El presidencialismo del PP, acorde con su tradición ideológica, presenta visos de arbitrariedad y dictadura. Rajoy tiene de los nervios a sus corifeos en las baronías autonómicas y en los consistorios al no dar el visto bueno a las candidaturas en las elecciones próximas. Pero él ya ha dicho que agotará la legislatura y será candidato a la reelección en 2015. Haz lo que digo y no lo que hago. El que manda es él. Punto redondo.
¿Y por qué se presenta de nuevo? Razones no parece haber ninguna. El candidato de 2011 que iba a dar la cara la ha ocultado; el que iba a llamar a las cosas por su nombre se ha negado a llamarlas por nombre alguno; el que iba a remediar el paro y resolver la crisis en dos años lo deja todo como estaba o peor; el que iba a gobernar como Dios manda ha provocado dos crisis de muy distinto calado: el sobresalto en el sistema de partidos con la aparición de Podemos y la probabilidad de una secesión territorial en Cataluña. Con razón es el dirigente peor valorado de la historia de la democracia, ahora que se ha ido Rubalcaba, y la intención de voto de su partido sigue cayendo en picado.
Entonces, en efecto, ¿por qué vuelve a presentarse? No hay nada que agradecerle y sus perspectivas son negras. No importa. Rajoy se presentará si el partido se lo pide y no hay duda de que se lo pedirá, pues las voces dicordantes, estilo Esperanza Aguirre, están ocupadas con su propia supervivencia. La única amenaza que podría cernirse sobre los planes presidenciales sería la del indómito clan de los Mac Aznar pero eso es de momento pura especulación.
Rajoy ha decidido nominarse a sí mismo para el cargo, autoungirse, designarse frente al espejo. Su partido se lo pedirá de rodillas y algún ministro impetrará la intercesión de una de esas Vírgenes tan cargadas de medallas y condecoraciones que parecen militares soviéticos. Su discurso sin duda será que necesita otros cuatro años para culminar la magna obra de regeneración iniciada en los primeros cuatro. Lo vestirá con abundantes referencias a los datos que prueban la recuperación económica, extraídos de unas cuentas que su gente manipula sin ambages y a los que nadie presta el menor crédito. Lo cual le es absolutamente indiferente mientras tenga la mayoría absoluta en el Congreso, en los medios, en el poder judicial, el Consejo de Estado y demás instituciones de menor rango. Esa foto de Rajoy venerado al alimón por el presidente del Tribunal Constitucional, el del Congreso y el del Senado es la variante española de la doctrina Montesquieu.
Como le es indiferente la pública comprobación de que carece de toda idea acerca de cómo abordar políticamente las dos grandes cuestiones enunciadas que, a su vez, se interrelacionan: Cataluña y la crisis del sistema político.
Frente a Cataluña, Rajoy se enroca en la cerrada negativa a dialogar con Mas, cosa tampoco tan extraña en un hombre a quien todo diálogo le parece falta de firmeza en los principios, esos que no se negocian. En verdad no dialoga porque no tiene nada que decir en una situación que ni siquiera comprende. Sin embargo reconoce que el Estado debe ganar terreno en Cataluña, que debe recuperar presencia en Cataluña. Y esto, exactamente ¿qué quiere decir? ¿Está dispuesto a llevar La Moncloa a Barcelona? ¿El museo del Prado? ¿Las sedes de las embajadas? ¿Más compañías de la Guardia Civil? ¿Una bandera de la legión? Nada de eso. Probablemente el significado de la intención sea tan absurdo como el deseo de Wert de españolizar a los niños catalanes; doblemente absurdo porque, siendo él el jefe, se trata de españolizar a todos los catalanes. No vamos a andarnos con chiquitas.
Recuperar presencia del Estado en Cataluña. Pero, señores, ¿no dicen ustedes que Cataluña es el Estado? ¿Qué presencia tiene el Estado que recuperar en sí mismo? ¿O quieren ustedes decir presencia de la metrópoli en la colonia? No, de ningún modo, jamás de los jamases. Entonces, ¿quiere el señor presidente explicar qué significa recuperar presencia del Estado en Cataluña?
Por cierto ¿ha visto usted la marcha que lleva el País Vasco? Eche una ojeada a las encuestas que anuncian la apertura de un segundo frente soberanista.
Ante la segunda cuestión, la crisis del sistema de partidos y, por extensión, del sistema político, la actitud del presidente es otra rotunda negativa: no a la reforma de la Constitución Española (CE). Ignoremos el sobado asunto de que sea el único partido contrario a la CE el que ahora la quiere intocable. Además, alguno de la derecha admite la posibilidad de una reforma dejando muy marcados los límites y siendo estos angostos. El gobierno no quiere reformar la CE porque se la ha apropiado como instrumento de partido y no quiere perder sus privilegios.
La CE no es organización del Estado sino instrumento del gobierno y de su partido. Por eso reacciona Rajoy con virulencia frente a la propuesta de Sánchez de reformar la reforma del artículo 135 CE. Virulencia que pone de relieve la fibra moral de este presidente. Recuerda muy enojado al secretario general de los socialistas que la palabra se cumple. Y lo dice él, que comenzó su mandato reconociendo que había incumplido sus promesas, o sea, su palabra. Añadiendo, contra toda lógica que, en cambio, había "cumplido con su deber". ¿Estaría ahora dispuesto a reconocer que Sánchez incumple su palabra pero cumple con su deber? Sin duda, no. Al contrario, lo condena por ello, dando así muestra de cómo este presidente carece de todo principio moral, empezando por el universal de no hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan a nosotros.
La legislatura acaba en pleno desastre, literalmente inmersa en la corrupción. Pero en su tramo final el gobierno enarbola un proyecto de regeneración que debe impedir la determinación de responsabilidades políticas por los mayores casos de corrupción de la historia del país. De este modo, los principales responsables de la presunta corrupción pueden presentarse a revalidar sus cargos, para seguir haciendo lo que han hecho hasta ahora. O sea, el proyecto de regeneración apunta a la degeneración si todavía es posible.