Incógnita despejada, no al gusto de todos. Ni siquiera de la mayoría. Pero está despejada y la situación ha cambiado.
Doy por supuesto que Junts pel Sí no atenderá a la sugerencia de sectores de la CUP de retirar a Mas y proponer a otro candidato a la presidencia. Si lo hicieran, obviamente las cosas seguirían como estaban previstas. Gobierno independentista y hoja de ruta. Y el resto de esta exposición sobraría.
Es lógico que los nervios y los sentimientos se desaten, dadas las circunstancias. Insultando no va a conseguirse nada. Nadie ha engañado a nadie y todos se han atenido a sus compromisos y convicciones. Episodio cerrado.
Y no hay mal que por bien no venga. Este nos ha servido para replantear actitudes. Si uno cree que su objetivo es justo, razonable y factible, uno perseverará, vencerá las adversidades y hará de necesidad virtud. Y no dará por perdida una guerra por no haber ganado una batalla. Las experiencias salen de las derrotas
A lo mejor no era tan buena idea ir a una independencia que seis votos de una asamblea de 3.000 personas puede truncar.
A lo mejor no era tan buena idea correr, apresurarse, tratar de aprovechar a toda costa la ocasión, ignorar debilidades e imaginarse fortalezas que no eran tales.
A lo mejor es más conveniente consolidar proyecto, estructura, posibilidades y apoyo.
Dar un paso atrás para dar dos adelante.
En una historia de cientos de años y ante la eventualidad de cambiar radicalmente una realidad secular, tres meses no son un obstáculo insalvable.
Tres meses para debatir de nuevo, para que cada cual explique su posición, sus decisiones y su proyecto.
Teniendo en cuenta que las condiciones han cambiado notablemente. El bloque independentista tendrá ocasión de demostrar su arraigo social de forma más indiscutible, a las claras. Se enfrenta a unos adversarios más bregados que los anteriores, como se ha visto con el nuevo vigor de C’s por un lado y En Comú Podem, que introducen un factor de incertidumbre, al que se sumará el imponderable de la posterior evolución de la CUP.
Los estrategas del bloque independentista tienen tres cuestiones inmediatas por resolver. 1) decidir si mantienen la oferta unitaria o no. 2ª) decidir quién se presenta como candidato a presidente. 3ª) decidir qué carácter tendrán esas próximas elecciones. Si las del 27 de septiembre fueron plebiscitarias, estas, que son su repetición, también habrían de serlo. Y lo serán. Pero ya no hay inconveniente en plantearlas como un referéndum de hecho. Por supuesto, las tres opciones se influyen recíprocamente: si no se mantiene lista única, la ideal del referéndum no se pierde pero se debilita mucho en favor de la de unas elecciones ordinarias. Y, desde luego, la cuestión del candidato incide sobre los planes inmediatos de Mas y las posibilidades de CDC, lo cual, a su vez, abre el pozo insondable de la relación entre el proyecto independentista y los intereses de clase o, más concretamente, qué posición adoptará la burguesía catalana habiendo ya llegado hasta aquí.
Mucha gente objeta a esta idea del referéndum por diversas razones, algunas plausibles como también lo son otras a favor. Pero no merece la pena debatir sobre ellas por ahora. Habrá tiempo. Pero sí debe advertirse que, en la campaña electoral esta determinación tendrá una importancia adicional. La probable candidatura de En Comú Podem, momentáneamente al alza, se presentará como la versión postmoderna de la tercera vía, invocando la propuesta del referéndum de autodeterminación. Si el bloque independentista no aclara esta situación, la opción que se ofrecerá al electorado, entre otras propuestas, será: independencia ya sin referéndum y con una DUI o algo parecido y referéndum por otro lado, pero impreciso y probablemente supeditado a la negociación con el Estado.
La consideración de las nuevas elecciones de marzo como un referéndum de hecho, desactiva el dilema convirtiéndolo en un voto por la independencia sí o no aquí y ahora o en diferido. Es decir, igual que en el 27 de septiembre, el resultado de las elecciones de marzo servirá para legitimar la acción del gobierno. Lo único que este precisa, ahora sí, es una mayoría indiscutible.