Estamos ya en la precampaña de las últimas elecciones de este trepidante año que ha visto cuatro: las andaluzas, las municipales, las catalanas y, ahora, las generales. Hora, por tanto de hacer balance de estos cuatro años de legislatura de la derecha con mayoría absoluta.
Empecemos por la figura del presidente. Abrió su mandato admitiendo que no había cumplido su palabra con el programa electoral pero que "había cumplido con su deber". Qué deber sea ese que no incluye cumplir con la palabra dada que es el primer deber de toda persona digna es un misterio. Será un deber con las potencias infernales o, lo más probable, un deber con sus compadres de mafia y saqueo en España, pues si él inauguraba su mandato en 2011, el tesorero lo ganaba por muchos años y, en general, el partido llevaba presuntamente más de veinte financiándose de modo irregular, y sus miembros robando a mansalva.
No solo arrancó su mandato mintiendo, sino que siguió haciéndolo. Se negó a dar conferencias de prensa o ruedas con preguntas. Inventó la comparecencia a través del plasma, barrera tecnológica tras la que se refugian los cobardes y los que tienen cosas que ocultar. Se negó a rendir cuentas. Él que, entre los numerosos embustes que soltó en campaña electoral, decía que daría siempre la cara. No lo ha hecho nunca. Lo cual no quiere decir que la tenga menos dura que cualquiera de los ministros tras los que se parapeta. El personaje es un inmoral a quien las formas molestan pues solo le importa su beneficio.
Poco a poco, según se destapaba el caso Gürtel, los papeles de Bárcenas, las mangancias de Camps, las de Matas, etc., se ha podido ver que no se trata solo del beneficio personal de Rajoy sino que el partido es una máquina organizada para cometer presuntos delitos y fraudes. Lo hace a través de una red mafiosa que involucra a muchos dirigentes del PP y docenas de militantes con empresarios delincuentes o funcionarios corruptos. Desde su mismo origen, el PP se concibió como una manera de organizar a quienes, so pretexto de defender una ideología que desconocen, lo que quieren es saquear el país, expoliar el erario, defraudar a la gente, enriquecerse ellos y sus amigos al precio que sea y enchufar a familiares y deudos, y todo esto mientras unos medios comprados y unos periodistas vendidos cantan las excelencias del neoliberalismo, el libre mercado y la lucha contra el intervencionismo estatal.
El partido al que pertenece Rajoy desde su fundación y del que es ahora presidente, es un chollo para todos los que militan en él. Entre los beneficiarios de las adjudicaciones fraudulentas, de las falsificaciones y sobornos, entre los enchufados en las administraciones públicas entre amigos y clientes, se llega a una respetable cantidad que explica por qué el PP afirma tener 800.000 afiliados. Son 800.000 aspirantes a enchufes, saqueos, mamandurrias, a vivir robando de lo público mientras se habla mal de él.
El propio comportamiento de Rajoy es absolutamente indigno de un presidente de gobierno. Mintió al Congreso de los Diputados en una comparecencia de 1º de agosto de 2012 a la que se vio arrastrado por la amenaza de una moción censura. Si hubiera sabido que los socialistas amenazaron por una vez con algo que no tienen redaños para presentar, ni habría comparecido. Su desprecio por el parlamento es proverbial. Ni siquiera lo deja legislar. España se gobierna hoy mediante decretos-leyes, es decir mediante decisiones arbitrarias del ejecutivo, que cambia la ley cuando le da la gana sin consenso alguno. Esa misma ley que los catalanes tienen que obedecer a rajatabla. Él mismo está acusado de haber cobrado grandes cantidades de dinero negro y de haberse beneficiado personalmente de regalos en especie de una trama corrupta compuesta en realidad, por sus mismos hombres. En cierto sentido lógico, compuesta por él mismo, puesto que está al frente de esta manga de ladrones.
Tendría que haber dimitido al comienzo de su mandato, cuando se descubrió que cobraba sobresueldos. Pero se aferró al cargo como una lapa. En el extranjero es el hazmerreír de sus compañeros, todos los cuales entienden alguna lengua, además de la suya. Este zote ignora todas, incluida la propia. Como quedó claro ayer en el intermedio, ni siquiera sabe pronunciar Don Tancredo.
Por eso, en lugar de dimitir, se rodea siempre de gente peor que él en todos los sentidos: más inculta, más tonta, más ignorante, menos educada. Y, al final, en efecto, cuenta con un gobierno con niveles intelectuales como el de Ana Mato, José Ignacio Wert o Fernández Díaz, gente inenarrable que parece sacada de un jardín de bufones o rabaneras del tipo Esperanza Aguirre, más en el estilo de las astracanadas de Carlos Arniches.
Todo lo anterior, la falta de honradez, de ética, de moral, la mentira sistemática, el falseamiento de los datos y las estadísticas, la injerencia en los otros poderes del Estado para ponerlos al servicio del gobierno, explica el descrédito de los partidos y la política en españa. La contaminación y destrucción de todas las instituciones del Estado, la administración de un régimen ficticio, montado sobre una sarta de mentiras y legitimado por una legión de propagandistas en los medios que cobran un dineral de los fondos públicos por hacer política y demagogia a favor de sus amos, pasa por ser un debate democrático "normal", según los turiferarios de la derecha, siendo así que el debate público en el país está manipulado y monopolizado por ella, especialmente la más retardataria que es el nacionalcatolicismo de esta iglesia.
No es justo achacar este desastre generalizado a las prácticas nefandas de un solo personaje como Rajoy porque intervienen otros factores como el autoritarismo tradicional de la derecha, la demagogia populista que se gasta, la manipulación e instrumentalición asfixiantes de todo debate democrático. Pero su comportamiento concreto, ya desde los años de la presidencia de la Diputación de Pontevedra, muestra que Rajoy ha hecho la aportación decisiva al desmoronamiento de las últimas apariencias de Estado democrático de derecho, sustituidas por una realidad de acción despótica, autoritaria, represiva, de semidictadura.
La desmoralización de la sociedad es imparable. El país se ha hundido en la pobreza, la miseria, la exclusión y hay crecientes cantidades de jóvenes que emigran empujados por la necesidad y el paro y no porque tengan "espíritu aventurero", como dijo la ministra de Trabajo en su momento, una absoluta idiota que jamás ha trabajado en su vida. Esa desmoralización procede de comprobar que, habiéndose beneficiado la familia de Rajoy de su connivencia con el franquismo y habiendo salido él y sus hermanos muy bien compensados y colocados gracias a su complicidad, en su inmoralidad y granujería, lo contaminan todo. Han puesto los jueces a su servicio y destruido todas las instituciones de representación y control.
El país no es una Estado de derecho democrático sino un negocio de una oligarquía mafiosa que, con la bendición de los curas (también muy beneficiados en el expolio) se reparte el botín al tiempo que reprime todo intento de crítica o de protesta.
Frente a esta situación, ¿que hace la izquierda? Nada. Nada de nada salvo discutir por estupideces porque saben que los puestos, cargos y poltronas que ahora tienen en su mayor parte van a conservarse y, por lo tanto, no están interesados en encontrar una fórmula ganadora en las elecciones, lo que les obligaría a trabajar y no podrían mantener sus privilegios.
La derecha produce indignación; la izquierda, risa.