La noticia de Público.es, de que Monago viajaba a Tenerife a costa del Senado para ver a su novia revela cierta ingenuidad del periódico. Si lo hacía, no viajaba "a costa del Senado", sino de los contribuyentes. El Senado como tal no costea nada; ni el Tribunal de Cuentas, ni el Gobierno, ni el Tribunal Constitucional. Ninguna institución del Estado. Lo costeamos todo los contribuyentes. Si se defrauda a una de estas, en realidad, se nos defrauda a todos.
Pero lo curioso de este enésimo caso de aparente corrupción es que afecte a un hombre que, en los últimos tiempos, se ha convertido en el azote de la corrupción... ajena; un nuevo Catón el Censor, velando por la probidad pública; un puritano, un cuáquero, celoso vigilante de la integridad moral de la comunidad; un Robespierre incorruptible, defensor de la salud pública, azote incluso de los de su misma orden. ¿Cómo puede darse esta dualidad de comportamientos? ¿Es un caso de doble literario, de Doppelgänger, de disociación, de bipolaridad, algo patológico? No lo parece, visto el saludable aspecto del presidente extremeño y las causas que defiende en público con gran denuedo, brillantez y audacia.
Monago está obviamente en sus cabales. Pero eso de viajar a costa del contribuyente a sus citas sentimentales, si tal cosa es cierta, no debía de parecerle algo reprochable. Más o menos lo que pensaría el juez Dívar cuando cargaba al contribuyente sus escapadas de fin de semana a procurarse esparcimientos al parecer también sentimentales. Al fin y al cabo, ellos y otros muchos, cuando se miran en el espejo ven padres de la Patria, gentes excelsas a quienes esta debe sufragar sus entretenimientos privados. Y eso no es corrupción. Corrupción es llevarse cien millones ilegalmente.
Algo parecido sucede con los sobresueldos de la caja B en el PP. Ahora se admite ya que los tales sobresueldos, como la existencia misma de la caja, son inadmisibles, inmorales, típica práctica corrupta. Pero, en el momento en que se supo la noticia, Rajoy compareció en el Parlamento y reconoció la existencia de tales sobrepagos o sobresueldos, justificándolos con consideraciones empresariales de pagos por productividad. Es decir, le parecía tan normal cobrar sobresueldos (que también salen, en último término del contribuyente, vía coste de las obras públicas) como a Monago costear sus escapadas amatorias con dineros públicos. Son los padres de la Patria.
¿Se pagan los padres de la Patria su indumentaria? Por supuesto que no o así lo creía firmemente Camps, exquisito consumidor de sastrería a medida a cargo del contribuyente. Nada de prêt à porter; eso lo hacen los rojos, singularmente el coletas, que se viste en Alcampo. Rajoy compartía este y otros muchos puntos de vista con Camps, a quien auguró un brillante futuro como político. Al decir de Pedro J. Rajoy también se vestía en la prestigiosa sastrería Gürtel, en donde se hacía sus ternos y, al parecer, se sacaba los billetes gratis para viajes de ensueño. Los pagos, siempre según el exdirector de El Mundo, los hacía Ana Mato quien, a su vez, sufragaba los viajes y hasta los cumpleaños de sus hijos del mismo modo, y tan poca importancia concedía a estos asuntos menudos de las cuentecillas que no veía ni los coches en el garaje de su casa ni, hasta la fecha, se haya sentido obligada a dar alguna explicación racional de su comportamiento. Porque, habiendo avanzado tanto la igualdad de sexos hoy día, al lado de los padres de la Patria aparecen las madres, a quienes ha de reconocerse un trato tan deferente como a aquellos.
Padres y madres de la Patria han surgido después como setas en otoño. No debe de quedar alcaldía, diputación, consejería autonómica, ministerio o ente autónomo que no luzca uno o más ejemplares de esta lucida especie y que no aspiren a lo mismo que los ejemplos citados, y también a superarlos en magnificencia y boato. ¿Qué son los viajes a Marbella o Canarias comparados con un safari en Kenia al estilo de Blesa o una sesión de esquí en Canadá al de Bárcenas? ¿Qué es un traje obsequio de la Gürtel al lado de un aeropuerto sin aviones? ¿Qué un cumpleaños de niños en comparación con una cacería a lo grande con alcohol, juego y putas? ¿Qué el pago de dietas fraudulentas por un par de noches de amor en un hotel comparado con un ático de lujo en Marbella?
Esta crónica negra y marrón de España tiene elementos verdaderamente celtibéricos, cuando el pueblo se ve confrontado con situaciones en las que se dirimen cuestiones de justicia e injusticia: ¿por qué Isabel Pantoja, una madre de la Patria popular, entrará ipso facto en prisión y Carlos Fabra, también padre de la Patria, pero popular, sigue en libertad?
Una vez destruida la imagen de los padres de la Patria a causa de la corrupción que todo lo anega y substituida por la de una organización de malhechores que están en política para forrarse y forrar a sus amigos por los medios que sean, se alza una pregunta: exactamente, ¿en manos de quien está la actividad legislativa del país, la tarea de promulgar normas que regulen el comportamiento civilizado de las gentes? ¿Cual es su autoridad moral? ¿Qué ejemplo dan? ¿Qué imagen proyectan? ¿Es razonable poner en manos de estos tunantes una tarea tan peliaguda?
Y más en concreto, ¿tiene esta presunta asociación de malhechores alguna legitimidad y autoridad moral para encabezar una política de lucha contra la corrupción?
No.
No.
La única salida digna es dimisión del gobierno, disolución parlamentaria y elecciones anticipadas, antes de que la situación se deteriore más.