El veinticinco de julio pasado Pujol reconocía en público lo que muchos, muchísimos, dicen ahora haber sabido en privado. Que es un defraudador contumaz. Aquel día, festividad de Santiago Matamoros, patrón de España, comenzó un forcejeo entre las fuerzas políticas sobre si el Molt ex-Honorable debía comparecer en el Parlamento, cómo, cuándo, en qué condición, cosa que al final ha sucedido. Ha sido un episodio confuso en el que no queda clara la posición de algunos actores decisivos, como CiU o ERC, probablemte porque, siendo una situación imprevista, no quieren significarse demasiado en uno u otro sentido. El resultado de la confusión, una comparecencia medida, milimetrada, como dice Gutiérrez Rubí en un gran artículo en "El País", Pujol, desnudo. Otra cosa es que se hayan conseguido los objetivos que los participantes pretendían.
No Pujol, desde luego. Probablemente tampoco esperaba mucho ya que, como es lógico, su batalla está ahora en el terreno judicial y el político solo puede perjudicarlo. Pero, si pretendía poner fin a la indagación parlamentaria, ha fracasado. La lectura del texto era perfectamente prescindible. No contestó a ninguna pregunta; cargado de patriótica indignación con un punto de amenaza, abroncó a los diputados y provocó su indignación,
Tampoco lo han conseguido los partidos que, según parece, pretendían la comparecencia para evitar la comisión parlamentaria de investigación, CiU y ERC, aunque de este último no estaría tan seguro. Hay un elemento de confrontación interpartidista en el nacionalismo que cuenta aquí. El caso Pujol tiene pinta de ser institucional, estructural y afectar a los nacionalistas burgueses en cuanto gestores de la autonomía catalana. No es familiar, privado, incluso personal, como se dice. Es más bien arbóreo, por seguir la metáfora pujoliana. Si se menea el árbol caen las ramas. Muchas.
Además de institucional, estructural y arbóreo o silvícola, el caso Pujol puede ser nacional en el sentido del nacionalismo catalán, cosa que, obviamente, preocupa en el ámbito de ERC y aledaños. El anhelo independentista no puede verse afectado por las andanzas de un presunto galopín. ¡Ah! Pero el presunto se envuelve en la bandera patria: todo lo que ha hecho, lo ha hecho por hacer país, nación, patria. En las palabras más inocentes está la trampa. ¿Todo? Ahora vamos a ver qué sea ese todo y si con sus partes puede hacerse país, nación, patria y en dónde, si en España, en Cataluña, en Andorra, en Suiza o en las Islas Caimán. Estos días habrá abundante recurso al famoso apotegma de Samuel Johnson del patriotismo como último refugio de un granuja.
El caso Pujol también es nacional en el sentido del nacionalismo español. No solo porque vaya a emplearlo como arma en contra del soberanismo. De eso se encargó la señora Sánchez Camacho, impartiendo una lección de ética en el Parlamento catalán en nombre del PP, que es como decir de la Gürtel. También porque, en el fondo, se descubre la mucha razón que tenía aquel "ABC" de los años ochenta en que se nombraba a Pujol español del año. Y se quedaba corto. A juzgar por lo presuntamente defraudado, debió nombrarlo español del siglo. Porque aquí está el núcleo de este asunto, el hecho de que cuanto suceda en Cataluña tiene un enorme impacto en España. Mucho más del que los españoles están dispuestos a reconocer. La buena convivencia entre los pueblos de España, catalanes y andaluces, por poner dos ejemplos de acusado perfil, es el fundamento del ser nacional español. Si aquella no se da, este entra en aguas turbulentas y la nave amenaza motín. Que un andaluz llegara a presidir la Generalitat catalana pareciera mostrar que los prejuicios étnicos estaban vencidos y la convivencia garantizada. ¿Es así?
El siete de mayo de 1898, en plena guerra hispano-norteamericana, el Spectator publicaba un editorial sobre España en el que, entre otras cosas, se decía:
Pues hay un riesgo real de que se dé lo que el mundo consideraría anarquía en España. En primer lugar su cohesión es imperfecta. El norte y el sur son enteramente diferentes; el norte es industrial; el sur, agrícola; el norte, moderno; el sur, medieval; el norte pleno de sangre goda; el sur con un ramalazo de sangre árabe; el norte, fiscalmente expoliado y disminuido en su comercio porque el sur apenas puede pagar. Preguntad a un empresario de Barcelona su opinión sobre un cordobés o un murciano.
Esa opinión tardaría 60 años en hacerse pública. Pero se hizo en la pluma del empresario/banquero Pujol en los años cincuenta, en un texto vehemente y juvenil titulado La inmigración, problema y esperanza de Catalunya resucitado por Ciutadans en ocasión electoral en 2012 y con ánimo de hacerle daño:
El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico, es un hombre destruido, es generalmente un hombre poco hecho. Un hombre que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Si por fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, el andaluz destruiría Catalunya" .
Curioso que los dos fragmentos hablen de anarquía. Es cierto que, posteriormente, Pujol pidió disculpas por este juicio y lamentó verse perseguido por una "frase desafortunada". También ahora es víctima de una decisión desafortunada hace treinta años. Pero todo es y ha sido siempre por la patria. Esos infortunios, sobre todo la corrupción, son golpes en la autoconciencia del independentismo. Este tiene que mantener su legitimidad llegando hasta el final en el descubrimiento de la verdad, incluso perdiendo aliados. En asuntos de principios los oportunismos tácticos son vergonzosos.
Porque la patria siempre tiene un precio, aunque en monedas muy distintas.
Porque la patria siempre tiene un precio, aunque en monedas muy distintas.
(La imagen es una foto de Wikimedia Commons, con licencia Creative Commons).