A casi tres meses de las elecciones del 20 de diciembre y diez días del fracaso de la investidura de Pedro Sánchez, España sigue sin gobierno y las cosas están como al principio. O peor, porque ahora ya se ha comprobado la inviabilidad de las opciones más habituales sin que las hipotéticas alternativas tengan mejor pinta. Aquí mi artículo para elMón.cat sobre esta situación sin salida, este impasse en que se pudre el sistema político de la tercera restauración borbónica. Suficientemente claro está ya que los partidos de la oposición son incapaces de hacer el trabajo por el que los pagamos. Los diputados con tal cobrar sus fantásticos salarios, sus subvenciones, subsidios y prebendas de todo tipo y, según parece unos subsidios de paro alucinantes, se dan por contentos y no quieren saber nada más del Parlamento. Es tal su falta de valor y de dignidad que, aunque el gobierno del Sobresueldos ha perdido su mayoría parlamentaria y se encuentra en minoría, se declara en rebeldía frente al Parlamento y se niega exprofeso a que este lo controle o fiscalice con especiosas razones de sofista. Es decir, es tal su falta de valor y dignidad que no se atreve a poner al gobierno en su sitio. No se atreve a presentarle una moción de censura. Los únicos que saben lo que hacen y siguen con su trabajo en pro de la independencia son los catalanes. Los españoles no saben ni en dónde están.
Aquí, la versión castellana:
Y la nave va.
Mientras el Parlamento catalán trabaja discretamente en el marco normativo que ha de hacer efectiva la desconexión llegado el momento, el conjunto del Estado aparece paralizado por la falta de gobierno. Una situación que fue previsible cuando, a raíz de las elecciones del 20 de diciembre quedó claro que en España, se abriría un periodo de incertidumbre en el cual el tradicionalmente torpe aparato del Estado tendría dificultades añadidas para reaccionar porque, por falta de liderazgo, no sabría en qué dirección. Esa oportunidad fue un cálculo añadido que aceleró el acuerdo entre los independentistas catalanes para la formación de un gobierno. Un gobierno que aprovechara el vacío en el centro mismo del poder, hoy impotente. Y es lo que está haciendo.
La parálisis, el desconcierto, la incertidumbre del Estado con la monarquía a la cabeza resultan patentes: un gobierno en funciones, sin legitimidad ni autoridad, literalmente comido por la corrupción, pero que se niega a marcharse y cifra su esperanza de continuidad en la superior incompetencia del resto de las instituciones. El ocupante accidental del poder, además pretende actuar libre de todo control parlamentario aduciendo sofismas seudojurídicos para justificar su pretensión de gestionar el gobierno de modo dictatorial. Rajoy no quiere dar explicaciones que repugnan a su autoritarismo franquista y porque es incapaz de hilar dos frases en su idioma materno que tengan un mínimo sentido. De este modo, el panorama político estatal, a casi tres meses de las elecciones y diez días de la votación de investidura es de putrefacción, una verdadera necrosis del sistema político de la tercera restauración borbónica.
La oposición parlamentaria mayoritaria, consumida por una inopia y una inactividad frenéticas no consigue articular una opción de recambio que podría clarificar la situación y sanear la podredumbre en un abrir y cerrar ojos. Con algo de sinceridad y sentido común, así como voluntad real de cambio, con menos narcisismo y una actitud menos engreída, los diputados de PSOE, Podemos, Ciudadanos e IU podrían llegar a un acuerdo que sumaría 201 escaños para librar al país del peso muerto de este gobierno de ineptos, apoyado en un partido presunta asociación de malhechores. Es más, de hacer caso a los delirios españolistas de Felipe González, que no ve diferencias entre Podemos y el PP a la hora de los pactos, la suma alcanzaría los 324 escaños. ¡Esa sí que sería una mayoría absolutísima que solo dejaría en las tinieblas exteriores a los diputados nacionalistas, especialmente a los catalanes! Por fin el sueño de un Parlamento que representara a los españoles y mucho españoles y redujera a Cataluña a la irrelevancia, a punto de que el procónsul Albiol suspendiera la díscola autonomía catalana.
Esta opción, sin embargo, es irrealizable porque hasta los neofranquistas tienen sentido del ridículo. Pero podría ponerse en marcha una coalición de izquierdas entre PSOE, Podemos e IU (161 escaños) que disfrutaría de una mayoría absoluta razonable de 178 diputados si aceptara algo tan democrático como el referéndum de autodeterminación de Cataluña. Tanto DiL como ERC han explicitado su voluntad de apoyar ese gobierno español de izquierda si acepta el referéndum. ¿Por qué no se hace y se sale de una vez de este marasmo de corrupción e inactividad en España? Porque el PSOE no quiere y, aterrorizado Sánchez ante la posibilidad de que los elementos demócratas y de izquierda de su partido (que los hay) lo empujen hacia el acuerdo con Podemos y los independentistas catalanes, ha decidido vincular cerradamente su destino con el de Rivera del mismo modo que Ulises se hizo atar al mástil del navío para resistir la seducción de las sirenas. De los independentistas catalanes el mucho español Sánchez no quiere ni el apoyo.
Pero, quiéralo o no, se lo han ofrecido. Nadie puede acusar a los independentistas catalanes de no colaborar lealmente a la gobernación del Estado y de no hacerlo en concreto en favor de un gobierno de izquierda. Pero lo que no pueden estos hacer es, además, dar clarividencia, determinación y audacia a los líderes españoles responsables de las decisiones que han de tomarse y que, a todas luces, obsesionados con mirarse el ombligo socialdemócrata o podémico, carecen de ellas.
Resultado: nadie hace nada y la situación se deteriora día a día. Basta ver el profundo descrédito en que está sumida la monarquía, con un rey emérito, gigoló septuagenario on the run, una hermana del Rey que lo que tiene de infanta lo tiene de tonta acusada de varios delitos y una pareja real cultivando las amistades de hampones de guante blanco según las tradiciones de la familia. Ni la cerrada defensa de los medios cortesanos y los partidos dinásticos consigue evitar que la verdadera miserable naturaleza de la monarquía sea visible a los ojos de todos cuando invoca la mierda que lleva en el alma.
Solo la nave catalana va, con la sala de máquinas funcionando a todo rendimiento aunque en sordina, por no despertar las suspicacias de los últimos del imperio desde sus decrépitas almenas. Y va hacia la república catalana, el único programa político vivo y prometedor en este mar de los sargazos del Estado español.
Por no ser capaz, la oposición española ni siquiera lo es de defender los poderes y competencias del Parlamento frente a la usurpación del gobierno y de ponerse de acuerdo para presentar una moción de censura que libre al país de este puñado de indeseables.