Ya está claro por qué C's se llama Ciudadanos y no Ciudadanas, como también podría: porque es un partido machista dirigido por un machista.
Este petimetre catalán, convencido como estaba de que tenía las elecciones ganadas porque los sondeos le eran muy favorables y su espíritu español le daba mucha ventaja, se ha metido en un charco adormecido por aquellos y empujado por este. Ya se había metido en otros antes, como cuando dijo que los parados debían devolver los salarios percibidos o hace poco cuando ha sugerido eliminar la condición funcionarial a los profesores para dejarlos a merced de los empresarios, como lo está él. Pero este es más profundo, más cenagoso, y puede hundirlo en la ignominia de su demagogia de reaccionario disfrazado.
Su metedura de pata procede de su subconsciente. Los retrógrados, los machistas, no entienden o dicen no entender que la igualdad requiere tratar desigualmente a los desiguales. Su concepción mecanicista de la igualdad es, en el fondo, una argucia para ir contra la igualdad y, por supuesto, contra la justicia; para mantener los privilegios y los abusos. El asunto concreto en el que este mozo ha patinado es el de la mayor pena para la violencia ejercida por el hombre que por la mujer en el contexto de violencia de género. Rivera se reviste de arcángel de la igualdad y pide equiparar las penas y la señora que lo representaba en el debate de TV1 creía hablar como Salomón cuando decía que para un niño es igual ver cómo su padre mata a su madre que como su madre mata a su padre. Los contertulios le dijeron que no entendía el fondo de la cuestión de la violencia machista, pero no es así. Lo entiende perfectamente; igual que lo entiende Rivera. Lo que sucede es que les parece muy bien.
Vamos a ampliar un poco el argumento a modo de explicación. En el fondo, el asunto es un caso concreto de discriminación positiva. Todos los machistas están en contra y argumentan que quebranta el sacrosanto principio de la igualdad ante la ley, el que la señora de la tele y Rivera invocan con gran facundia y lo harán no solo para ir contra la discriminación positiva sino también contra otras medidas de justicia hacia las mujeres, como las cuotas o los cupos. Todas las cipayas católicas de derechas dicen que las mujeres no necesitan cuotas en nuestra sociedad y que las que valen ya triunfan, etc., etc. como si la sociedad hubiera dejado de ser patriarcal y machista y de acumular privilegios para los hombres y dificultades y obstáculos para las mujeres.
La igualdad ante la ley. ¿Cómo puede hablarse de Estado de derecho -dicen- si se consagra la desigualdad ante la ley, aunque sea con supuestas buenas intenciones, como el adelanto de las mujeres? Muy sencillo, igual que se hablaba de Estado de derecho cuando los ordenamientos jurídicos consagraban el sometimiento de las mujeres, su condición de sojuzgadas, menores de edad, incapaces y sometidas a la tutela de los varones. Si los Estados en que la mujer no podía votar (hasta ayer mismo, como quien dice) eran Estados de derecho, estos también. Y no hace falta decir mucho más.
Pero se puede, porque la razón siempre es generosa en la palabra: la discriminación positiva no solo es compatible con el Estado de derecho sino que, precisamente, lo hace realidad porque trata desigualmente a los desiguales: y los compensa por la injusticia padecida hoy y en el pasado. Cuando se dice que las cuotas de mujeres son injustas por desiguales se pasa por alto que siempre ha habido cuotas... a favor de los hombres; en todas partes, siempre y no se llamaban cuotas porque nadie se atrevía a cuestionarlas a pesar de que durante años, siglos y aún hoy, muchas veces eran cuotas del 100%, esto es, con exclusión total de las mujeres como lo estaban de la ciudadanía en la Grecia clásica, en Roma y prácticamente hasta la actualidad.
La discriminación penal de castigar más a los hombres por la violencia machista es de justicia. Es el trato desigual a los desiguales el que garantiza la igualdad. Contraponer a este concepto de igualdad otro mecánico, como hacen Rivera y los de Ciudadanos, solo muestra que, en el fondo, están en contra de la igualdad y a favor del privilegio y las situaciones de abuso patriarcal.
Este neofalangista consiguió salir de los demás charcos mejor o peor. El de ahora es más profundo, más pringoso y más revelador, y la gente ya ha empezado a darse cuenta de que, por debajo, de las apariencias de lustroso y simpático broker está la vieja derecha reaccionaria de siempre.