Se entiende bien el ánimo de la CUP y el sentido de lo que ha pasado en Cataluña desde el 27 de septiembre. Por debajo de los discursos, las ideologías, las proclamas, late el comportamiento habitual de los seres humanos según sean las circunstancias. Esta parece la de una familia bastante numerosa que se reúne con algún motivo serio y una parte de ella, por ejemplo la media docena que compone un coro improvisado, se niega a desempeñar el papel que tiene asignado. Los otros persisten y porfían, pero estos se resisten, se niegan, se hacen de rogar, encantados de tener a los demás pendientes de ellos. Y cuanto más se les implora, más se encastillan, sabedores de que su importancia reside en su falta de acción. Cuando cumplan su cometido desaparecerán de las preocupaciones de los demás, que dejarán de tenerlos en cuenta. Es lo que pasa con la CUP. Llevan más de tres meses con Cataluña en vilo, todo el mundo pendiente de ellos, impaciente, mordiéndose las uñas, mientras ellos se hacen querer y deciden en sus ágoras qué posición adoptarán, sabiendo que serán decisivos para lo que suceda a continuación, pero solo por el momento del sí o el no. Luego, los acontecimientos se desencadenarán con una lógica que ya no podrán controlar.
Por eso retienen el momento de la decisión. Por eso y porque esta obliga a quienes viven de doctrinas a ponerlas en contacto con la realidad o, dicho en términos que todo el mundo entiende, a dejar de especular y mojarse o mancharse las manos. Mientras los hechos no lo sean todavía, sino proyectos, todos los discursos son posibles, incluido el de somos lo mejor de lo mejor, la crême de la crême, nuestros pensamientos son inmateriales y perfectos, no contaminados con ninguna suciedad mundana, como las ideas de Platón. Vivamos sempiternamente en este mundo de nunca jamás. Pero llega un momento en el que hay que mojarse y ojalá que en él la decisión que se tome haga justicia a la justicia y no rompa el romanticismo de la voluntad espontánea y asamblearia. Ojalá que la decisión responda en forma y fondo a un espíritu que quería simbolizar la ruptura con un mundo caduco. Porque, si no es así y la CUP se fractura, ya hay varios compradores a la puerta de la sala esperando hacerse con sus partes más vistosas y vari@s de ell@s sedicentes representantes del"mundo nuevo".
Mi artículo de hoy en elMón.cat sobre este candente asunto catalán.
Y la versión castellana:
FINAL DE PARTIDA
Hoy toma el Consejo Político de la CUP la decisión final sobre la investidura de Mas. No ha podido seguir estirándose la incertidumbre que se ha llevado al límite del ataque de nervios y de la paciencia de los sensatos columnistas de “El País” y otras gentes de orden, indignadas de que los desharrapados tengan voz y la hagan valer. Están literalmente rabiosos de que uno de los suyos, Mas, en quien concentran toda su maledicencia, haya cruzado el límite que separa la política institucional, respetuosa con los poderes establecidos, visibles y no visibles, para alinearse con los sectores más radicales. Por eso lo provocan, tratando de que pierda los nervios, diciéndole que se arrastra ante los “antisistema”.
En el fondo, toda la peripecia habida desde el 27 de septiembre viene a ser como una escenificación de la relación entre la Realidad y el Deseo de Cernuda. El deseo de la CUP de un proceso que fuera una catarsis al mismo tiempo, que permitiera el nacimiento de un Estado impoluto. Es la idea purificadora que concibe la génesis de algo como un momento de revelación, el renacimiento de un paraíso perdido por el juego mezquino de esa madera torcida de que están hechos los seres humanos. La posibilidad de un borrón y cuenta nueva que deje atrás las sombras del pasado y nos encamine a un futuro luminoso. El deseo, ese material humano “del que están hechos los sueños”, según Shakespeare.
Del otro lado la obstinada realidad según la cual ese nacimiento del Estado nuevo, ese primer paso en la epifanía nacional, provienen de un pasado de alianzas, negociaciones, pactos y acuerdos entre fuerzas muy distintas, tanto de orden político como social, cultural, económico y hasta religioso. E definitiva, un acuerdo difícilmente labrado, un equilibrio con vistas a un objetivo común que en un principio parecía frágil y, sin embargo, se ha mantenido, dando prueba de una resistencia que es su mejor garantía de consistencia futura. Si alguien quiere una prueba de qué fuerza pueda tener un gobierno independentista, que eche una ojeada al aguante de su núcleo, la coalición de Junts pel Si que ha resistido aguas turbulentas sin crisis que la pusieran en peligro.
Como en todos los juegos de envite, el plazo para la investidura y la formación del gobierno ha llegado al final, cuando hay que poner las cartas sobre la mesa y las opciones parecen ser solamente dos: investir a Mas o ir a nuevas elecciones en marzo. Bien hubiera querido el deseo sustituir la investidura de Mas por alguna otra fórmula que ayudara a visualizar aquella imagen de palingenesia en que había de venir al mundo a anunciar la nueva República catalana. Pero la realidad se impone en hacer nacer lo nuevo de lo viejo como en un parto trabajoso o echar otra vez a suertes a través de las nuevas elecciones.
Se trata de una consulta en la que, en principio, nadie entre los independentistas estaba ni está interesado, dada la alta incertidumbre de los resultados. Solo es bien acogida en el campo unionista y entre lo seguidores de la monja Forcades quien explícitamente prefiere las elecciones de marzo al presidente Mas. Una preferencia que tiene una explicación en dos momentos: en primer lugar, antes de Mas, cualquier cosa, que es propuesta no del todo malsonante a oídos de la CUP; en segundo lugar, ver de conseguir algo de tiempo hasta articular una nueva opción de “tercera vía” que pueda encarrilar las cosas de nuevo en un terreno más favorable al statu quo. Habiendo perdido las elecciones Catalunya Sí Que Es Pot, la nueva fórmula de En Comú Podem, esgrimiendo la reivindicación del referéndum puede ser la forma más sutil y menos traumática de frenar el proceso independentista y, luego del resultado positivo de la “confluencia” en las elecciones españolas de 20D, una opción viable y tentadora.
Pero no es solamente el previsible mal resultado de las hipotéticas elecciones de marzo lo que hace que, en el fondo, estas ya no sean una verdadera opción para la CUP, sino el hecho de que su posibilidad no haya funcionado como palanca para mover las posiciones de Junts pel Sí en el asunto exclusivamente simbólico del candidatura de Mas. El problema de recurrir a las amenazas en los procesos de negociación es cuando la parte amenazada es indiferente al cumplimiento de aquella. Desde el momento en que Junts pel Sí acepta la posibilidad de elecciones nuevas en marzo, la fuerza negociadora de invocarlas desaparece y, visto el mal negocio que se plantea, el movimiento asambleario tendrá que adaptar su deseo a la realidad. Entre otras cosas para evitar que se le cuelgue el sambenito de aguafiestas y se le responsabilice de un giro negativo del proceso que aplace la independencia a las calendas griegas.
Porque eso será lo que sucederá si, efectivamente, de un lado los independentistas pierden la ocasión de actuar en un momento especialmente indicado de confusión en la política española, con media izquierda pidiendo un impreciso referéndum y la otra media montada ya junto a la derecha en la grupa de caballo de Santiago y cierra España. Y, por otro lado, la indecisión permite articular un confuso movimiento populista de tercera vía en torno a En Comú Podem con algunos toques de lerrouxismo, siempre un peligro acechante en Cataluña.
Los valores, las convicciones y la fe en la fuerza de las deliberaciones espontáneas de las asambleas y el vigor de la grass roots democracy ha llevado a la CUP a la paradójica situación de que la decisión haya de tomarla ahora un órgano colectivo, representativo y reducido; en definitiva, sin ánimo peyorativo, un órgano oligárquico. Cuídese la organización de que, al final, la decisión colectiva no acabe siendo cosa de una sola persona y se cumpla así el vaticinio de Rosa Luxemburg cuando avisaba a los bolcheviques y su organización sovietista de que el soviet sería sustituido por un comité y el comité por su secretario general.