Hoy pasamos la segunda etapa de este año de maratón electoral del que se dice que cambiará todo y todo lo transformará. Cambio es el lema e ideologema dominante en la campaña. Todos quieren cambio, unos "real", otros "sensato", otros "tranquilo", otros "radical". Pero todos pretenden cambiar. Todos, no. Falta Rajoy, como siempre, que está en las antípodas. No quiere cambio alguno y echa pestes de quienes lo proponen por frívolos, aventureros, mindundis. Hay que conservar lo que tenemos y no arriesgarlo. Hay que conservar los cinco millones de parados porque, en realidad, es el pleno empleo ya que según Rajoy, hoy "nadie habla de paro". En fin...
Segunda etapa de la maratón. Quedan dos, pero la tercera, las elecciones plebiscitarias catalanas, empieza a no estar clara. Mas se pensaría convocarlas si CiU pierde la alcaldía de Barcelona. No se entiende la relación de causalidad, pero puede darse el caso.
La campaña pasó como un vendaval. Dos semanas de excesos, desplantes, retos, insultos, acusaciones, pataletas y truculencias diversas protagonizadas casi en su totalidad por Aguirre, lanzada a la conquista de La Moncloa. La condesa ha eclipsado su propio partido, en bloque y uno por uno a sus dirigentes: Cifuentes, Rajoy, Cospedal, Aznar, Santamaría y Botella forman un ocuro y confuso clan de agraviados a quienes lo único que une es el deseo de que aquella se dé el gran batacazo electoral. A los demás, ha intentado vapulearlos a base de golpes bajos y juego sucio, pero se ha encontrado una resistencia inesperada y una respuesta que, con ayuda de los escándalos revelados por Infolibre la han dejado a la puerta del ambulatorio pidiendo árnica y con la perspectiva de que, al final, la gente, harta de una Grande de España que ha resultado ser muy pequeña, no la vote. Cosa que bien pudiera pasar, cuenta habida de que la financiación de esta campaña no ha permitido grandes dispendios.
Todos los analistas coinciden. Los resultados están abiertos. Nada puede predecirse. La abstención, tradicionalmente alta en las elecciones autonómicas, se lleva parte de la culpa. Y eso que El País vaticinaba ayer un "vuelco" a favor de los emergentes por el voto juvenil. Pero como situaba el intervalo juvenil entre los 18 y los 54 años, tampoco el asunto es muy seguro. Vienen luego los indecisos a recoger su parte de culpa. Un porcentaje altísimo. A saber por quién se decantarán. Añádase que, al tratarse de elecciones locales, las predicciones, que se hacen por partidos agregados, tropiezan con el hecho de que los distintos ámbitos son mundos aparte. Y eso sin contar el factor catalán.
De forma que, no sabiendo los resultados, cosa imprescindible si, como parece, son ajustados, hablar de pactos es como razonar a un guijarro. En términos aritméticos, todos los pactos son posibles. Cuando se dice que no es por razones ideológicas de "mi partido jamás pactará con ese otro" o "trataremos de pactar por todos los medios con aquel otro". Declaraciones de propósitos. Con el valor de los propósitos humanos. Pregúntese a Rajoy. De momento, todos, absolutamente todos los candidatos quieren ganar y gobernar, y todos, absolutamente todos, piensan quedarse en la oposición si no ganan. Ninguno se va a su casa.
¿Y los problemas? Se ha hablado de los problemas, fundamentalmente de dos, uno de los cuales me parece ficticio y el otro real. El ficticio es el bipartidismo. El real, la corrupción.
El bipartidismo es un problema ficticio porque no está claro que sea responsable en sí mismo de los males que se le achacan, especialmente el desgobierno y la corrupción. Es verdad que las monarquías nórdicas, multipartidistas, son honradas y eficaces. Pero también lo es que Italia, otro sistema multipartidista, acabó siendo el reinado de la corrupción. Por otro lado, hay muchos sistemas bipartidistas, empezando por el británico, que no son corruptos. De forma que el problema no reside en el bipartidismo como institución en sí, sino en este bipartidismo, en el hecho de que sea español.
Ahí es donde entra el segundo problema, el que consideramos real: la corrupción. Y sobre eso, los discursos son más que insatisfactorios. Son estrambóticos. Promesas de regeneración de lo más variado, hechas por los responsables y beneficiarios del actual desaguisado. Proyectos de transparencia total, absoluta, con los candidatos fotografiándose en paños menores en instagram y subiendo la contabilidad de su hogar a las redes. Esta demasía típicamente borgoñona es sospechosa.
No hace falta acumular más normas, leyes, decretos, órdenes a la masa ya legiferada. Eso es lo de siempre. Hay que aplicar las leyes y, sobre todo, dotar de más recursos a la administración de justicia, garantizar su independencia, dejar de interferir en los procesos con los más bastardos objetivos, y confiar en los jueces. Una función pública competente y neutral y una administración de justicia fuerte e independeniente son las mejores garantias de regeneración democrática y lucha contra la corrupción..
Todo ello debe descansar sobre unos partidos responsables que, cuando estén en la oposición, se dediquen a oponerse y no a dejarse engañar. Porque si la corrupción ha llegado a estos extremos de establos del rey Augías es porque la oposición estaba en Babia. O era cómplice, lo cual es peor. Y se trata de los partidos y de su deber. Se agradecen esos propósitos de los partidos radicales de que la ciudadanía se implique directamente en la gestión de la cosa pública. Se agradecen más, si cabe, siempre que no sean obligatorios porque los ciudadanos tenemos más cosas que hacer que deliberar permanentemente sobre la gobernación de la cosa pública. Para eso elegimos representantes, Y los pagamos. Tenemos derecho a exigirles que sean eficaces sin estar vigilándolos. Esa consigna de no nos representan quizá sea correcta para estos representantes pero, no tiene por qué serlo para toda representación.
Y, en fin, a ver qué elegimos hoy.
Y, en fin, a ver qué elegimos hoy.