Mi artículo de hoy en elMón.cat sobre el intento del gobierno central de someter a Cataluña por el chantaje y el boicoteo, primeros pasos antes de pasar a mayores violencias. Esta es la versión catalana y, a continuación, incluyo el original en español:
Objetivo: doblegar Cataluña.
Hace unos días un sabotaje paralizó el AVE Madrid-Barcelona. Fue la policía quien así lo llamó. Claro y rotundo: sabotaje. Ahora solo falta saber quién lo perpetró pero son pocas las dudas, ¿verdad? Hay alguien interesado en sabotear la independencia catalana, el proceso catalán, todo lo catalán. Y no hace falta indagar mucho para saber quién y calibrar los recursos de que dispone para ello, que son ingentes, pues son los de todos, incluidos los de los propios catalanes. Los saboteadores tradicionales del Estado español son especialistas en machacar a sus adversarios con los recursos de sus víctimas.
Según El País, verdadero Alcázar de este nuevo y ridículo Movimiento Nacional compuesto de exrojos achacosos y arrepentidos, los planes económicos de la Generalitat “alarman al empresariado”, ente mitológico tan evanescente como “los mercados”. Cuando ese empresariado pide despido libre, eliminar el salario base, suprimir las cotizaciones, terminar con las vacaciones pagadas o que los trabajadores despedidos devuelvan los salarios cobrados, sus siervos, los intelectuales orgánicos del capital y El Escorial, no alzan la voz por encima del nivel de su cobardía. Al fin y al cabo, se trata de la que puede caer en Cataluña si los catalanes se obstinan en ser libres y romper el aciago destino de España: ¡incurrirán en las iras de los empresarios, los mecenas de estos plumillas complacientes!
La consigna en Madrid es diáfana: hay que romper el espinazo a Cataluña, quebrar la resistencia de los catalanes. ¿Qué se han creído estos? ¿Que puede uno librarse de la pesada y estúpida carga del nacionalismo español de los andrajos y la fanfarronería? La consigna de amedrentar, asustar, amenazar, insultar y, llegado el caso, sabotear o algo peor circula por las sedes de los partidos, las tertulias audiovisuales plagadas de esbirros, las redacciones de la prensa falangista, las fundaciones, las sacristías, las dependencias administrativas de un gobierno tan vacío de dignidad como lleno de ladrones y de un consejo de ministros compuesto por franquistas de estricta obediencia.
El erario no está para administrarlo prudentemente en beneficio general sino para robar a manos llenas y, con lo que reste, financiar las campañas del miedo, sobornar voluntades y pagar actos de sabotaje. Una o dos de esas agencias de rating, chiringuitos de robaperas para jugar con el crédito de las instituciones según sus propios intereses y los de sus clientes, ha subido la nota de los títulos españoles y bajado la de los catalanes. Con la misma justificación con que habrían hecho lo contrario si hubieran sido los catalanes los que las hubieran pagado en vez de los españoles.
El caso es machacar Cataluña, augurarle las penas del infierno, vilipendiar el independentismo y amenazar con traer a Mas cargado de cadenas a esta corte de pandereta y programas cutres en prime time como hicieron los romanos con Vercingétorix. El mismo periódico que antaño presumía de independiente sin serlo jamás, El País, publica un editorial en contra de una opción que ha ganado limpiamente unas elecciones y de un hombre, al que ya solo le falta pedir que lo linchen o, más caritativamente, que lo encierren en un frenopático. Quien haya perpetrado esa vergonzosa pieza amparado en el anonimato es un pobre hombre a quien no le queda ni alma que vender al diablo.
Y eso es el nacionalismo español sedicentemente civilizado, el que dice respetar los derechos de los catalanes a la diferenciación, siempre que no exageren, claro está. De lo que rebuznan los demás, esa manga de analfabetos bramando en las ondas y pagados opíparamente con nuestros impuestos no merece la pena ni hablar.
El próximo martes, 13, el Rey visitará Cataluña. Es el día en que comienzan las declaraciones de l@s tres imputad@s de la Generalitat ante el TSJC, Rigau, Ortega, Mas. Cabría decir que en España la política va por un sitio y lo judicial por otro, pero sería mentira. En un país en el que el ministro de Justicia administra los tiempos procesales y, encima, presume de ello en la prensa, esa aparente separación es tan falsa como un discurso de ese mismo Rey o las estadísticas del gobierno que defiende. Felipe VI va a Cataluña a darse un baño de gloria mientras el presidente electo de los catalanes es forzado a comparecer ante los jueces por haber permitido que su pueblo expresara su opinión. Es un intento más de humillación y es de esperar y desear que sean muchos más los catalanes que acompañen a Mas que los que vayan a aplaudir al Borbón, por muchos autobuses que fleten en el ministerio del Interior y más bocatas que repartan entre los jubilados.