
Con razón no ha mencionado nunca Rajoy el nombre de Bárcenas. Era como la crisis de Zapatero, lo innombrable. Ladino como es el amigo, prefiere no mentar la soga en casa del ahorcado, no vayan a pillarlo mintiendo desaforadamente como Cospedal. Pero eso no pasa de ser una superstición de primitivo según la cual lo que no se nombra, no existe. Bárcenas existe. Tiene una existencia aplastante, es un plomo pesado en las alas de Rajoy ya de por sí entecas. Alguien amargará la vida al presidente recordándole cómo, no hace mucho, afirmaba con esa facundia que Dios le ha dado, que Nadie podrá demostrar que Bárcenas y Galeote no son inocentes. Bárcenas es un plomo pagado a precio de oro por el partido del que Rajoy es presidente y durante el tiempo en que, además del partido, preside el gobierno de España. En resumen: el presidente del gobierno y del partido tenía en nómina de este y proveía de despacho a un imputado en un procedimiento penal por corrupción que se había visto obligado a dimitir de sus cargos de tesorero del partido y senador del Reino.
¿Es esto admisible? Si lo es, me callo. Si no lo es, ¿qué cabe hacer?
Por cuanto se va viendo, la dimisión de Rajoy y Cospedal quedan descartadas. Tampoco dimite Mato, ni Gallardón. Aquí no dimite nadie. La moción de censura es inexcusable, pero no suficiente. El presidente concluirá que, pues la ha ganado, queda legitimado para el resto de la legislatura. Durante la cual puede suceder cualquier cosa, según pinta el oscuro asunto Bárcenas de cuyos papeles faltan por ver la luz pública los de los año 1993 a 1997. Nada menos.