La rueda de prensa de Maria Dolores de Cospedal el lunes pasado ocupará un lugar destacado en la historia de la cantinflería nacional. Corona una serie de cómicas apariciones de destacados dirigentes del PP: la de Rajoy a través de la pantalla de plasma, las de Floriano explicando las relaciones laborales de Sepúlveda y Bárcenas con su partido, las de Pons diciendo cualquier cosa. Todas ellas evidencias de cuán difícil es sostener la mentira en nuestra sociedad mediática abierta cuando la realidad en forma de contundentes respuestas de Bárcenas la refuta acto seguido. Pero, hasta ahora, la aparición estelar es la de Cospedal. El Intermedio del Gran Wyoming la ha sacado dos días seguidos y era imposible tener la risa. Tanto que bordeaba la compasión. Debe de ser muy duro verse en unas circunstancias tan ridículas.
Lo sabemos tod@s: Bárcenas tiene al gobierno y al partido rehenes de su estrategia procesal de salvación. No les da cuartel y los obliga a improvisar reacciones, excusas, explicaciones falaces, contradictorias, absurdas. Contrastan estos patéticos vídeos con los que se veían hace mes y medio, cuando esos mismos líderes comparecían en público duros, contundentes, negando de la cruz a la fecha y profiriendo amenazas en todos los tonos: acusaciones, denuncias, demandas, querellas prácticamente contra el conjunto de la ciudadanía; los mismos que ahora aparecen confusos, titubeantes, azorados, casi gimoteando. Los mismos, claro es, menos Rajoy quien ha desaparecido, como suele, oculto en La Moncloa, sin dar la cara, esperando, como dice él, que escampe. Fino olfato, astuta estrategia pueblerina ante una tormenta apenas iniciada.
Todavía es mayor el contraste con los vídeos de hace apenas seis meses en los que unos dirigentes del PP seguros de sí mismos, triunfantes, cargaban contra la herencia del PSOE y anunciaban medidas duras, drásticas, recortes, rebajas, reducciones, sacrificios. Parapetados tras una mayoría absoluta parlamentaria abrumadora, producto de unas elecciones en las que el PSOE quedó triturado, ignoraban olímpicamente la oposición, daban la vuelta a sus promesas electorales y se proponían "salvar España" en aplicación de su programa ultramontano máximo.
¿Qué ha sucedido de ayer a hoy? Que los papeles de Bárcenas -cuyo alcance desconocen los asustados miembros del partido y del gobierno- dan por veterana la mentira que viene de bastante atrás. El PP podría haber estado infringiendo la ley en materia de donaciones de empresas hace veinte años. Y no solo infringiendo esta ley, sino empleando el resultado de las infracciones en cometer otras en cuanto a la financiación de las campañas electorales o en cuanto a las apropiaciones indebidas de una serie de cargos de la máxima responsabilidad en el partido y en el gobierno. El escenario evocado por esos papeles es tremendo: donaciones por valor de cientos de miles de euros a trueque de adjudicaciones públicas irregulares por millones. Posibles entregas de servicios hospitalarios a cambio de donaciones al partido de las que, además, se repartían presuntamente jugosas porciones a diversos dirigentes cuyos nombres están consignados en los papeles barcénigos. Entre ellos, el de Rajoy Brey.
El PP puede haber estado veinte años reclamando rectitud y honradez a los demás y exigiendo a voz en grito dimisiones en cuanto un cargo público de otro partido hubiera cometido la sombra de un desliz al tiempo que practicaba lo contrario y vivía en un clima de expolio, saqueo y aprovechamiento ilícito personal sin parangón en la historia reciente de España. Es decir, según los tales papeles, una oficina de cobros y pagos en dinero sucio, una verdadera maquinaria de delinquir. Ya dijo Palinuro hace una fechas que el escándalo Bárcenas es un asunto de Estado. Esto no escampa ni puede escampar porque, a su luz, el PP más parece una asociación de malhechores que un partido político.
¿Cuál es la respuesta del partido y de los poderes públicos? La ley del silencio. Rajoy no da explicación alguna, no habla y, cuando lo hace, no menciona el nombre de Bárcenas. Floriano asegura que el PP ya no hablará más del precito, lo cual es absurdo porque, habiendo llegado las cosas hasta aquí, serán los tribunales quienes le obliguen a hacerlo. Pero la intención es clara: silencio, censura, a callar porque, según se habla, las cosas aparecen más turbias. Como en las dictaduras: todo el mundo punto en boca. Pero eso es imposible. Hay una pregunta en el aire: ¿cómo iba a ignorar el presidente del PP lo que hacía su tesorero, a quien él nombró y apoyó sin dudar durante años? Las dos conclusiones alternativas son igualmente incómodas: o sabía y es un truhán o no sabía y es tonto.
En cualquier caso este gobierno no puede seguir. Su partido lleva demasiado tiempo, según parece, engañando a la sociedad
(La imagencorresponde al vídeo de baderasaca, colgado en You Tube).