Tomo prestados dos títulos famosos del siempre interesante y polémico Jean-Paul Sartre para llevar el agua al molino de mi país, hoy sumido en un desconcierto mayúsculo al no saber ya cómo interpretrar la oleada de corrupción, envilecimiento, hipocresía, embustes y abusos. Y no es fácil poner algo de sentido en este frenesí en el ue los más destacados políticos del PP andan ya a la gresca sin contemplaciones.
La señora Aguirre se tiene por una "política honrada" y dice estar absolutamente abochornada por la corrupción en el PP, aunque luego, ya sentada en la reunión presidida por Rajoy, uno de los principales sospechosos de haberse beneficiado de esa corrupción, se quedó muda, tras haber dicho que el presidente también está abochornado. Bueno, cualquier lo estaría. Pero, sin duda, no ignoraba que su compañera de partido, la inefable Cospedal, acababa de decir que el PP "ha hecho un ejercicio de strip-tease sin igual". Al margen de lo pintoresco de la metáfora que suena a club de alterne, si lo que se quiere decir es que el PP es transparente, es tan inverosímil que hasta Aguirre la niega. Nada de transparencia; lo que hay es corrupción. ¡Si lo sabrá ella! Se considerará como una política cuan honrada se quiera y está en su derecho en tanto que los ciudadanos estamos en el nuestro de reservarnos el juicio hasta que se aclaren los episodios de FUNDESCAM, la supuesta financiación ilegal del partido, los cientos de contratos con la trama Gürtel y el caso de la Gestapillo.
Aguirre está abochornada y Aznar está que bufa. Nada nuevo, se dirá; pues no; solo que ahora está que bufa con los suyos. Se ha negado a hablar en su universidad de verano de la FAES y no ha dirigido la palabra a Cospedal. Caballero no ha sido nunca el mozo, sino más bien de meter bolígrafos por los escotes. Ante tamaña grosería, Cospedal, quien tampoco es un prodigio de delicadeza, salió como pudo del trance, pues ya empieza a tener experiencia de encontrarse en apuros. Se puso a teorizar sobre la dimensión ética de la política y otras excelsitudes, pero la pregunta que le cayó, de estos periodistas metomentodo que hay, fue si no tenía miedo de lo que Bárcenas pudiera decir; a lo que contestó, garrida e ingenua que no tenía miedo a lo que pudiera decir Bárcenas. Es lógico, con lo que ha dicho y hecho hasta la fecha el ex-tesorero, Cospedal debería haber dimitido irrevocablemente.
Pero ahí están todos, bajo sospechas y acusaciones de corrupcion, tirándose los trastos en un sálvese quien pueda que, de momento, se evita por la consigna de Rajoy de no hablar, no hacer declaraciones, callar, por ver si escampa. Este es el muro, este obstinado casi delirante silencio de Rajoy, quien sigue sin pronunciar el nombre de su némesis: Bárcenas. Él que se reía de que Zapatero no pronunciara la palabra crisis, lleva seis meses sin mencionar el nombre de quien quizá pueda acabar con su carrera política y quién sabe si algo peor. Así que el silencio de Rajoy es el silencio del acusado, un mecanismo algo neurótico de defensa.
Solo se rompe ese denso y asfixiante silencio para decir perogrulladas, del tipo de que no se comentan las decisiones de jueces (salvo cuando las comentan, claro) y el PP colaborará -como ha hecho siempre- con la justicia. Para probarlo de una vez por todas, ayer nos enteramos de que el PP ha destruido el registro de entradas de Génova 13 que había pedido el juez Ruz. ¿Lo ven? Eso es colaborar con la justicia.
Es un muro de indiferencia, insolencia y desprecio por la ciudadanía sin parangón. El desparpajo con que los gobernantes mienten, se burlan de la opinión, se niegan a dar cuenta de sus actos, no admiten la menor responsabilidad por sus presuntas fechorías es alucinante. El gobierno es un muro tras el que van a refugiarse todos los que, en los últimos años, parecen haber vivido como marajás de la política a costa del erario público y aumentado en muchos casos sus patrimonios por vías corruptas. Frente a ese muro surge la náusea. Y esta se refuerza día a día con el goteo de noticias que, agregadas, presentan un panorama como de fiesta del latrocinio, la verbena de la estafa, la feria de las vanidades y el derby de la corrupción. Cuatro nuevos casos para ir rellenando huecos de este mosaico de la corrupción estructural, que afecta al partido del gobierno, al gobierno y a buena parte de la administración pública:
- El fiscal pide investigar el caso del espionaje a Alicia Sánchez Camacho otra que, al parecer cobraba jugosos sobresueldos, sin aceptar la trapacería de los 80.000 euros a cambio de que no se hiciera público el contenido de unas conversaciones que, por lo que se ha filtrado, muestran una política de comportamiento claramente mafioso.
- Recién salen a la luz más pápeles barcénigos que, de ser ciertos, nos muestran a un Javier Arenas dándose un vidorro de lujo de sátrapa durante años. Según los documentos, el PP pagaba a este ejemplar político diversos sobresueldos, semanas enteras en el Palace y festines como los del Rey Baltasar, que no bajaban de 1.000 euros, una especie de boato y derroche propios de un Gran Gatsby mezclado de Beau Brummel y Babbitt. Un dandy de provincias, un burgués con fantasías de refinado aristócrata, viviendo a cuerpo de rey en Madrid con cargo al partido que, al estar financiado con dineros públicos, significa con cargo a todos nosotros. Con razón se niega Arenas a aclarar cuánto ingresaba en metálico y en especie. Le daba vergüenza. Sí, es de vergüenza. Pero no dimite y se esfuma. Al contrario, mañana o pasado nos endiñará un discursito sobre la ética en la política.
- Resulta que, entre las numerosas actividades de Blesa al frente de Cajamadrid, que dejó en la quiebra, había, al parecer créditos de favor para que los yernos de Alvarez Cascos y Díaz Ferrán se dieran a su vez el vidorro comprando yates y coches de lujo. ¿Quién dijo que había problemas de crédito? No para los amigos, ni para los yernos de los amigos.
- El juez abre la vista oral contra dos asesoras de Camps, una de ellas, expresidenta de las Cortes valencianas, por malversación, cohecho y prevaricación, la trinidad delictiva propia de los barandas del PP. Si contamos todos los políticos de este partido procesados, imputados o bajo fuerte sospecha de estarlo en breve, exactamente ¿a quién se refiere Aguirre cuando habla de "políticos honrados"?
No se negará que la situación es calamitosa.Un gobierno sin autoridad moral alguna, con un índice bajísimo de confianza ciudadana y que es objeto de todo tipo de chirigotas, no puede hacer nada como no sea dimitir cuanto antes. El problema es que no hay recambio. En su propio partido todo es más de lo mismo y de la oposición nada mejor puede decirse. Únicamente Cayo Lara ha pedido la dimisión de Rajoy, Montoro y Cospedal por considerarlos cómplices de Bárcenas. El PSOE no comparece y su oposición es prácticamente inexistente a la sombra de esos pactos que -ya se ha visto- han servido para que nadie se entere de qué haya pasado en Bruselas. Dice Rajoy que "hemos conseguido casi todos nuestros objetivos". Ese casi es, como el "salvo alguna cosa", una magnitud indefinible. Por lo demás oposición constructiva, que quiere decir, invisible. En un artículo de El País, Elena Valenciano despeja rumores y equívocos, se afianza en la misión encomendada al secretario general (y entendida a su modo) y lo fía todo a la profunda renovación teórica con que el PSOE emergerá en octubre de su estudioso cenobio y, como un Moisés descendiendo del Sinaí, mostrará las tablas de la ley al pueblo elegido, o sea, al pueblo elector, cuya confianza quiere Valenciano recuperar. Una sola observación marginal: el mejor medio de ganarse un fracaso es generar expectativas desmesuradas a plazo fijo.
Mientras tanto, la fiesta sigue. Hoy, la política española se hace en los tribunales.
(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).
Mientras tanto, la fiesta sigue. Hoy, la política española se hace en los tribunales.
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