El lunes se inauguró en Barcelona la cumbre euromediterránea. Es la reunión más importante de los países de la cuenca del Mediterráneo. Acuden a ella los ministros de Asuntos Exteriores de la UE y los de los demás países ribereños. Y sus séquitos.
En este momento, la tensión entre el gobierno central y la Generalitat, entre el nacionalismo español y el catalán se ha incrementado mucho a raíz de la convocatoria de elecciones autonómicas para el 27 de septiembre. Sobre todo de que los soberanistas hayan firmado una hoja de ruta hacia la independencia a dos años y de que las vean como elecciones plebiscitarias. Sin embargo, tal aumento no ha sido óbice para que los dos presidentes, el español y el catalán, hayan coincidido en el acto, uno a abrirlo y otro a cerrarlo, sin problemas de protocolo.
Ello demuestra que el desencuentro de un Foro Económico en 2013, que llevó a la exclusión de Mas de los actos por cuestiones de protocolo fue un incidente buscado. Uno más de los desprecios, desplantes y provocaciones con que Rajoy viene tratando la cuestión catalana por puro talante autoritario e ignorancia. Ignorancia típica del nacionalismo español que aún no ha empezado a digerir que la “cuestión catalana” es la “cuestión española”.
El discurso de Mas se orientó a presentar y explicar a su auditorio, la personalidad, la singularidad de Barcelona en el Mediterráneo y en Europa. Barcelona, Cataluña, Mediterráneo, Europa. Ni una mención a España. Como es hombre moderado con sentido del equilibrio, compensó la omisión de España con la de toda referencia a Cataluña (a la que llamó territorio, un poco al uso euskérico), como nación. Echó la mirada molt lluny, al pasado, al origen medieval de la Generalitat y dijo con orgullo que él era su centésimo vigésimo noveno presidente. Recordó que en Barcelona se redactó el Libro del Consulado de Mar, código de derecho marítimo en la Edad Media, que rigió en el Mediterráneo durante siglos. También dijo que los catalanes miran molt lluny al futuro. Pero eso lo dejó en el aire.
Y todo el mundo entendió que había pronunciado un alegato a favor de la independencia de Cataluña.
El discurso de Rajoy quien parecía no haber escuchado el de Mas, versó sobre dos puntos: el terrorismo yihadista y la españolidad de Cataluña en general y Barcelona muy en concreto. Hacemos gracia al lector de las consideraciones sobre el terrorismo. El núcleo de la intervención del presidente fue la españolidad de Cataluña por razones más parecidas a dogmas, por una nebulosa antigüedad de convivencia (conllevancia, diría Ortega) que no puede competir con la de Generalitat y porque, caramba, en buena medida la segunda parte del Quijote transcurre en Barcelona, ciudad de la que Cervantes, autor español, tiene la mejor opinión y ensalza como merece esta maravillosa capital de España en el Mediterráneo y como todos los españoles reconocemos y alabamos sin parar.
De todo esto puede opinarse, es interpretable. No lo es la pobreza de los argumentos esgrimidos por Rajoy. La autoridad, la costumbre, el peso de un pasado común mucho más breve que el esgrimido por el nacionalismo catalán. Es de agradecer que no haya proferido en ningún momento esa jaculatoria con que aburre al resto de los auditorios en España de que esta, España, es una gran nación. Quizá sea un toma y daca de políticos: tú no hablas de la nació catalana y yo no hablo de la gran nación española. La españolidad de Cataluña, de Barcelona es un hecho incontrovertible, una verdad apodíctica. Solo los locos o los criminales pueden negarla. Es así por ley de la naturaleza y la historia y designio divino, aunque esto último suelan decirlo lo curas.
Por supuesto, lo que hay detrás del axioma es la posibilidad de recurrir a lo que Gregorio Peces Barba invocó en cierta ocasión con un sentido del humor bastante cuestionable y para negarla: la de bombardear Barcelona.
Los dos discursos escenificaron de forma tangible el enfrentamiento entre el nacionalismo español y el catalán y la audiencia se hizo clara idea de la existencia de un conflicto interno en España, de hondas raíces y consecuencias imprevisibles. Para la táctica del soberanismo de internacionalizar el conflicto, el momento fue de oro; para la del unionismo, de plomo. Mas se dirigió al auditorio en cuatro lenguas, catalán, español, francés e inglés y se hizo entender directamente por muchos de los allí presentes. Rajoy procedió a leer el suyo únicamente en español, lengua que ningún otro país mediterráneo habla.
El mérito y el valor de los cargos políticos es igual sea cual sea su rango. Un alcalde puede tener tanto valor como un rey y un emperador tanto como un agente de policía de servicio en un barrio marginal. Todos son la autoridad. El peso de esta depende luego de la persona que la ejerce. De lo que dice y cómo lo dice.