Nadie sabe con exactitud qué sea la nación; pero todo el mundo se siente parte de una, algunas veces de dos o más. La nación es un sentimiento, no un concepto racional y el nacionalismo, su forma de manifestarse. El nacionalismo, la última ideología política, superviviente de la época del fin de las ideologías, según se dice por ahí, pero extraordinariamente potente y universal. Forma parte de la construcción de las identidades de los seres humanos. El ser español, o catalán, o sueco o marroquí, es sentirse español y no razonarse español, catalán, sueco, etc. El punto de fusión colectiva de la identidad individual, allí donde la persona se ve reflejada en otras que son como ella, pues todas comparten ese imaginario colectivo de formar un grupo distinto de los demás grupos, culturalmente hablando. Se trata de naciones; no de razas. Todo el mundo tiene una nación, la siente como suya y, en consecuencia, es nacionalista.
En su forma más benigna, el nacionalismo es un sentimiento de pertenencia que habitualmente gusta de presentarse como patriotismo. La patria, el lugar de los padres, al que se quiere y con el que uno se identifica, sintiéndose orgulloso de él. La tierra de los antepasados, circunstancia que, según Kant, caracteriza a los españoles. España es tierra de antepasados. Y todos los demás países. En su forma más maligna este sentimiento roza lo delictivo porque exige que el individuo supedite su juicio moral a los intereses de la patria. La expresión es conocida: My country, right or wrong. Lo primero es mi país (esto es, lo que yo creo que es mi país) con razón o sin ella, como reza el "espíritu 4º" del Credo legionario de Millán Astray: A la voz de ¡A mí La Legión!, sea donde sea, acudirán todos y, con razón o sin ella, defenderán al legionario que pida auxilio. Con razón o sin ella. Me niego a actuar sin razón, sea en nombre de lo que sea. No seré nunca, pues, un nacionalista maligno, uno de esos dispuesto a matar en defensa de lo que ellos, y quienes son como ellos, juzgan que es la nación. Lo de morir ya es otro asunto.
Con estos antecedentes, ¿qué puede decirse del choque de nacionalismos hoy a la orden del día en España? El nacionalismo español -que suele presentarse como no nacionalista-, se niega a admitir en España otra nación que no sea la española. Por qué se obstina en presentarse como no nacionalista tiene dos causas: a) el nacionalismo español tiene mala fama incluso entre muchos nacionalistas españoles, en concreto los liberales y de izquierda que no se reconocen en la tradición nacionalista dominante de la derecha, de carácter autoritario, dictatorial, católico, excluyente, tradicionalista y clasista; b) el nacionalismo español se enfrenta a nacionalismos no españoles que le riñen el territorio, razón por la cual tiene que reprobarlos como nacionalismos; pero es muy difícil reprobar un nacionalismo en interés de otro. Por eso se afirma que los catalanes son nacionalistas (o los vascos, o los gallegos) pero los españoles, no.
La identificación que la derecha más reaccionaria y nacionalcatólica hace de la nación con su idea de la nación, que apenas cubre a sus votantes, ha desacreditado el nacionalismo español y le resta legitimidad para enfrentarse a los nacionalismos que lo cuestionan. Es entonces cuando surge el nacionalismo ilustrado, liberal, de izquierda que ha estado tradicionalmente preterido y perseguido en España. Ve llegado su momento ante el fracaso del nacionalismo cuartelario: España como nación en sentido moderno y abierto del término: un espacio liberal, laico de ciudadanos con iguales derechos, orientados por un espíritu de moral civíca de esencia republicana. Un ideario que jamás ha encarnado en España salvos los breves años de la II República, destruida a sangre y fuego por los depositarios de la esencia de la verdadera España, padres ideológicos (incluso biológicos) de la caterva reaccionaria que hoy desgobierna el país.
Ese nacionalismo de izquierda es un proyecto que pretende reconocer en los catalanes (y en quien se apunte) un elemento diferencial pero que cuenta con mantener integrada a Cataluña en la nación española, dada la fuerza de convicción de su propuesta. ¿Cómo no van a ver los catalanes y demás desafectos que hay otra España no torva, no reaccionaria, carcunda, centralista ni facha? ¿Cómo no van a sentirse solidarios y comprometidos con esa concepción liberal y tolerante de una nación española, madre de todos sus hijos y no solo de los militares, los curas, las tonadilleras y los fascistas del secarral? Sin embargo,el mero hecho de que este nacionalismo de izquierda no admita el derecho de autodeterminación de otras naciones (pues ni admite que haya otras naciones) ya da una idea de la escasa fe que tiene en su proyecto, la nula confianza en la fuerza atractiva de esa nación que dice defender.
En resumen, ninguno de los dos nacionalismos españoles parece entender que es imposible decretar sentimientos. No se puede convencer a nadie de que cambie de sentir. El nacionalismo español tiene tanto derecho a imponerse al catalán como el catalán al español. Ninguno. Pretender frenar el nacionalismo catalán afirmando que hay una idea de España que, caso de imponerse, traería de nuevo los secesionistas voluntariamente al seno de la Patria común es legítimo, pero se convierte en algo injusto cuando esa propuesta excluye el derecho de los catalanes a no aceptarla. Porque entonces la idea ya no es tan noble: te quiero nacional español por la belleza de mi conciencia; pero, si no lo aceptas, bueno, entonces artículo 2 de la Constitución en conexión con el 8.
Y no solo son los catalanes (vascos, etc) quienen tienen derecho a no aceptar tan exquisitos como inanes discursos. Por extraño que parezca también lo reclamamos algunos españoles, como Palinuro, cuya falta de respeto por el relato de la nación española liberal, progresista, tolerante es tan grande como la aversión que siente hacia el nacionalcatolicismo del hispánico rebuzno. El PSOE recurre a una propuesta federal que tenía abandonada. También es legítimo, si cree que con ella se resolverá el actual contencioso de España. Pero la cuestión palinuresca sigue siendo la misma: ¿está el PSOE dispuesto a admitir que los independentistas catalanes no quieran federarse con nadie sino, simplemente, independizarse? Ese es el punto crucial en tan enmarañada cuestión.
La identificación que la derecha más reaccionaria y nacionalcatólica hace de la nación con su idea de la nación, que apenas cubre a sus votantes, ha desacreditado el nacionalismo español y le resta legitimidad para enfrentarse a los nacionalismos que lo cuestionan. Es entonces cuando surge el nacionalismo ilustrado, liberal, de izquierda que ha estado tradicionalmente preterido y perseguido en España. Ve llegado su momento ante el fracaso del nacionalismo cuartelario: España como nación en sentido moderno y abierto del término: un espacio liberal, laico de ciudadanos con iguales derechos, orientados por un espíritu de moral civíca de esencia republicana. Un ideario que jamás ha encarnado en España salvos los breves años de la II República, destruida a sangre y fuego por los depositarios de la esencia de la verdadera España, padres ideológicos (incluso biológicos) de la caterva reaccionaria que hoy desgobierna el país.
Ese nacionalismo de izquierda es un proyecto que pretende reconocer en los catalanes (y en quien se apunte) un elemento diferencial pero que cuenta con mantener integrada a Cataluña en la nación española, dada la fuerza de convicción de su propuesta. ¿Cómo no van a ver los catalanes y demás desafectos que hay otra España no torva, no reaccionaria, carcunda, centralista ni facha? ¿Cómo no van a sentirse solidarios y comprometidos con esa concepción liberal y tolerante de una nación española, madre de todos sus hijos y no solo de los militares, los curas, las tonadilleras y los fascistas del secarral? Sin embargo,el mero hecho de que este nacionalismo de izquierda no admita el derecho de autodeterminación de otras naciones (pues ni admite que haya otras naciones) ya da una idea de la escasa fe que tiene en su proyecto, la nula confianza en la fuerza atractiva de esa nación que dice defender.
En resumen, ninguno de los dos nacionalismos españoles parece entender que es imposible decretar sentimientos. No se puede convencer a nadie de que cambie de sentir. El nacionalismo español tiene tanto derecho a imponerse al catalán como el catalán al español. Ninguno. Pretender frenar el nacionalismo catalán afirmando que hay una idea de España que, caso de imponerse, traería de nuevo los secesionistas voluntariamente al seno de la Patria común es legítimo, pero se convierte en algo injusto cuando esa propuesta excluye el derecho de los catalanes a no aceptarla. Porque entonces la idea ya no es tan noble: te quiero nacional español por la belleza de mi conciencia; pero, si no lo aceptas, bueno, entonces artículo 2 de la Constitución en conexión con el 8.
Y no solo son los catalanes (vascos, etc) quienen tienen derecho a no aceptar tan exquisitos como inanes discursos. Por extraño que parezca también lo reclamamos algunos españoles, como Palinuro, cuya falta de respeto por el relato de la nación española liberal, progresista, tolerante es tan grande como la aversión que siente hacia el nacionalcatolicismo del hispánico rebuzno. El PSOE recurre a una propuesta federal que tenía abandonada. También es legítimo, si cree que con ella se resolverá el actual contencioso de España. Pero la cuestión palinuresca sigue siendo la misma: ¿está el PSOE dispuesto a admitir que los independentistas catalanes no quieran federarse con nadie sino, simplemente, independizarse? Ese es el punto crucial en tan enmarañada cuestión.
(La imagen es una reproducción de un cuadro de Friedrich Overbeck, titulado Italia e Germania (1815-1822) en la Neue Pinakothek de Munich, en el que Alemania es un autorretrato del propio Overbeck.