Paseas tranquilamente un luminoso domingo de invierno por la mañana en Madrid y entras a ver una exposición de fotos de Paz Errázuriz en la Fundación Mapfre, sala Bárbara de Braganza. Sabes algo de lo que te vas a encontrar. Estás prevenid@. O eso crees. ¿Errázuriz? Sí, hombre, una fotógrafa chilena bastante fuerte. Es muy reconocida. Tiene series. Publica libros y hace un año o así le dieron un premio Photoespaña. Es una tipa con valor. No respeta convenciones. Sus fotos son duras de ver. Hacen daño.
Y tanto. La Fundación ha reunido 170 fotografías de algunas de sus series más conocidas, "Protestas", "Personas", "Vejez", "El infarto del alma", "La manzana de Adán", "Nómadas del mar". Puro blanco y negro. Primeros planos y planos americanos. Pura gente. Pura miseria, injusticia, delirio, decadencia, orgullo y miseria. Pura vida en uno de los países más castigados del planeta por el desorden político y social de las clases dominantes, con mayores índices de desgracia humana. Justo el país que Paz Errázuriz lleva más de cincuenta años fotografiando. Casi por casualidad porque ella, hija de familia acomodada, que le sufragó la educación en Cambridge, se encontró de pronto con la dictadura de Pinochet y una cámara en la mano que apenas sabía manejar porque es fotógrafa autodidacta.
Con su cámara en ristre Errázuriz ha mostrado al mundo el rostro más inhumano, más bestial y descarnado de la injusticia humana. Sin palabras, sin retoques, con la presencia muda de unos seres nacidos para la miseria, que luchan por sobrevivir y fracasan, marginados, prostituidos, vendidos, hundidos, encerrados en asilos de ancianos y psiquiátricos. Hasta la tumba misma los sigue y allí, al fotografiar las fotografías que los familiares depositan como recuerdo sobre las tumbas viene a resultar que quizá sea el único momento en que los muertos compusieron buena imagen. El resto, existencias destrozadas, pero no por desgracias o calamidades naturales, sino por la brutalidad de las relaciones humanas.
Hay algo goyesco en la obra de esta mujer, algo cuya fría y minuciosa crueldad te obliga a desviar la mirada. Y hay mucha mirada que desviar porque el relato abarca desde la infancia truncada de los niños entre la basura hasta el reposo en el cementerio. Cuando los niños crecen, a veces sobreviven empleándose para el espectáculo de la lucha libre, disfrazándose, matándose a mamporros, como prostitutas y prostitutos de berdeles baratos, borrachos en los barrios marginales. Errázuriz mete la cámara en los asilos de ancianos, los psiquiátricos miserables, fotografía a los viejos desnudos, a los que la indiferencia de vidas rotas ha arrebatado cualquier resto de pudor, como a las putas de la cochambre.
Junto a ello, el compromiso político, el testimonio de la represión de la dictadura y la lucha de las mujeres. Lo dicen las leyendas de la exposición : ya hacía falta valor para echarse a la calle a fotografiar la resistencia y la oposición en tiempos de Pinochet y más siendo mujer. Desde luego.
Cuenta Errázuriz que algunas series le han costado años. Singularmente la de "Nómadas del mar", hecha entre 1994 y 1996. En ella consiguió retratar con grandes trabajos y mucha paciencia a los últimos representantes de una etnia perdida en el sur más alejado de la Tierra de Fuego, los Kawésqar, llamados "pueblo de canoas" por los antropólogos, gente marina a quienes sus enemigos llamaban "comedores de mariscos", que jamás cultivaron la tierra, no se dejaban fotografiar y hablaban una lengua propia que ya habrá desaparecido porque la etnia estaba en extinción hace veinte años. Gente libre, orgullosa; gente hermosa como atestigua esa fotografía de una indígena, Ester Edén Wellington. Esa es la parábola: el ser humano libre, erguido, orgulloso, no quebrado ni hundido en la inmundicia y la miseria producida por las relaciones sociales, está en extinción.