Notable pieza teatral en un acto ayer en Toledo. La venganza del cautivo, magistralmente interpretada por dos veteranos de las tablas que hicieron juntos parte de sus carreras: Dolores de Cospedal en el papel de la Dueña ultrajada en su virtud y Luis Bárcenas en el del ex-Tesorero agraviado en su lealtad. Ambos estuvieron sublimes. La actuación de Bárcenas, simulando la espectral aparición de un habitante de otro mundo (el de las almas en pena), fue magistral en todo momento y dejó a la Dueña vapuleada y maltrecha. Pero Cospedal dio una notable réplica, erigiéndose en digno símbolo de la inocencia atropellada por la calumnia, al modo de Desdémona. Tanta fue su pasión que, al salir, a punto estuvo de comerse un árbol.
En la cruda realidad de la calle, sin embargo, quien estaba en cuestión no era la Dueña manchega dolorida, sino la secretaria general del partido del gobierno, la segunda en este después de Rajoy, cuyo espíritu flotaba ayer en la sala en la simbología del plasma. Cospedal acudía como secretaria general a dar un mentís a la acusación de Bárcenas de haberla untado, por decirlo un poco a la pata la llana. Y ha organizado un cisco tan monumental que hasta la vicepresidenta no sabía qué decir en la rueda de prensa del consejo de ministros y no le dio tiempo a hilar alguna de esas perogrulladas con las que cree salir airosa de los compromisos. Hasta en su partido -en el que no abundan los linces- se han dado cuenta de que la estrategia de Cospedal es suicida, producto de su carácter altanero y algo bravucón. Dicen sus abogados que ella va a la defensa de su honor -lo único que le importa- y este ha salido impoluto. Pero la verdad es que el honor de la dama está bastante maltrecho por muy diversos conceptos: aparte de los supuestos sobresueldos, los dobles o triples sueldos, los olvidos en las declaraciones de bienes, las compras inmobiliarias fastuosas o las comisiones de cientos de miles de euros que no dejan rastro en su partido. Los asuntos de dineros son siempre muy resbaladizos y más cuando saltan por todas partes en donde aparece Cospedal de un modo u otro. Y eso resta mucho crédito.
El destrozo de esta hispánica cuestión de honor es considerable. Cospedal lanzó una variante del que cada palo aguante su vela al decir que ella no sabe si los demás cobraron sobresueldos; que preguntó y se lo negaron. Aquí ya nadie se fía de nadie. Por supuesto, la trabajada y obstinada estrategia de Rajoy, a su vez, barrida por las ondas furiosas. Bárcenas en todos los telediarios soltando cieno sobre el partido, el gobierno, sobre él mismo. La política del mutismo coronada por el éxito. Cosa absolutamente previsible. Hace falta ser un verdadero negado para no darse cuenta de que en la sociedad de la información, la desinformación no funciona.
En el extranjero deben de estar perplejos. Si esto fuera un país normal, Cospedal, en lugar de tropezar con un árbol, debería dar cumplida cuenta de su gestión en una rueda de prensa abierta con libertad de preguntas y, acto seguido, presentar su dimisión irrevocable.
El caso Bárcenas es más que nunca el caso Rajoy. Habiendo el juez rechazado la petición de comparecencia del presidente a petición de la fiscalía, una de las acusaciones recurre y vuelve a solicitar dicha comparecencia por considerarla procesalmente imprescindible. El recurso está muy sólidamente argumentado. Responde al juicio de intenciones que hicieron la fiscalía y el juez al presumir que la petición de comparecencia obedecía a motivos extraprocesales diciendo, en el mismo terreno que, de haberse tratado de un ciudadano ordinario, la comparecencia no se hubiera rechazado. ¿Lo duda alguien? Añade el recurso tres argumentos muy sólidos: a) Rajoy era el responsable último de esta trapacería y daba el visto bueno a las cuentas barcénigas; estuvo asimismo en la reunión en que se acordó el pintoresco despido de Bárcenas, más parecido a un chantaje; b) aparece acusado directamente de haber cobrado suculentas sumas en sobresueldos; c) también fue secretario general de forma que, pues se ha citado a todos los secretarios generales anteriores y posteriores, no hay modo de justificar su exclusión como no sea por razones no jurídicas. No se me alcanza cómo se pueda negar este recurso, pero será preciso estar atentos y ver en qué queda.
Mientras tanto, el pensamiento es libre. ¿Puede el país permitirse una comparecencia del presidente del gobierno? Las fotos darían la vuelta al mundo y la Marca España tendría que cambiar de nombre. Y nada más. Si Cospedal no dimite, tampoco dimitirá Rajoy. Porque en España no dimite nadie, salvo los pagafantas del PSOE. Nunca. Pase lo que pase.
El gobierno sigue batiendo tambores de cómo en 2016 estaremos creciendo a ritmos chinos en la esperanza de que este trile nos distraiga de los crímenes del franquismo y los sobresueldos del PP. Pero lo tiene muy crudo porque, al mismo tiempo, impone un hachazo de 15.000 millones de euros a los gastos sociales de ayuntamientos y autonomías que va a empeorar notablemente la vida de la gente.