dilluns, 10 d’agost del 2015

El fracaso de la izquierda española en Cataluña.




______________________________________

Dice el señor Óscar López, portavoz del PSOE en el Senado, que la independencia de Catalunya no es "ni legal ni posible, ni con un 51% ni con un 80%" de apoyos. Si quedaba algún despistado catalán creyente aún en una negociación en especial con la izquierda española, por concederle mayor sensibilidad hacia estas cuestiones, que pierda toda esperanza, siempre mejor que perder el tiempo tratando de razonar con quien embiste.

Veamos qué verosimilitud tiene esta rotunda negación lopecística a medio y largo plazo. A corto plazo, clarísimo: se trata de ganar votos negando los derechos de los catalanes, discurso que suena a música celestial en la España profunda. En cuanto al medio y largo plazo hay dos perspectivas: una abstracta y otra concreta, aquí y ahora, en España.

La abstracta. El enunciado de López es típico fetichismo de la legalidad y alimento de todos los trasnochados positivismos jurídicos. La ley en vigor es el horizonte de toda acción social. Con este criterio, todavía estaríamos con las leyes de Solón que, por cierto, eran bastante aceptables para la época. Pero hombre de Dios, López, ¿cree usted que la ley es un ente de razón eterno, inamovible, incambiable, como el ser de Parménides o una realidad natural como el cañón del Colorado? Aunque llamemos leyes a las normas que rigen los actos de las personas y los fenómenos del cosmos, entre ambas hay una diferencia esencial: las primeras pueden cambiarse; las otras, no. No las confunda, buen hombre.

Y no solamente pueden cambiarse sino que, muchas veces, es obligatorio, inevitable, hacerlo. 150 años atrás le ley decía que las mujeres no podían votar, ni estudiar ni hacer nada y 25 años atrás, que no podían abortar. Hubo que derogarlas y promulgar otras. ¿Por qué? Porque, aunque no lo crea usted, la ley, la legalidad, puede ser injusta, inicua y es menester cambiarla. Ciertamente, responderá el señor López, que es socialista y, por tanto demócrata, pero por sus cauces. En democracia la ley se cambia por mayoría. ¿Y un 80 % de catalanes no sería una mayoría? ¡Ah! Pero es que no se cuenta solo en Cataluña, sino en toda España y en toda España, un 80% y hasta un 100% de catalanes a favor de algo jamás sería mayoría.

O sea, la democracia del señor López tiene gusano, como las manzanas. Los catalanes jamás serán mayoría en España y, aunque el 100% de ellos quisiera cambiar la ley, siempre sería una minoría. Una minoría estructural (mayoría en su propio territorio) condenada a vivir bajo la ley que dicte la mayoría española que, además, pretende imponerle una condición nacional que no considera suya. Eleve el señor López el vuelo gallináceo del positivismo jurídico de la legalidad y remóntese a una cuestión de legitimidad. Haga un esfuerzo de comprensión: prácticamente ningún país de los casi 200 que hay hoy en el mundo, sería independiente de acuerdo con la legalidad preexistente: no lo serían los Estados Unidos, ni el resto de América, ni la India, ni muchos países europeos, desde Noruega a Eslovaquia. Si la mayoría de los catalanes quiere la independencia, sea o no legal según las leyes españolas, la conseguirá, por mucho que el señor López y miles de lópeces se opongan. Porque es algo legítimo.

La concreta. En realidad, López solo presta su apolillado discurso a un lema de campaña de su jefe, Sánchez, con su "¡más España!" que, por cierto, suena un poco al ¡"más madera!", del inolvidable Groucho Marx. El socialismo español -que inició la transición reconociendo el derecho de autodeterminación de los pueblos de España- se ha pasado a lo tonto a lo tonto a un espíritu jacobino centralista, no tan bestia como el de la derecha, pero sin grandes concesiones más allá de un federalismo desdibujado que viene a ser una reedición del "café para todos", aunque el de algunos sea americano y el de otros expresso.

La falta de sensibilidad y de inventiva de los socialistas frente a la cuestión catalana y el miedo que tienen a perder las elecciones si los acusan de tibios o ambiguos será precisamente lo que les haga perder las elecciones porque, para centralistas, ya están los neofranquistas. Hasta los expertos que Sánchez ha escogido para que le reformen la Constitución le dicen, supongo que con grandes precauciones, que es preciso reconocer de algún modo la singularidad catalana. Pero ya solo eso saca de quicio a los nacionalistas españoles sean de izquierdas o de derechas.

El soberanismo catalán ha puesto de relieve el fracaso de la transición y, sobre todo, el fracaso de la izquierda. El de la transición lo trataremos en otro momento. Ahora terminemos con el de la izquierda. No solo de la dinástica socialista, cosa evidente o de la comunista, asimismo dinástica aunque algo menos. También de esa izquierda aparentemente rompedora como Podemos, que amaneció quejándose precisamente del fracaso de la transición y la traición o inoperancia de las otras izquierdas y que prometía acabar con el régimen del 78, romper el candado de la Constitución. En el momento de retratarse, sin embargo, para ver si los los catalanes pudieran ejercer el derecho de autodeterminación que los de Podemos decían reconocerles, resultó que deberían hacerlo en el marco de la legalidad española (la del señor López, vamos) y en espera de poder debatirlo con todos los españoles durante un proceso constituyente que Podemos tiene tantas posibilidades de iniciar como de parar el sol.

Toda la izquierda española se ha estrellado en Cataluña y lo ha hecho porque la izquierda catalana declarándose independentista, sigue siendo tan de izquierdas como la española. O más.