Según muestra la experiencia los partidos suelen padecer crisis internas cuando están en la oposición o, simplemente, no están en el poder. Cuando tienen menos recursos y menos cargos, puestos, prebendas que repartir entre los suyos. Cuando no pueden satisfacer todas las aspiraciones de carreras o colocaciones. Oficialmente las crisis -críticas, enfrentamientos, tensiones, rupturas- no son nunca por causas personales sino que suelen invocarse discrepancias objetivas, políticas, programáticas. Pero es frecuente que lo personal y lo personalista tengan un gran peso.
Palinuro se propone subir una próxima entrada con una reflexión sobre la crisis de la izquierda española, incluyendo en ella también al PSOE. Las tensiones grandes se dan en el territorio de IU y otras formaciones a la izquierda, pero las aguas no están tranquilas tampoco en el Partido Socialista; no lo están ahora con la cuestión catalana y tampoco lo estarán cuando arranquen de verdad las primarias y se haya desvelado el misterio de la decisión de Rubalcaba que lleva camino de tomarse más tiempo que el tercer misterio de Fátima. Pero eso será en una entrada próxima. Esta va dedicada a los sobresaltos del PP.
Los acontecimientos recientes -creación de Vox, marcha de Vidal-Quadras, negativa de Mayor Oreja a ir en la lista de las europeas, críticas de dirigentes destacadas como Aguirre y San Gil, la inasistencia de Aznar a la próxima convención del partido- dan testimonio de cierta turbulencia en el interior que contradice la experiencia invocada en el primer párrafo. El PP está seguro, cuenta con una mayoría absoluta a prueba de bomba, acumula la mayor cantidad de poder institucional y territorial de la historia reciente. Le va bien, en definitiva. Tiene prebendas para repartir, aunque quizá no tantas ya en su interior pues es de suponer que la época de los sobresueldos habrá pasado. ¿Por qué padece esta crisis?
A lo mejor porque, a pesar de las apariencias, no le va tan bien. La versión oficial, como era de esperar, es negativa ("aquí no pasa nada") e idílica ("los sondeos nos son favorables para las elecciones") con lo cual se prueba una vez más que quizá el mayor problema del partido sean precisamente sus dirigentes. Cospedal se ha superado a sí misma (y parecía difícil, después del "simulado diferido") al sostener que la negativa de Mayor Oreja a la lista es una forma de seguir, de acuerdo con la irreprochable lógica según la cual tirarse por la ventana es otra forma de llegar a la calle. Parecida a la que aplica Rajoy cuando, muy aliviado, asegura desde Jerusalén que, aunque Mayor Oreja se vaya de las listas, sigue con nosotros. Lo curioso es de dónde venga el alivio cuando lo habían mandado a Bruselas para quitárselo de encima.
Pero lo grave, el momento decisivo, el de la crisis de verdad es la sonora defección de Aznar. La maquinaria del partido, desconcertada, ha comenzado a elaborar un discurso minimizador: Aznar es importante, pero ya está amortizado como líder del partido. Rajoy no puede ser el hombre de nadie, sino que ha de ser su propio hombre. No pasará nada.
Pero ya está pasando. Aznar, el presidente de la FAES, cantera de hombres e ideas del gobierno y las instituciones tiene mucha más presencia internacional que Rajoy. Y nacional. No por lo mucho que se mueve el ex-presidente, sino por lo poco que lo hace el presidente. En concreto esta es una de las críticas más frecuentes: que no se mueve, no hace nada, deja que los conflictos se enquisten, no tiene brío, resolución ni coraje. Las cosas han llegado a extremos intolerables en Cataluña y Euskadi. Y, dentro del partido, los seguidores de Aznar siguen siendo muy numerosos, importantes y se sienten relegados por estas nulidades que Rajoy ha encumbrado, tan indecisos e inútiles como él.
No pasa nada pero todo el mundo recuerda la afirmación del expresidente de que si la Patria lo llama, está dispuesto a volver. No sé si fue antes o después de pillarse un berrinche porque el gobierno lo dejó solo en una presentación de un libro suyo. Pero la afirmación se hizo. Y no presentarse en la convención del partido es un recordatorio de que la afirmación se hizo y quien la hizo sigue disponible. Vox puede ser un grupo meramente testimonial, como suelen serlo otros en la izquierda, pero si Aznar levanta bandera, a ella acudirán todos los que creen que, gracias a su pusilanimidad e incompetencia el gobierno se ha rendido en Cataluña y el País Vasco, y está cediendo a las imposiciones de la izquierda que quiere ganar en la calle lo que perdió en las elecciones.
El dilema del gobierno es que, para evitar el peligro de ruptura ha de ceder a las imposiciones de los ultras, pero, si lo hace, puede perder las próximas elecciones generales.
(La imagen es una foto de 15mmalagacc, con licencia Creative Commons).