Si quieres cambiar el mundo, empieza por cambiarte a ti mismo. No, no es fácil porque es imprescindible conocerse y eso es lo más complicado de todo. Y lo más engañoso. Puede que quien lo intente, quien vaya en serio en la introspección, se engañe a sí mismo. Es muy frecuente. Pero el que ni lo intenta, ese no solo se engaña sino que pretende engañar a los demás diciéndoles lo que tienen que hacer, como si él lo supiera mejor. Quien, sin introspección alguna, se cree autorizado a enseñar el camino a los otros suele sacar su seguridad de algún tipo de revelación exterior: dios, la historia, los padres, las lecturas de la infancia o las series de la televisión, el equivalente al pasto espiritual de la literatura de cordel o los seriales radiofónicos de generaciones anteriores.
La introspección hecha a base de referencias ideológicas o creencias adquiridas en los predios de la vida no sirve para nada tampoco, es puro teatro. Solo sirve cuando se arrostra sin conviccciones previas, sin respetos ajenos que son siempre simulacros de charlatanes y maestrillos por debajo de toda sospecha. Solo es respetable cuando se aborda sinceramente, pues únicamente nosotros sabemos de cierto si nos engañamos o no. Únicamente en nosotros anida la luz que nos ilumina sobre nuestras verdaderas motivaciones. Lo demás son farolillos de verbenas o triquiñuelas mediáticas. Si de la introspección, del examen de nuestras motivaciones reales, las únicas que cuentan, pues las fingidas no sirven, se sigue la convicción de que, en efecto, uno tiene algo que decir, recomendaciones, orientaciones para los demás, hágase como Zaratustra, sálgase a los campos y caminos y predíquese.
Di la verdad. No uses a los otros como excusa o pretexto para convertir en verdad la mentira. No te valgas de ellos, no los instrumentalices con consideraciones de táctica y estrategia. No seas asesino de posibilidades. No seas estratega.Y está preparado para escuchar la verdad de los demás. Y para aceptarla. No de boquilla o como recurso, sino como más verdadera que la tuya. En esa masa de los demás, hay tantas verdades como individuos. Muchos de ellos ocultarán la suya para seguir la tuya. De esos precisamente, de tus seguidores, debes huir. Cuando te pones al frente de ellos, en realidad, eres su rehén y vas por detrás. No diriges; te dirigen.
Si quieres valer, no a los ojos de los otros, que de nada te sirven, sino a los tuyos, acércate a quienes no te siguen ni te aplauden sino que te critican. Con esos debes hablar. Esa es la verdadera lucha porque lo es contra lo peor que hay en ti de ti mismo: la autocomplacencia. Tienes que distinguir entre las exigencias de la verdad y lo que te conviene, que suelen confundirse. Entre lo que tu conciencia te dicta y lo que los demás quieren oír. Solo así serás un espíritu libre y solo un espíritu libre puede aspirar a liberar a los demás.
El resto es propaganda y manipulación para vender cierta idea de futuro. O sea, humo.
También puedes hacerte prudentemente a un lado y tratar de entender lo que pasa. Pero para eso es necesario dejarlo pasar, y no todos los profetas o caudillos saben contenerse.