente el ideario fascista en el que él se educó abominaba del "demoliberalismo". El pivote de esa democracia liberal es la Constitución y el señor Aznar pone la española de 1978 sobre su cabeza, a pesar de que la regulación de las Comunidades Autónomas que establece le parecía una "charlotada" cuando joven y en su partido se dieron votos a favor de esa Constitución, abstenciones y votos en contra.

El señor Aznar abomina del relativismo, como S.S. Benedicto XVI, íncubo al que ve encarnarse en el PSOE, el partido de los descreídos, a los que tanto da ocho que ochenta con tal de seguir gobernando y que ni huelen esa audaz y novísima idea suya de que la política ha de basarse en valores.

¿Qué valores? En su discurso, resumen del libro, el señor Aznar cita los siguientes: la libertad; la Nación española; el rechazo de los totalitarismos; la derrota del terrorismo; la familia y la educación. Doy en pensar que esos valores los comparte el noventa y nueve por ciento de los españoles y si alguna duda me cabe es si las derechas, en especial el señor Aznar, de verdad rechaza los totalitarismos, dada su historia familiar.

¿Cuál es entonces el problema? El problema es que el autoritarismo del ex presidente no le permite ver que una cosa es profesar valores y otra muy distinta pensar que quien hace una interpretación diferente de los valores en realidad carece de ellos o, lo que es peor, los ataca. Resulta sorprendente pero es así. La familia es lo que él dice y quien sostenga una opinión divergente, en el fondo, quiere destruirla. No es una cuestión de valores sí o no, sino de cómo se interpreten y del hecho de que interpretación de ellos sea o no la única admisible. Está claro en el caso de la familia, de la libertad, de la educación.

Y clarísimo, meridiano, en el caso de la Nación española. El señor Aznar truena contra la apreciación del señor Rodríguez Zapatero de que la nación es concepto "discutido y discutible". O sea, la Nación española es indiscutible. Y eso, ¿quién lo dice? El señor Aznar, cierto. Y ¿quién es el señor Aznar? Un español más que tendrá que convivir con otros españoles que creemos que la Nación española es concepto tan discutible como cualquier otro, sin que ello nos haga menos españoles ni menos nacionales. Y tendrá que respetarlos, le guste o no.

No hay más nación que la española ni más nacionalismo aceptable que el español. Los otros nacionalismos son fuente de problemas, amenazas, peligros, puro etnicismo. Este modo de razonar tiene figura y nombre; se llama dar de comulgar con ruedas de molino.

Lo cual me lleva a la otra parte del discurso aznarino, caracterizado no por lo que dice, sino por lo que no dice. Si en la parte declarativa el señor Aznar trata de mostrar su afinidad con el señor Reagan y la señora Thtcher, en la ocultativa se queda uno preguntándose qué relaciones hay entre el pensamiento aznarino y otras fuerzas conservadoras más continentales, como la Iglesia católica y la "Nueva Derecha" francesa. Es llamativa la ausencia de toda referencia religiosa tanto en el libro como en la presentación. ¿Es Aznar pues un radical laico? Todo lo contrario, es partidario de la confesionalidad del Estado y, cuando gobernó, hizo cuanto pudo por favorecer a la Iglesia católica material e ideológicamente pero lo calla a fuer de liberal. Hay aquí un elemento tradicionalista típicamente español y cuidadosamente oculto, a pesar de que el medio más vociferante a su favor sea una emisora católica, como en Polonia.

El otro elemento ausente en este discurso es el fenómeno de la inmigración y todos sus elementos concomitantes, el multiculturalismo, el mestizaje, etc. De formularse ese discurso saldrían a la luz los paralelismos con la Revolución conservadora alemana y la Nueva Derecha francesa, las coincidencias con los señores Jean Marie Le Pen y Franz Schönhuber; el racismo, claro, que ahora se llama conservación de la identidad cultural.

Una última nota verdaderamente curiosa. En su discurso de ayer, el señor Aznar apunta la vía que seguirán los de la teoría de la conspiración en su partido después del batacazo de la sentencia, todos prietas las filas: ya no se insistirá en la "autoría intelectual" de ETA sino que se pasará a machacar el hierro de la idea motriz del señor Aznar, esto es, que todos los terrorismos son idénticos y que ETA y el terrorismo islámico son iguales. Es un modo subrepticio de seguir con lo mismo. Y tanto dice el señor Aznar creer en esa idea de la igualdad de todos los terrorismos que no le importa negarla según la afirma. Véase:

Todos los terrorismos persiguen un objetivo político; un objetivo ilegal, inmoral y totalitario. El objetivo de ETA lo conocemos todos. El objetivo del terrorismo islámico es destruir las democracias occidentales.
O sea, no son iguales.

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