Aquí va mi artículo de hoy en elMón.cat, titulado Catalonia rules ok.
De verdad que es pintoresco. Los apuros de la clase política española recuerdan las polémicas teológico-filosóficas de los siglos XVI y XVII sobre la predestinación y el libre albedrío. Piensan los dirigentes españoles, como los jesuitas, que son libres de pactar con quien quieran y decidirse por lo que les convenga. Pero la realidad parece ser más bien que están predestinados al modo del jansenismo por la gracia (o desgracia) del independentismo catalán de ERC y DiL, que son quienes tienen la llave del gobierno de España. Si los protervos soberanistas votan "no" a un gobierno de coalición de izquierdas, ese que los de Podemos llaman modestamente -como todo lo que hacen- "de progreso", no habrá gobierno de izquierdas ni de progreso ni de regreso, salvo que se abstengan los de C's. Así que, digan lo que digan los negociadores del PSOE, Podemos e IU, son tan libres como las monjas de Port Royal.
Para mayor confusión, los diputados de Compromís siguen negociando con Sánchez y son partidarios de un gobierno de coalición incluidos C's, haciendo caso omiso de las bravatas de Iglesias. Así que el grupo de Podemos, ese que, según Errejón, tiene que hablar "con una sola voz", ya empieza a ser el habitual guirigay de la izquierda neocomunista. IU, el alma mater del invento, asimismo se mantiene en el diálogo con el PSOE, de forma que los de Podemos van a tener que comerse su ultimátum sin más, cosa que no les gusta nada porque deja sus egos malparados. Aunque tengo la sospecha -en los meses próximos veremos si justificada o no- de que, una vez que ya tienen los escaños, los sillones y sus actas, esta gente va a hacer la segunda transición al acomodo en el sistema a velocidad de relámpago.
Aquí la versión castellana del artículo:
Catalonia rules ok.
Para quienes sigan la política española, lo que está sucediendo en las relaciones con Cataluña tiene que provocarles verdadero regocijo. Cuando preguntaron a Rajoy qué pensaba de que hubiera un millón y medio de catalanes en la Diada, pidiendo la independencia, contestó, con su pasmosa inteligencia, que eso era una algarabía. Se trataba del habitual desprecio teñido de ignorancia de la oligarquía española en relación a Cataluña. Si los catalanes dan la lata, el nacionalismo español cierra filas y Santiago de España hará el resto, como en Clavijo. No tenemos tiempo que perder porque nos aguarda la unidad de destino en lo universal.
Hoy el de la algarabía no sabe qué hacer, a punto de desahucio en La Moncloa, de donde no quiere irse, enfrentado a todo el mundo, con el pacto anticatalán del PP, el PSOE y C’s a punto de romperse según solloza atribulado “El País”, no tiene ni idea de cómo desactivar la bomba de relojería de los 18 meses para la ruptura y que es lo que condiciona de forma absoluta la política de España hasta el punto de que el desastre de la crisis y el expolio perpetrado por una banda de delincuentes pasan a segundo plano. Eso sí que es un “tic-tac” y no el que fabulaba Podemos.
La situación de España es deplorable. No solo carece de estadistas, sino de meros políticos capaces de entender el mundo en el que viven y no desbarrar. El gobierno, compuesto por abogados del Estado, leguleyos y rábulas varios, cree que la política de un Estado moderno se resuelve con triquiñuelas de lo contencioso administrativo. Así, frente a la crisis constitucional que plantea Cataluña, que afecta a la estructura misma del Estado y su principio de legitimidad, responde con recursos y contrarrecursos y conflictos de competencias en su correspondiente papel timbrado, visado, legalizado, compulsado y registrado. Moviendo alguaciles, procuradores para frenar en las covachuelas judiciales, a la desesperada, la acción parlamentaria en representación de un pueblo en marcha.
Y lo hace ante un Tribunal Constitucional desprestigiado y deslegitimado por estar presidido por un militante del mismo partido del gobierno que recurre ante él para que le busque una salida a lo que no la tiene. Un Tribunal Constitucional que, con su inepta sentencia del 28 de junio de 2010 en la que negaba la condición de nación a los catalanes, perdía toda su autoridad en Cataluña. Un órgano reducido a la condición de una oficina de blanqueo judicial, para dar un disfraz jurídico (sin conseguirlo) a las arbitrariedades políticas del gobierno español. Este se vale para ello de una ley de reforma del Tribunal, impuesta con el rodillo de su mayoría parlamentaria absoluta y que hoy está impugnada ante ese mismo Tribunal.
El de la algarabía la tiene en casa y no sabe cómo salir de ella. Porque, entre otras cosas y aunque no dé crédito a la situación, Cataluña y los partidos independentistas catalanes tienen la llave de la formación del gobierno de España.
En las cómicas conversaciones entre fuerzas políticas españolas para formar gobierno, Podemos esgrime como baza decisiva para postularse de interlocutor del PSOE en detrimento de C’s que es el único que puede negociar con los independentistas catalanes porque, si estos no quieren, en España no puede haber “gobierno de progreso”. Otra petulancia, bravuconería y falsedad de los morados. No son ellos quienes pueden negociar con ERC y DiL sino En Comú Podem y, en concreto, Domènech, que no es lo mismo. Tan no es lo mismo que no es seguro que En Comú Podem vote con el grupo de Podemos en el Parlamento español según que cosas.
Y negociar ¿qué? Pues exactamente una abstención de los independentistas catalanes en la investidura de un hipotético gobierno de izquierdas españolas. A cambio ¿de qué? Ahí está el problema: a cambio de nada. Porque lo único que cabría ofrecerles sería un gobierno “de progreso” que aceptara un referéndum de autodeterminación en Cataluña. Para muchos independentistas tal oferta ya no tiene interés pues creen haber pasado esa etapa y solo piensan en un referéndum organizado por ellos sobre la Constitución de la República catalana. Pero, aunque lo aceptaran como una especie de ensayo de lo otro, ¿cómo va a convencer Podemos al PSOE para hacer el referéndum? Sánchez es tan unionista como Rajoy, Rivera, Rubalcaba o Díaz. La oferta no solo pretende abusar de la buena fe de ERC y DiL sino también de la del PSOE en caso de que la haya. Por mucho que Podemos se llame Podemos, la palabra no hace la cosa y la verdad es que no pueden.
Resultado final: los independentistas tienen el gobierno de Cataluña y aplican la hoja de ruta a la independencia. Ese trayecto será más tranquilo y apacible si en España no hay gobierno que pueda obstaculizarlo. Y la llave para decidir si en España hay o no gobierno, o es preciso convocar nuevas elecciones la tienen esos mismos independentistas que gobiernan en Cataluña.
Puigdemont lanza el órdago de que a Madrid solo irán a negociar la fecha de la independencia. Con el añadido de que serán ellos también quienes decidan qué fecha será esa.