A estas alturas nadie ignora que España está embarcada en una involución profunda en todos los órdenes. Rajoy parece decidido a agotar la legislatura al mando del navío y atravesando cabos, contra todo uso y convención democráticos. No porque los mandatos no deban agotarse por sistema sino porque no deben cuando quienes los ejercen están por debajo de toda sospecha y cuentan con un índice abrumador de rechazo de la opinión pública. Al cabo de sus cuatro años será cierto lo de que a España no la reconocerá "ni la madre que la parió", en frase célebre que ha quedado como símbolo de la fanfarronería de la izquierda y abrumadora realidad de la derecha.
El debate sobre el estado de la Nación ha sido la enésima prueba de que el sistema político de la segunda restauración está vacío de contenido y es una caricatura de sí mismo. Las instituciones no funcionan; los "frenos y contrapesos" brillan por ausencia; el gobierno es autoritario, se mueve por decreto, no rinde cuentas ni acepta responsabilidades políticas de ningún tipo, por garrafales y/o inhumanas que sean sus pifias; los medios -salvo escasísimas excepciones concentradas en el ciberespacio- están tan amordazados como el ministro del Interior trata de tener a los ciudadanos.
El Estado del bienestar, que Rajoy pone sobre su cabeza, está siendo desmantelado; los servicios públicos, privatizados, descapitalizados, suprimidos. Solo lo que está sucediendo con la educación probaría de sobra el proceso involutivo. Es obvio que el futuro de un país está en su ciencia, en el fomento de la investigación y el desarrrollo. Reducirlo, apagarlo, suprimirlo, es condenarlo al atraso y la subalternidad. Subalternidad científica, industrial, económica. Pero también política. El gobierno ha suprimido por ukase la justicia universal en un acto de sumisión y vasallaje a la arbitrariedad de las potencias. Pero luego va por ahí trompeteando que España es una gran nación. Una gran nación no puede estar corroída, como lo está esta, por la corrupción. Y seguirá estándolo pues quienes debieran atajarla son sus principales responsables y beneficiarios.
Me permito resumir la postración de España en esa fórmula de CAT/CAT. De un lado, el catolicismo; del otro, Cataluña.
CAT 1.- El catolicismo, mejor dicho, el nacionalcatolicismo es el principal abanderado, artífice y aprovechado de la involución. Es un declarado propósito de retornar a la esencia católica como esencia nacional de España. ¿Laicidad? ¿Separación de la iglesia y el Estado? Vamos, vamos. El gobierno tiene línea directa con las potencias celestiales, trata de tú a tú a las vírgenes (la del Rocío, la del Pilar, la del Amor), las tiene de becarias y también las condecora. El presidente del Tribunal Supremo, al frente de una delegación ha ido a un acto religioso en el Vaticano, sosteniendo, al parecer, que va en acto de representación del Estado ante otro Estado. O sea, no es una cosa de rezos y via crucis, de creencias religiosas, sino de vuelo diplomático. Ser presidente del Supremo (y del CGPJ) y embajador al mismo tiempo es lo que se llama pluriempleo ostentoso.
Pero esto es lo anecdótico, el ridículo habitual de esta derecha analfabeta, estúpida y criminógena. El CAT 1 muerde a fondo. Ha vuelto a apoderarse de la educación, de forma que, por unas u otras vías, los niños españoles saldrán católicos, como corresponde a su condición de españoles. La ley en contra del aborto es la manifestación más palpable de la involución nacionalcatólica. Se queja la oposición de este atropello y pide se retire. Sin esperanza alguna. La ley contra las mujeres va adelante y ya veremos qué pasa con los matrimonios homosexuales y hasta con el divorcio.
Es la España nacionalcatólica más oscura, tradicional, retardataria que ahora ha de enfrentarse a un reto del otro CAT, el catalán, frente al cual no tiene respuesta alguna salvo la negativa cerrada.
CAT 2.- Cat es la abreviatura que suele aparecer en las URLs catalanas. No .es, sino .cat. La muy competente Anabel Díez dictamina en El País que Cataluña protagoniza la última jornada del debate de la nación y Juan Antonio Blay en Público.es dice La consulta en Catalunya divide al Congreso en tres bandos. No estoy inventándomelo. Cataluña está ahi. Mostrando no el problema catalán, sino el problema español, ese que España no quiere ver. Los tres bandos de Blay (alguno, incluso, más parece una banda), están claros: la derecha, la izquierda y los catalanistas. La derecha tiene un NO rotundo, integral, universal. No a todo. A la consulta, al diálogo, a la negociación, a la reforma de la Constitución. A todo. Fuera del NO, todo lo más que se oye son confusas amenazas.
La izquierda aparece pillada en una situación incómoda pues está en el NO (a la consulta) y el SÍ (al diálogo y la negociación), pero no tiene claro cómo articular ninguna de las dos propuestas. Y eso en parte se debe a que carece de una idea aproximada del alcance, el significado del soberanismo catalán, en parte por ignorancia y en parte por prepotencia. Su nacionalismo español a la vieja usanza, que lo aproxima al de la derecha, no le deja ver los aspectos nuevos del catalán y la consecuencia de su impacto en España. Quiera el PSOE o no ese soberanismo es un revulsivo para el Estado español y la propia idea de la nación española que ya no puede mantenerse por el socorrido procedimiento del palo y tentetieso. Si cabe refundar la nación española en un marco distinto de convivencia, plurinacional es, ciertamente, cosa que está por ver pero ¿es eso suficiente para negarse intentarlo y conformarse con la ya visto que no funciona?
Desde luego, lo peor será que haya un conflicto entre CAT 1 y CAT 2. Porque no es -insisto, se trata de lo más importante- un conflicto territorial sino de modelo de sociedad. Sin duda, la derecha catalana es ante todo derecha y también tiene sus más y sus menos con la corrupción. Pero, salvo en los casos de los empresarios españolistas, supongo, es cien veces más avanzada que la española, tan intransigente, cavernícola e inmoral como siempre. Del resto no hace falta hablar.
(La imagen es una captura de un vídeo de La Moncloa según su aviso legal y representa un momento de unas declaraciones triunfales de Mariano Rajoy en los pasillos del Congreso tras haber intervenido en el debate sobre el Estado de la Nación. La propia Moncloa las clasifica como canutazo).