Aquí mi artículo de hoy en elMón.com sobre el toque a rebato del nacionalismo español para doblegar al catalán. Los dos partidos dinásticos, renqueantes residuos de épocas que nunca fueron muy gloriosas pero ahora dan ya pena y un poco de repulsión, sienten que, a pesar de su pequeñez moral e intelectual, pueden labrarse un hueco en la historia. Su nuevo aliado, la falange de diligentes ejecutivos masterizados con sonrisa del Ibex 35 y modales FAES, garantiza el enlace entre don Pelayo y la postmodernidad líquida. El último resabio de dignidad socialista en el PSOE no le permite estampar la firma de Sánchez en esa reedición del pacto antiterrorista que, si tuvo alguna razón de ser cuando unos descerebrados andaban a tiros por las calles de Euskadi, hoy carece de todo sentido frente a Cataluña. La incapacidad de los políticos españoles para distinguir entre un puñado de pistoleros y un pueblo en marcha y buscar una solución justa pasará a la historia de la majadería humana.
A continuación, la versión española: de els gestos buits
Los gestos vacíos.
Solo el amago de una declaración de independencia ha desatado los nervios en el gobierno central que ha iniciado un frente patriótico al que quiere sumar a todas las fuerzas políticas parlamentarias y no parlamentarias. Todos los partidos convocados, la izquierda, la derecha y los que no son izquierdas ni derechas han acudido al toque de rebato nacional español. Se trata de hacer un frente nacional en contra del independentismo. Pero un frente, ¿para qué? Sin duda, en los próximos tiempos habrá motivos de conflictos. Pero, al menos en la visión que esgrime el gobierno, no serán de frentes sino, si acaso, de acciones individuales, procesales, de las que obligan a ser parte de procesos. Los frentes nacionales, las “uniones sagradas” en Cataluña no sirven para nada.
En realidad, este tipo de respuesta frentista tuvo su instante de auge en el momento más duro de ETA en Euskadi. Por aquel entonces, muchos argumentaban que la acción violenta del nacionalismo vasco era un craso error pues daba excusas al gobierno para no negociar ni acordar ni pactar nada en tanto no callaran las armas. Si cesara la violencia se abriría el camino a la acción política pacífica, se decía, mucho más peligrosa porque la democracia y el Estado de derecho no pueden amparar comportamientos delictivos pero tampoco pueden impedir procesos reivindicativos de carácter pacífico.
Casi coincidente con el alto el fuego en el País Vasco y el cese de actividades de ETA, se reinició y se intensificó el independentismo catalán de raíz y alcance democrático y pacífico. De hecho se ha generalizado el nombre de la “revolución de las sonrisas”, para el fenómeno de movilización de masas en pro de la independencia. Pero las promesas del establecimiento español no se han cumplido. No era verdad que, sin violencia, en democracia, se pudiera hablar de todo. Era mentira. Y se ve ahora: no hay pacto, negociación, acuerdo alguno que pueda poner en duda “la soberanía nacional española y la igualdad de todos los españoles”.
Ya tiene gracia que sea Rajoy, el ágrafo, cuyos dos únicos escritos propios conocidos van en contra de la idea de igualdad de las personas, quien se erija en defensor de un principio del que abomina. Dice mucho sobre su honradez intelectual. Pero hay más: ¿por qué el nacionalismo español más acendrado –PP, PSOE, C’s- no ha querido nunca hablar de un referéndum? ¿Porque, en el fondo, como sostienen muchos, temen perderlo? Desde luego. Pero el verdadero motivo es anterior: es que un referéndum relativiza los supuestos principios de legitimidad de su orden político-jurídico que son los de la sublevación fascista del 18 de julio de 1936.
Los principios no se someten a referéndum. La soberanía del pueblo español –proclamada en un texto que procede directamente del golpe de Estado de 1936- no se cuestiona, ni siquiera preguntando a ese mismo pueblo o parte él. Y el PSOE ya comulga con esta basura ideológica, la ha hecho suya. Por eso es un partido dinástico al que se tolera que, a veces, administre el cortijo de los señoritos. Por eso Podemos, al desmarcarse parcialmente de esta farsa, aspira a que no se lo considere parte de la tramoya del régimen que dice combatir.
Así, acabará formándose ese frente nacional español en contra del independentismo catalán, aplicando la experiencia del frente constitucionalista en Euskadi, pero no servirá de nada. Aquí, la verdadera amenaza a la democracia, las libertades y el derecho de la gente a expresarse no proviene de una organización violenta de carácter terrorista sino de las fuerzas del Estado que asegura defenderlos frente a un amplio movimiento social, de masas pacífico y democrático. O sea, ese frente nacional español es un gesto vacío que, además, se da en un escenario, pero busca su público en otro.
Los dos partidos dinásticos tradicionales saben que su resultado en las elecciones del 20 de diciembre en Cataluña será pobre porque cada vez son más marginales en el Parlament y el complemento que les ha dado el Ibex 35 con el nuevo grupo de C’s no los sacará de la irrelevancia. Pero no les importa. Su juego está en España, su público son los españoles y su programa, la integridad territorial de la patria, sin respeto alguno, ni falta que hace, por el derecho de autodeterminación de los pueblos que la componen. Para ese público se hacen estos gestos vacíos pero ampulosos que tranquilizan al franquismo sociológico imperante en España y le revelan que el socialismo del PSOE es un socialismo nacional o nacional socialismo.
Añadir al espectáculo un partido de derecha más moderno, menos corrupto (cosa que ya no está tan clara) y menos chusquero aligera algo el pesado mazacote televisivo neofranquista. Lo mismo con el intento de articular un nacionalismo español “de izquierda” o “popular” en la línea de Podemos que empieza por negar a las instituciones catalanas la capacidad para articular la voluntad popular salida de las urnas en nombre de un referéndum que debió haberse realizado hace años.
Son los gestos vacíos de una gente que lleva decenios gobernando un país con la mentalidad de los vencedores de una guerra civil. Esa gente solo admite a los vencidos si estos callan, renuncian a sus razones y asumen las de los vencedores.