Hay unas gentes aquí, en la capital, que han decidido abrir una sala de teatro bajo el provocativo nombre de El Sol de York, de resonancias shakesperianas y la guerra de las dos rosas. Son los bajos de un edificio de Arapiles y allí han montado una sala de teatro de lo que antes se llamaba "de cámara". El teatro ahora trae pocos personajes, poco cambio de decorado y ninguna máquina. Así se hace más fácil de representar, más convincente por más cercano. Casi concebida para estos efectos parece la pieza que representan y fuimos ayer a ver, Cuando fuimos dos, una historia de una pareja en el momento de la ruptura. Esta les cuesta un mes pues ninguno de los dos quiere dejarlo en el fondo si bien la separación es inevitable.
La obra es un repaso de la situación de crisis en las relaciones amorosas. Los celos de una parte que tanto fastidian a la otra y la promiscuidad de esta otra que da origen a aquellos celos. Y en esa falta de concordancia se da la ruptura, sobre todo porque el resto de la convivencia se tiñe de ella. Las rupturas van siempre acompañadas de infinidad de recriminaciones.
En el caso de esta pareja, que viene a ser un eco de La bella y la bestia, relata la historia del autor novel que quiere reconocimiento por una obra rupturista pero que acaba cediendo hasta convertirla en una obra adocenada para consumo de públicos cautivos. El asunto es un poco inverosímil, pues no se cambian los personajes de una novela de dos a tres así como así, pero se entiende la intención: el hecho de que Eloy (Dios, el cielo) acceda a modificar de medio a medio para servir el gusto del público una obra de la que César (el Emperador, la tierra) le ha hecho prometer que no cambiará ni una coma señala el momento de la ruptura, cuando César comprende que el Dios le falló. Es César, la bestia, el que rompe cuando descubre que adoraba a un Dios falso. La relación ya solo se basa en el sexo y eso no le parece suficiente precisamente al encargado de ponerlo.
Por cierto, parte de la historia sucede en internet, en las redes sociales, bajo la tiranía de los smartphones. Está bien eso de que Eloy reproche a César su exhibicionismo en Facebook, en donde cambia con frecuencia de perfil. Menos mal que no hablaron del muro. En el fondo es la vieja manía de los celosos de fisgar por doquier en busca de razones para sus celos. Pero elevada a la enésima potencia a través de las nuevas tecnologías.
La obra está muy bien y es tremendamente dinámica. Los dos actores lo bordan. Sus apartes y confidencias al público, muy logrados. El director crea un espacio mágico, un escenario en movimiento en el que los personajes sortean las cajas de embalaje y, en el centro, una enorme cama de matrimonio, símbolo glorioso de los amores de antaño que ya no son, y que reducida ahora al sexo, ya no puede retenerlos.
No. "No hay amor feliz./No hay amor que no viva del llanto" (Aragon)..
En fin, que buena suerte a la gente de El Sol de York..