Ignoro cuántos de esos izquierdistas convocados aparecerán finalmente en la reunión garzoniana del día 9 para "repensar la izquierda", aunque barrunto que pocos. Como están las cosas Garzón podrá darse con un canto en los dientes si acuden militantes y simpatizantes de IU y del PCE y no todos porque algunos están muy enfadados con él, pues lo acusan de liquidacionista.
Aparte del galicismo bastante insoportable del "repensar" (en español decimos "volver a pensar") la convocatoria respira esa vieja manía comunista de constituir "la izquierda" en un monopolio, siendo el dueño el convocante. Eso y una evidente falta de respeto a las otras formaciones de izquierda, singularmente el PSOE y Podemos. La desconexión con la realidad es tan notoria que quien ha obtenido menos de un millón de votos, considerándose representativo de una fantasmagórica mayoría social o cívica, niega el carácter izquierdista de otras formaciones a quiene han votado más de diez millones de personas pensando que votaban a la izquierda. En verdad, Garzón no debe esforzarse por "repensar la izquierda". Basta con que se esfuerce en pensar él. Simplemente.
Dedicado a esta tarea, nuestro hombre ha publicado un artículo, la izquierda en la que yo creo, especie de manifiesto personal que no es desdeñable, aunque, a fuerza de que no se le note bandería o afición alguna, resulta tan etéreo y general que probablemente podría suscribirlo todo el que lo lea, incluidos, por supuesto, los que votan al PSOE y a Podemos y sus confluencias de taifas. Como buen marxista, Garzón reitera la misión de la 11ª tesis sobre Feuerbach, del autor de El Capital, pero se queda en la primera mitad: "hasta ahora, los filósofos han interpretado de formas distintas el mundo." Garzón parece creer que todavía queda mundo por interpretar y de ahí su artículo. "De lo que se trata", añadía Marx, "es de cambiarlo." Eso falta en el escrito del joven diputado pero no le importa porque él es de IU y, aunque pretende "repensarla", solo es para aumentar su peso como izquierda "transformadora".
Y aquí es donde está el problema. IU lleva decenios llamándose transformadora, pero no ha transformado nada. Y ahora, con menos de un millón de votos y dos diputados, todavía podrá transformar menos. Para ser más exactos, nada.
En otras ocasiones hemos señalado que el problema de IU (y el de Garzón ahora) no es IU, sino el PCE. Por mucho que Garzón quiera "repensar" la izquierda, mientras el intento tenga detrás al PCE del que él es militante, no irá a ningún sitio. Parece mentira que gente que parece lúcida, como este Garzón, no sea capaz de ver lo que ven todos: que el comunismo ha sido un fracaso estrepitoso en el mundo entero y que los partidos comunistas no ganan jamás elecciones en parte alguna si se presentan como tales, razón por la cual lo hacen disfrazados y, aun así, obtienen unos resultados patéticos.
¿Por qué sigue habiendo comunistas? Y no comunistas como los de las utopías al estilo de Moro o de Campanella, sino de esos positivistas que declaran estar en posesión de una doctrina, el marxismo, a la que consideran pura ciencia. Pertrechados con ella o un vademécum para andar por casa, se consideran capaces de explicar el mundo a pedir de boca y orientar la acción hacia la revolución, como puede verse por su clamoroso triunfo universal. ¿Por qué sigue habiendo comunistas? Pues por la misma razón por la que sigue habiendo mitraístas, templarios o rosacruces; porque el espíritu humano es insondable.
El momento del comunismo pasó hace ya muchos años y cuanto antes se percate Garzón de ello, mejor para él. Dejó, por cierto, un rastro abigarrado y confuso, hecho de crímenes y heroísmo, de barbarie y generosidad, de torturadores y torturados porque, como toda manifestación humana, fue un híbrido de gloria e infierno. No hay posibilidad alguna de revivir esa momia por mucho y muy concentradamente que lo "repiense" Garzón.
Una última consideración: los núcleos irredentos del comunismo suelen calificarnos de "anticomunistas" a quienes sostenemos que su doctrina es una antigualla que no se tiene de pie y lo mejor que pueden hacer es olvidarse de ella. No es ilógico. También hay anticapitalistas, antifascistas, anticlericales y varios "antis" más. Todos entendemos que cualquier doctrina tendrá adversarios, con el mismo derecho a vivir y expresarse que los partidarios, a veces, más: hay machistas y antimachistas, esclavistas y antiesclavistas. ¿Por qué no comunistas y anticomunistas? Porque los comunistas utilizan el término "anticomunista" como una descalificación en sí misma. Basta con llamar a alguien "anticomunista" para que se entienda que no es de fiar, que tendrá intereses inconfesables o será un vendido o un criminal en potencia. Suele completarse el término con el adjetivo "visceral". Un anticomunista visceral es un ser problemático, escasamente humano y probablemente irracional. El otro día, uno de estos administradores de la verdad eterna me llamaba anticomunista de taberna lo cual, obviamente, roza el delirio. Esta terminología y semántica absurdas son reliquias de los tiempos ya lejanos en los que el comunismo todavía pintaba algo y gozaba del escaso prestigio que le daba su gigantesco aparato de propaganda. Porque eso es lo único que el comunismo ha hecho a mansalva: propaganda. Y en sus ecos alucinados viven hoy sus prosélitos.