divendres, 19 de juliol del 2013

Una chispa de indignación.


Rajoy se niega a dimitir. Mato se niega a dimitir. Cospedal se niega a dimitir. Pérez de los Cobos se niega a dimitir. A pesar de que en todos los casos hay razones más que sobradas de acuerdo con las pautas de cualquier democracia, por ramplona que sea. Rajoy, además de no dimitir, se niega a dar cuenta de sus actos, a comparecer en el Parlamento, a asumir responsabilidad alguna.

Ya se sabe. La derecha española no es democrática. Puede parecerlo en las formas, pero no lo es el fondo. En eso se diferencia de su lejano patrón y modelo, Franco, que no era demócrata en la forma ni en el fondo y se cargó la democracia a bombazo limpio para instaurar una dictadura. Estos lo hacen de forma menos brutal, más taimada, pero con los mismos resultados. Han abolido el pluralismo de los audiovisuales públicos, poniéndolos en manos de unas comisarios políticos con la misión de ser su aparato de propaganda, misión que aquellos cumplen con la eficacia de un Goebbels. Han bloqueado todo control parlamentario del gobierno y reducido a la nada la función legislativa del Parlamento que, como las Cortes de Franco, se limita a sancionar lo que el poder le manda, a aplaudir al Jefe e insultar a la oposición. Han colonizado con hombres de su partido el Tribunal Constitucional por medios torticeros y engañadores que avergonzarían a cualquiera excepto, claro, a sus beneficiarios, más interesados en los cargos que en la dignidad.

En definitiva, una dictadura de hecho. Han desvirtuado el juego democrático de los poderes e instituciones del Estado poniéndolos todos al servicio de la política del gobierno que hace literalmente lo que le da la gana, sin rendir cuentas a nadie. Impone un programa máximo de involución democrática, retroceso y pérdida de derechos y lo acopla con otro de drásticos recortes y medidas de expolio (que el gobierno llama "austeridad" y "reformas") de modo que son los sectores más desfavorecidos quienen pagan el coste de la crisis.

Y todo eso se hace en mitad del peor escándalo de corrupción de la política española desde la muerte de Franco. Un escándalo de sobresueldos, comisiones, dinero negro, mamandurrias, bicocas, gastos suntuarios, de todo lo cual vamos teniendo cumplida noticia por los papeles de Bárcenas corroborados ahora por la contabilidad del PP, subida a la red por Anonymous. La imagen es la de un partido que funcionó supuestamente desde el principio como una red de captación de fondos a través de la corrupción administrativa y el expolio de las arcas públicas. Y están pringados todos los dirigentes del PP. Unos más y otros menos, pero todos. Han arruinado el país a través de una corrupción generalizada. Se han cargado los servicios públicos de salud y educación y están destruyendo la administración pública para llevarla a los tiempos de la sumisión política de los "cesantes".

Es la destrucción de la democracia desde dentro. Y frente a ello, bien poco es lo que se puede hacer pues el gobierno controla todos los poderes, tiene a su servicio los medios públicos y no vacila en el empleo de la violencia que, en verdad, no es su último recurso, sino el único.

Ayer hubo un estallido de indignación popular contra tanta infamia en bastantes ciudades españolas. Unas manifestaciones espontáneas, convocadas a través de las redes sociales, sin otro tipo de publicidad, ni padrinazgo. IU decidió unirse a la barbacoa de chorizos frente a Génova, en Madrid. Pero la iniciativa era ajena, era de las redes. El gobierno dirá que fueron cuatro y que él tiene detrás millones de votos. Sin embargo todos sabemos que esos manifestantes reflejan un estado de (des)ánimo generalizado en el país. La situación se describe simplemente: al gobierno no sabe qué hacer y por eso no hace nada salvo esconderse frente a las acusaciones de corrupción. La ciudadanía, indignada, tampoco sabe qué hacer pues su única reclamación lógica, la dimisión del gobierno no es atendida por este.

Con todo, la ciudadanía muestra el camino a la oposición. Esta debe exigir la dimisión de Rajoy, que no se encuentra en condiciones de gobernar (como tampoco lo está de reinar el Rey, aunque ese da igual lo que haga) sino, si acaso, de defenderse en los tribunales. La moción de censura es inexcusable. Que el país oiga el punto de vista de la oposición sobre el desastre en el que vive. Y, como nada cambiará, pues la moción se perderá ante la guardia pretoriana del PP, la oposición debe estar preparada para llevar su protesta más allá. Tendrá que pensarse si sigue legitimando con su presencia una farsa parlamentaria para un gobierno autocrático, si continúa avalando con su presencia un foro en el que se escuchan auténticas atrocidades antidemocráticas, desde el "¡que se jodan!", de Andrea Fabra, hasta el "¡toma democracia!" de Mariano Rajoy.