dissabte, 23 de maig del 2015

Palabras de oro.

Las columnas de Esperanza Aguirre en el ABC eran columnas salomónicas. No por lo sabias sino por lo costosas y lujosas. Cada una a 2.000 o 3.000 €, casi el precio de las del baldaquino de Bernini en el Vaticano. El contenido es lo de menos, aunque todas parecen ser tóxicas. Pero podría ser un lorem ipsum, porque lo que importa, lo que vale, es la firma. Lo dicho, de 2.000 a 3.000 € la pieza. Pero no es dinero que venga de la nada, sino que proviene de las subvenciones, publicidad institucional y otras mamandurrias que el gobierno regional concede a la prensa adicta. Su criterio es transparente: inversamente proporcional a la difusión del medio pero directamente proporcional a su fidelidad ideológica. Es un circuito cerrado, como el tableau de Quesnay: el gobierno cobra impuestos con los que subvenciona a los medios que luego pagan a tres euros cada palabra de la expresidenta del gobierno de los impuestos.

Hay palabras de oro. No hace falta recordar aquellas aladas conversaciones por las que cobraban millonadas el actual embajador en Gran Bretaña y un conocido diputado del PP en tareas de asesoramiento oral a empresarios que luego obtenían contratos del gobierno del partido de estos dos crisóstomos murcianos.

Mañana se deciden Comunidades y ayuntamientos. Hoy toca reflexionar por orden de la autoridad y no de cualquier forma, sino en casita o tomando una clara en la terraza de la esquina. Nada de ir a hacer gansadas en la Puerta del Sol o a hacer caso a los del 15M en su afán por incordiar. Una reflexión sosegada, mirando la portada de La Razón, en la que se trompetea la victoria de Rajoy, una, grande, libre.

Breve resumen hasta el momento. La señora Aguirre se ha comido la campaña del PP, dejándola en la sombra, con Rajoy balbuceando incongruencias sobre el paro, Cifuentes callada como una vestal y Rita Barberá, que debe de estar a punto de entrar en el desolladero porque el presidente dice que es la mejor. Mañana, tarde y noche, las pantallas han sido de la belicosa condesa, las portadas, las declaraciones, los desmentidos, las redes. Hasta Jesús Maraña, director de Infolibre le ha escrito una carta abierta, escandalizado del desparpajo con el que la señora no solo no da explicaciones sino que ataca cuanto se mueve. Empezó como una valkiria, mintiendo a los cuatro vientos para desprestigiar a sus contrarios, Carmona y, sobre todo, Carmena. Y terminó desplumada como un pollo, con todas las vergüenzas al aire, con cobros estratosféricos, pagos insólitos y presuntos tejemanejes para colocar los quesos de oveja de su marido quien, al parecer, solo presenta las cuentas de su empresa los años de jubileo. La dama carece de programa porque, sostiene, no los lee nadie. Bueno, como sus columnas. Pero las columnas no se votan. Solo se pagan. En fin, la campaña del PP en Madrid ha sido la de Aguirre y las resultados, para España, tendrán doble lectura: los de Aguirre en Madrid y los de Rajoy en el resto de España. Y esa será otra guerra.

La izquierda en su peculiarísimo laberinto. El PSOE, con cierto complejo de nave capitana, reitera un mensaje que ha ido formulando en la campaña: estabilidad, centralidad, reversión de errores propios e iniquidades ajenas. Le falta contundencia frente al PP pero aun así, o quizá por eso, cree que puede aglutinar el voto de la izquierda. El país (Metroscopia) le pronostica, junto al PP, un abandono masivo del voto juvenil. Dado que considera "voto juvenil" el comprendido entre los 18 y los 54 años, el vuelco augura ser brutal. En todo caso, reina el clima de la más absoluta concordia. Los de Podemos insisten en que los "verdaderos socialistas", los "socialistas de corazón" deben votarlos a ellos. Anguita ha desaparecido del mapa. Los de IU también afirman la necesidad de encontrar puntos de confluencia con el PSOE y Podemos. Todo eso es puro sentido común. Lo absurdo eran los ataques anteriores. Y las consecuencias de los absurdos se verán mañana.
 
Ciudadanos cerró casi en privado, esencia del espíritu liberal. Cuando todo el pescado está vendido, llegan estos a ver si se comen unos percebes.